- Sobre la censura de la obra Tindaya de La Locandiera por la concejalía de Juventud por Matías Escalera Cordero
«Uno de los grandes errores de mi generación ha sido la falta de pedagogía, creíamos que la libertad era contagiosa», ha manifestado, no hace mucho, el poeta algecireño, Juan José Téllez. Dicho esto, se supone, para personas inteligentes, gente que tiene claro que la libertad de la que hablamos no consiste en tomar cervezas, a mogollón, en plena pandemia, contra toda lógica sanitaria, o poder hacer el gamberro o molestar con el humo de tus cigarrillos a los demás amparados por la más completa impunidad. Estamos hablando de la libertad que cantó Paul Éluard, por la que generaciones y generaciones, durante siglos, lucharon y dieron sus vidas, aquí, en este extraño país, y fuera de aquí, en el entero mundo.
A quienes no vivieran el final del Franquismo y nuestra Transición, por su edad, especialmente, a los más jóvenes, les constará entenderlo; les costará comprender cómo una parte de esas generaciones, quizás una abuela o un abuelo, o uno de sus bisabuelos, ella o él, se dejaron la piel para que la orientación sexual, por ejemplo, no fuera motivo de escarnio, de cárcel, de tortura o de muerte, incluso; o para que las palizas a las bisabuelas o a las abuelas, por parte de sus bisabuelos o de sus abuelos, no fueran consideradas como algo ‘normal’, algo que sucede en el ámbito del ‘hogar’, en realidad, nada, mera ‘violencia doméstica’ propia de la lógica y natural marcha de un matrimonio.
A los más jóvenes les costará comprender cómo alguien de mi edad, en la España de su infancia, pudo contemplar cómo, en plena calle, unos energúmenos, propinaban una paliza de muerte, entre insultos y mofas –y, sobre todo, ante la indiferencia general de los vecinos–, a un joven ‘mariquita’, hasta dejarlo medio muerto en la acera, solo arropado por los brazos desolados de su madre, soltera, y la mirada aturdida de un niño, que era yo.
Salvar esa distancia temporal, tratar de hacer comprender el horror de esa España que yo conocí de niño, con sus brazos en alto, cara al sol, con su brutalidad y su ignorancia, con sus leyes contra los supuestos ‘vagos y maleantes’, que no eran otro que los ‘distintos’, los otros, los diferentes, o por su raza, los gitanos, o por su orientación sexual, las boyeras y los maricones (¡cuánto desprecio había, y sigue habiendo, en las tres palabras!); salvar esa distancia mental e histórica es lo que pretende la obra, Tindaya, del grupo alcalaíno de teatro La Locandiera; y es ese salto educador y civilizador, a través de la música y del drama, lo que la actual corporación municipal –que han votado los alcalaínos–, a través, de su concejal de Juventud, no quiere que se dé.
¿Por qué será? ¿Tanto miedo tienen a la educación social y al esfuerzo civilizador, sensu estricto? ¿O es que acaso se sienten herederos de aquella España brutal e ignorante de mi infancia y desean perpetuarla?
¿Por qué, si no, tienen tanto miedo a una obra de teatro musical, llevada a cabo, con ímprobo esfuerzo por una de las compañías de teatro más veteranas de nuestra ciudad, y la censuran e impiden su participación en el certamen al que habían sido admitidos y en el que habían sido programados?
¿Es esta su idea de la cultura y de la juventud? Recemos para que, dentro de este gobierno municipal, votado por los alcalaínos, no todos piensen así.