Genocidio y propaganda | Por Masha Gabriel

Recientemente, en las páginas de este mismo medio, un artículo de opinión hablaba del “lento genocidio del pueblo palestino”. Tan lento, que no sucede. No existe ninguna “liquidación”, ni “extermino”, ni “eliminación” de dicho pueblo.

  • “Genocidio” es una palabra muy específica. Según la RAE, se trata de “exterminio o eliminación sistemática de un grupo humano por motivo de raza, etnia, religión, política o nacionalidad”.

 

  • Masha Gabriel, Director of ReVista de Medio Oriente (CAMERA in Spanish)

Tan específico es el delito de genocidio, que Rafael Lemkin (1900-1959), creó la palabra para definir “un plan coordinado compuesto por diferentes acciones que apuntan a la destrucción de los fundamentos esenciales de la vida de grupos nacionales, con el objetivo de aniquilar dichos grupos”.

Eliminar o aniquilar, el resultado de un genocidio es la disminución drástica de un determinado grupo de personas.

Eso fue lo que sucedió con la población judía mundial a raíz del Holocausto. De los 9,5 millones de judíos que vivían en Europa, al final de la II Guerra Mundial, tan sólo quedaban 3,8 millones. Seis millones habían sido exterminados. Hoy en día, más de 70 años después de finalizada la II Guerra Mundial, la población judía aún no ha alcanzado las cifras anteriores al Holocausto.

Eso fue lo que sucedió en Ruanda, en el transcurso de 100 días, desde el 6 de abril al 16 de julio de 1994, durante los cuales, y tras una campaña de deshumanización de la minoría, más de 800,000 tutsis fueron asesinados por los hutus.

O fue lo que le sucedió al pueblo armenio, cuyo genocidio fue planeado centralmente y administrado por el gobierno turco contra toda la población armenia del Imperio Otomano. Se estima que, entre 1915 y 1918, de los dos millones de armenios que ahí vivían, un millón y medio fue asesinado.

Recientemente, en las páginas de este mismo medio, un artículo de opinión hablaba del “lento genocidio del pueblo palestino”. Tan lento, que no sucede. No existe ninguna “liquidación”, ni “extermino”, ni “eliminación” de dicho pueblo. Es más, si nos fijamos en las cifras de población que ofrece la propia Oficina palestina de Estadística, la población palestina no ha hecho sino aumentar en los últimos años de manera sostenida. Entre 1997 (Cisjordania, 2,783,084; Gaza 995,522) y 2016 (Cisjordania 4,816,503; Gaza 1,881,135) – es decir, en sólo 19 años -, según esta misma oficina, las poblaciones casi se han duplicado.

El hecho de tildar a Israel de “genocida”, como vemos, no responde a una realidad tangible, sino a una finalidad propagandística:  crear un estado emocional para difamar al estado judío, convirtiéndolo de algún modo en equivalente a los verdugos que en su día casi lograron liquidarlos.

Mas, no es la única trillada fabricación a la que recurre el artículo aludido. También lo hace con otros errores tópicos, hasta el punto de terminar contando la historia al revés. Por ejemplo, al llegar a afirmar que, en seguida tras la partición, “antes de que el pueblo palestino tuviese oportunidad de organizarse, el pueblo hebreo inició una masiva agresión”. “El pueblo hebreo” … o sea Israel (esta terminología es recurrente en el artículo a la hora de hablar de Israel, de su gobierno o de su ejército, como si el 20% de la población no fuera árabe).

Israelíes en las calles de Tel Aviv celebran el anuncio de la partición de Palestina el 30 de noviembre de 1947. JIM PRINGLE AP

Basta abrir un libro de historia para descubrir que Israel aceptó la partición de la ONU. Mientras que los países árabes, no. A las pocas horas de declarar su independencia, Israel fue atacada por 5 ejércitos de cinco países árabes, más voluntarios. Difícilmente, un país flamante y diminuto (en todo sentido: territorial, poblacional y militarmente), sin ayuda militar, podría haber “atacado masivamente” a Egipto, Transjordania, Irak, Siria y Líbano… Por cierto, que si de “genocidio” se trata, recordemos que los estados árabes iniciaron una guerra “de exterminio y una masacre trascendental” contra el recién creado Israel, en palabras de Azzam Pasha, Secretario General de la Liga Árabe.

De tal manera, el artículo, puesto a omitir la realidad, callaba toda responsabilidad del liderazgo palestino en el conflicto y en la situación de sus propios ciudadanos. El silencio lo alcanzaba todo: terrorismo palestino – sus atentados, secuestros, sus cohetes, misiles -; a la sangrienta represión de Hamás contra sus ciudadanos, ni a la corrupción, ni al empleo de escudos humanos, ni a la persecución de gais, disidentes, etc. Y ese espacio de silencio se rellenaba con ruido falaz como, por ejemplo, que “cada cierto tiempo, y aprovechado conflictos y otros pretextos, Israel ejecuta ataques indiscriminados contra el pueblo palestino” (sic).

Probablemente los mapas que acompañan el artículo sean lo que mejor sirva de diapasón de la propaganda antiisraelí. Se trata de una fabricación muy recurrente en las redes sociales: cuatro mapas situados uno tras otro en una progresión cronológica, ilustrando el supuesto robo de tierras palestinas por parte de Israel. Pero dichos mapas, empleados sin fuente, han sido desmontados ya en múltiples ocasiones. Tan sólo quien pretende manipular la historia para obtener un apoyo a su causa, recurrirá a su utilización.

Los mapas confunden voluntariamente territorio geográfico con propiedad privada, soberanía y categorías étnicas con nacionales (judíos e israelíes, árabes y palestinos), a la vez que ocultan todo contexto histórico y político. Mienten al comparar lo incomparable.

Vayamos por partes,

-Mapa: 1946: No existía “Palestina” como país. La tierra ahí mostrada estaba bajo mandato británico (anteriormente pertenecían al Imperio Otomano). Además, este primer mapa confunde deliberadamente propiedad privada con control político. Las zonas marcadas en blanco son tierras privadas compradas por judíos (recordemos que desde 1938, los judíos tenían prohibido comprar tierras), pero no toda la zona en verde representa tierras de árabes.

– Mapa 1947: No muestra una realidad sobre el terreno, sino que tan sólo representa el plan de partición de la ONU de 1947. Hay que recordar que los estados árabes rechazaron el plan de partición y seguidamente iniciaron la primera de varias guerras contra el flamantemente estado judío, que sí aceptó la propuesta.

– 1967: Falso otra vez. Nada estaba bajo ningún control “palestino”. Tras el ataque de 1948, Jordania se anexionó Cisjordania (de ahí su nombre, de hecho) y Egipto ocupó Gaza.

– 2010: Es el mapa resultado de los acuerdos de Oslo, y las zonas en verde representan las zonas en las que por primera vez en su historia los palestinos tienen alguna autonomía sobre territorio en la región. Oslo se entendió como un acuerdo interino de cinco años, después de lo cual se negociaría un acuerdo de estado final.

Lo que nos lleva al verdadero fondo del asunto: ¿por qué no hubo jamás un acuerdo de estado final? La Gran Omisión mediática es el querer ocultar que en al menos en tres oportunidades los líderes palestinos rechazaron la estadidad cuando les fue ofrecida. Esta forma de abordar el conflicto es incluso más “papista que el Papa”, si tenemos en cuenta que el mismo Abbas declaró en su día que no haber aceptado el plan de partición fue uno de los grandes errores árabes.

En 1967, cuando tras otra agresión de los países árabes, Israel se apoderó de Gaza, Cisjordania y el Golán, inmediatamente ofreció devolverlos a cambio de paz. La respuesta fueron los tres noes árabes de Jartum: no a la paz, no al reconocimiento y no a las negociaciones con Israel.

Años más tarde, en el verano de 2000, tras las conversaciones de paz en Camp David, en las que Israel hizo grandes concesiones, el líder palestino, Yasser Arafat, se negó al acuerdo, regresó a casa y lanzó una nueva campaña terrorista contra los civiles israelíes (Segunda Intifada).

Más recientemente, en el 2008, el presidente israelí Ehud Olmert, presentó ante su homólogo palestino, Mahmud Abás, un plan de paz global más generoso aún, que satisfacía casi todas las exigencias palestinas. A pesar de ello, aún se espera la respuesta de Abás.

De esto a una crítica a Israel hay un mundo de distancia. La crítica es legítima. Se puede, evidentemente, estar en desacuerdo con políticas puntuales y no compartir la forma en la que sus gobiernos gestionan el conflicto con los árabes palestinos. Pero cuando al análisis se le hurtan el contexto, los hechos, la honesta reflexión, ya no es tal, sino un ejercicio de propaganda. Y lo es especialmente cuando se retuercen los hechos para hacer que el agredido aparezca como agresor (como cuando se afirma que “el pueblo hebreo inició una masiva agresión” en 1948), o bien inventando espurias intenciones detrás de gestos que podrían haber llevado a la paz y el entendimiento, como fue el caso de la retirada israelí de Gaza en 2005. Así, según la autora del texto publicado en Alcalá Hoy, “Ariel Sharon, levantó los asentamientos de Gaza de forma unilateral, pero aquella retirada solo fue estratégica. No pretendía dejar tranquilos a los palestinos, sino aislarlos para consumar el genocidio”.

Y aquí es menester incluir otro necesario recordatorio histórico: en el año 2005, haciendo frente a una gran oposición interna, el presidente Ariel Sharon culmina la llamada “desconexión de Gaza”, retirando hasta el último soldado y ciudadano israelí en la Franja. Ni un israelí. Ni un judío. El bloqueo a Gaza (legal según los acuerdos de San Remo) no se inició hasta dos años después, cuando el grupo terrorista Hamás (ese gran ausente en todo el artículo) se hizo con el poder total, expulsando y masacrando a sus rivales de Fatah y convirtiendo la Franja en una plataforma de lanzamiento de cohetes y misiles contra la población civil de Israel.

Ocultar cualquier responsabilidad de los líderes palestinos en el sufrimiento de su pueblo, negar las consecuencias a sus actos, es anular su condición de agentes morales, como si se limitaran a reaccionar ante la “maldad” ajena. Como si fueran niños menores de edad. Y no lo son.

La autora, una vez planteado un panorama emocional carente de hechos y contextos reales, ofrecía a sus lectores una serie de términos para que definan la situación: “Prisión, gueto, campo de concentración; que cada cual ponga el nombre que prefiera”. Pero ni estos términos son sinónimos, ni son aplicables a la situación de los palestinos.  Pero sí es una forma de demonizar al estado judío.

Si todo es “genocidio”, el verdadero crimen pierde su especificidad y se relativiza el delito. Sobre todo, cuando dicho evento no cubre portadas ni llena horas de contenido radial o televisivo. Ruanda apenas si fue noticia. No fue, ni mucho menos, sentida y justa indignación generalizada. Ni siquiera la atroz guerra en Siria logró desplazar al conflicto árabe-israelí.

La libertad de expresión es un bien imprescindible que debe amparar a cualquiera. Pero opinar en base a mentiras, o ignorancia, tiene consecuencias nefastas. Como muestran todos los estudios acerca de los genocidios a lo largo de la historia, la deshumanización del contrario es el inicio del camino al exterminio. Y para ese camino hacen falta libelos, hipérboles falaces.

 

 

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