- Pilar Blasco es licenciada en Lengua española y ha colaborado en publicaciones locales en temas de actualidad política y cultural.
Rubén Darío, aquel borrachín impenitente que cerraba las tabernas de Madrid, autor del bello poemario modernista de ese título sugerente, era poeta y diplomático (entonces los embajadores hispanoamericanos eran personajes de ese perfil), fascinado por París y el glamur europeo, como tantos de sus contemporáneos, cuando vino a España “descubrió” lo que estaba oculto a los ojos y oídos, dormido en el alma de tantos hispanos abducidos por la ensoñación de una falsa arcadia franco-anglosajona.
Como en el arte barroco, pero sin su grandeza, el engaño a la vista se estaba practicando desde hacía más de un siglo, desarmando las mentes hispanas, no sólo las de América, por efecto de una gran manipulación mercantilista inoculada sin resistencia precisamente por los más ilustrados o precisamente por eso, por ilustrados. Los hispanos de allá no fueron los únicos, como en otros siglos anteriores, hubo hispanos de acá que compraron la misma mercancía revolucionaria independentista como el mejor de los bienes deseables para aquellos españoles del otro continente que ni lo pensaban ni lo deseaban sino todo lo contrario. Las consecuencias fueron las guerras civiles llamadas de independencia, mucha muerte y mucha injusticia, el desmembramiento del imperio y la decadencia de las repúblicas resultantes. También en eso se estaba replicando España a principios del terrible siglo XIX.
Todo se ha contado al revés. Del gran engaño hay mucho escrito y hablado, afortunadamente; y aún queda mucho que hablar, escribir y filmar, después de dos siglos leyendanegreros (me encanta ese neologismo tan descriptivo) irrecuperables. Son ya muchas generaciones envenenadas y autosatisfechas con el elixir alucinante del embuste bien cocinado por especialistas de la mentira imperialista del poder y el dinero, venida de fuera.
Se ha hecho “viral” la anécdota tan gráfica, bien utilizada por nuestros historiadores, según la cual un hispanoamericano tópico, maleducado por la propaganda grosera de la política “libertadora”, le pregunta a un español visitante de sus países que dónde está el oro que robaron los españoles, que lo devuelvan. A lo cual este responde que miren a su alrededor y verán a dónde fue a parar el oro y las riquezas que los españoles invirtieron en su país. Y que miren hacia arriba de su familia, la que se quedó en América y se mezcló con los nativos dando una o varias razas nuevas. Solo hay que abrir los ojos. Pero, ¡ay! no es tan fácil denunciar al rey desnudo y el retablo de las maravillas contra la verdad oficial.
Nuestro paisano y vecino José Luis López Linares se está encargando con sabiduría y pasión de descorrer el telón del gran trampantojo, sin enfrentamiento ni alardes de superioridad, sino a base de apabullante naturalidad, verdad y belleza. Hispanoamérica, ahora en las carteleras con un inesperado éxito, es la segunda entrega de una serie de documentales* de fuerte impacto, de impecable factura en sus aspectos técnicos, de los que además de la lujosa y deslumbrante imagen, la música es el más sorprendente, dulce y emotivo. El contenido textual sorprenderá a muchos, a los desinformados, a los reclamantes del oro y, si es que se acercan al cine, a los consumidores de leyenda negra voluntarios o no.
Muchas, muchas gracias a este realizador alcalaíno que pone tan alto el orgullo de esta ciudad extraordinaria que tanto tuvo que ver en la inconmensurable empresa de replicar España en medio mundo. Animo a todos mis paisanos a ir al cine, a sentir las emociones que regala la España del plus ultra. Encontrará en el cine con seguridad entre los espectadores a muchos hermanos de Hispanoamérica que han emprendido la tarea de reconquistarnos a base de humildad, esfuerzo y trabajo, de compartir lo que somos por derecho propio. Al final aplaudiremos todos.
Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda,
Espíritus fraternos, luminosas almas ¡Salve!
Rubén Darío
- La primera película documental es España, la primera globalización
Estoy completamente de acuerdo con Pilar Blasco, esa «negro legendaria» versión de nuestra historia la asumieron y propagaron también nuestros políticos y en muchos casos nuestros especialistas y académicos de la historia.
Estamos viviendo un gratificante y bello despertar.