- Según las estadísticas más recientes, algo así como el 12 por ciento de la población española se encuentra en situación de pobreza severa.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Unos de mis pasajes evangélicos favoritos es aquel en que Jesús asiste a un gran banquete organizado en su honor. Alguno de los apóstoles (tal vez Judas, no recuerdo bien) se escandalizan y le dicen al maestro: “qué gran despilfarro, maestro, con lo que cuesta este banquete podríamos dar limosna a los pobres”. Y entonces, Jesús les mira muy tranquilo y les dice: “dejad que me agasajen, porque pobres siempre tendréis a vuestro lado, pero a mí no siempre me tendréis”.
Está claro que el carpintero de Nazaret no sólo tenía un gran talento para penetrar en los recovecos del alma humana, sino una muy acertada intuición del futuro. Dos mil y pico años después de aquel banquete seguimos teniendo pobres, muchos pobres, a nuestro lado. Según las estadísticas más recientes, algo así como el 12 por ciento de la población española se encuentra en situación de pobreza severa. Y un 26% de la población se encuentra en riesgo de caer en la pobreza. Yo creo que son unas cifras un poco exageradas, sobre todo porque la pobreza se calcula más en términos relativos que absolutos.
Si uno tiene unos ingresos que no llegan a los 10000 euros anuales, automáticamente pasa a engrosar las filas de los pobres. Imaginemos un pensionista que vive con su esposa en su modesto piso de dos o tres habitaciones. Si tiene, por ejemplo, una pensión de 1000 euros, ambos serán considerados pobres a efectos estadísticos. Pero con esos ingresos nuestra pareja de pensionistas puede permitirse de cuando en cuando un capricho en forma de langostinos, tener su piso calentito en invierno y algún viaje subvencionado por el IMSERSO también. No escribo de oídas, lo sé muy bien porque pertenezco a esa clase social y he tenido tratos muy cercanos con la pobreza relativa, la severa y la absoluta.
Pero una cosa es que las cifras que nos cuentan el INE, CÁRITAS y otras instituciones sean exageradas y otra cosa es que no exista un problema que como sociedad avanzada debería llenarnos de vergüenza. Veinte siglos después seguimos siendo incapaces de borrar de nuestras vidas aquella profecía tan sombría que Jesús les hizo a sus apóstoles.
Tampoco acabará con la pobreza el llamado Ingreso Mínimo Vital que el Gobierno de Pedro Sánchez acaba de aprobar y que yo auguro tendrá un gran apoyo, con las debidas modificaciones o matizaciones, en el Parlamento. Pero será un alivio para cientos de miles de familias que, por las razones que sean, las cosas les han ido mal y viven con la soga al cuello. Es lo menos que una sociedad decente puede hacer para tratar de paliar los sufrimientos de sus miembros menos favorecidos.
Es muy posible que algunos (será difícil saber cuántos) cobrarán este ingreso sin merecerlo o cometiendo fraude, pero sería muy hipócrita escandalizarse por la presunta cara dura de los desheredados cuando tenemos tantos cientos de miles o quizá millones de compatriotas entregados al emocionante deporte de ocultar sus rentas al fisco. Tampoco parece que a la gente se le vayan a quitar las ganas de trabajar si puede acceder a este ingreso: la distancia con el Salario Mínimo Interprofesional es suficientemente grande, según mi criterio. Y tampoco aparecerá el temido voto cautivo: se trata de un derecho que los ciudadanos tendrán en función de sus circunstancias personales y familiares; y no necesitarán votar a tal o cual partido para conservarlo. Yo solo veo un problema, como habría dicho Josep Plá con su tacañería de campesino ampurdanés: ¿Y todo esto quién lo paga?