El camino de la perdición (o la salvación) | Por Santiago López Legarda

Lo de ahora es una ruina de proporciones gigantescas, pero de momento, ni en términos económicos ni del número de muertes causadas, puede compararse con lo que sucedió a nuestros mayores entre 1939 y 1945. Todos los Gobiernos (el nuestro probablemente más que otros) han sido pillados a contrapié, pero aun así han conseguido adoptar medidas que están salvando cientos de miles, quizá millones, de vidas a costa de una paralización casi total de la actividad económica.

El 78,5% de los consumidores ahora elabora listas para planificar sus compras (EP)
  • Todavía es pronto para saber con precisión los daños que causarán el coronavirus y las imprescindibles decisiones tomadas para combatirlo.

 

  • Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.

Me contaba hace muchos años el dueño de una pequeña empresa en la que trabajé que en Alemania, después de 1945, mucha gente, al terminar su jornada laboral, se apuntaba otras dos o tres horas a trabajar de forma voluntaria en las tareas de desescombro. Mi jefe contaba aquello por su rendida admiración a la disciplina y laboriosidad de los germanos y seguramente también por el disgusto que le causaba aquella pequeña tropa de trabajadores poco entusiastas que él tenía bajo su mando. Pienso ahora, rememorando la anécdota, que muy posiblemente en otras naciones europeas se daba también ese ejemplo de entrega y generosidad. Porque todo el continente había quedado reducido a escombros; y eso sí que es una ruina total, sin paliativos, en la que conseguir unas peladuras de patatas o naranjas puede marcar quizá la diferencia entre la vida y la muerte.

Lo de ahora es una ruina de proporciones gigantescas, pero de momento, ni en términos económicos ni del número de muertes causadas, puede compararse con lo que sucedió a nuestros mayores entre 1939 y 1945. Todos los Gobiernos (el nuestro probablemente más que otros) han sido pillados a contrapié, pero aun así han conseguido adoptar medidas que están salvando cientos de miles, quizá millones, de vidas a costa de una paralización casi total de la actividad económica.

Todavía es pronto para saber con precisión los daños que causarán el coronavirus y las imprescindibles decisiones tomadas para combatirlo. Pero algunos expertos, del FMI por ejemplo, calculan que nuestro PIB caerá en 2020 nada menos que un 15%. El PIB, el producto nacional de cada país, está lejos de ser una herramienta perfecta, pero es la que tenemos para saber más o menos cómo nos va o nos puede ir. Y a partir del PIB calculamos la renta per cápita, otro dato engañoso, pero que nos sirve, como en una maratón, para saber cuántos corredores tenemos por delante y cuántos por detrás. Los españoles no llegaremos a meta en el pelotón de los privilegiados, pero tampoco vamos en el pelotón de los que tendrá que recoger el coche escoba.

En 2019 España tuvo un PIB de 1,25 billones de euros, lo que arroja una renta per capita de 26500 euros en números redondos. Si se cumplen las previsiones, en 2020 nuestra renta bajará a unos 22500 euros. Es un recorte sustancial, pero yo creo que no sería tan dramático si la riqueza estuviera repartida por igual. El problema es que esa quimérica igualdad no existe y hay ciudadanos que lo perderán todo o casi todo, mientras que otros apenas notarán un rasguño. En este contexto, llama la atención la rapidez con la que todo el mundo ha corrido a declararse en ruina total, movidos quizá por la ancestral sabiduría popular: el que no llora no mamá.

El Gobierno, muy probablemente al borde del ataque de nervios ante tanto llanto inconsolable, ha prometido que habrá chupetes para todos. Nadie se quedará sin mamar, dijo Pedro Sánchez en una de sus comparecencias. ¿O fue nadie se quedará atrás, lo que dijo el Presidente? Ya no recuerdo muy bien, porque yo también estoy confuso a medida que avanza el confinamiento. Así que vamos hacia la tormenta perfecta: una dramática caída de los ingresos públicos unida a un incremento desmesurado de los gastos necesarios para ofrecer protección a los más perjudicados. El déficit de este 2020 puede alcanzar o incluso superar los 130000 millones de euros, que vendrían a sumarse al billón de euros que ya alcanza nuestra deuda pública.

Yo sostengo que ese problema podríamos resolverlo por nosotros mismos si de verdad fuéramos tan solidarios como nos gusta creer. El Gobierno ha preferido apelar a la solidaridad europea con esa propuesta de emitir deuda perpetua, cuyos intereses se pagarían con cargo al Presupuesto comunitario. Ojalá lo consiga, pero mucho me temo que las ayudas de Europa no vendrán en forma de transferencias libres de polvo y paja, sino en forma de préstamos que habrá que devolver. Deuda que se acumula sobre la deuda que ya tenemos: el camino a la perdición. El camino alternativo, a la salvación, sería prometer sangre, sudor y lágrimas. Que traducido al lenguaje actual vendría a ser algo así: queridos compatriotas, vamos a tener que contribuir un poco más, cada uno según su capacidad. El problema es que a Churchill ni siquiera su brillante oratoria le libró de perder las elecciones; y la oratoria de Sánchez e Iglesias está muy lejos de la del hombre del puro y el bombín.

 

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1 Comentario

  1. Comparto completamente la opinión de este hombre, pero los españoles, a pesar de lo buenos que nos están diciendo estos días que somos, me temo que lo de sangre sudor y lágrimas no va con nosotros, y tampoco creo que los políticos que tenemos, ni los que están jugando el partido ni los que tenemos en la reserva, se atrevan a pedir algo tan necesario en estos momentos, ellos están mas por resucitar las dos Españas,

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