- Pilar Blasco es licenciada en Lengua española y ha colaborado en publicaciones locales en temas de actualidad política y cultural.
Estaba yo en La piscina de mañana cuando me fijé en una muchacha de esas que atraen la mirada por su figura alta y esbelta, espectacular en un ambiente a esas horas de gente corriente, en general mayores, concentrados en los ejercicios del curso, atentos al monitor y pensando en acabar la clase y volver a las tareas cotidianas. La vi meterse en el agua antes de yo coger la toalla y salir hacia el vestuario. Casualmente, en un vestuario de 400 plazas, su cabina era contigua a la mía. Cuando me estaba vistiendo llegó ella, la reconocí por el bikini azul eléctrico que tan bien le lucía. Le vi entonces la cara, no era muy guapa pero sí atractiva, con su pelo negro largo y su figura atlética y armoniosa. Hablaba con una amiga por teléfono mientras sacaba las prendas del armarito y yo iba terminando de vestirme. En esas entró otra mujer más o menos de su edad y se dirigió a ella en voz alta. – Muchas gracias, ya estamos cerrando la cuenta, los últimos 20 euros han sido para productos de limpieza y pañales. Sí, salimos mañana, mi marido ha pedido permiso en el trabajo y pensamos estar todo el fin de semana, todo lo que podamos. La furgoneta a tope, cada uno lo que pueda, claro, hay que ayudar, no podemos quedarnos quietos… etc
Con la mochila ya en la mano a punto de salir, me dirigí a ella, Estáis en un grupo de… no me dejó acabar, estaba en el aire la causa, en el ambiente la inquietud y cualquier pregunta y cualquier gesto iban dirigidos al mimo lugar, Valencia. -Sí, somos un grupo de mamás de un colegio, estamos en contacto con familiares de allá, que están en… -daba lo mismo Chiva que Algemesí, que Paiporta que cualquier otra-. Llevamos material necesario, droguería sobre todo, lo que nos piden. Lo hacemos así porque no nos fiamos de nadie. Trató de darme más datos y pormenores de confianza, que no escuché. –No me digas más, yo tampoco me fío de nadie. -Estamos con las últimas compras, esta tarde sale una furgoneta, la segunda que mandamos. -No tengo tiempo de ir al súper, ¿os puedo dar dinero? Vale pero no cogemos dinero, dame tu teléfono, te mando un WhatsApp con el de Jessica. Unos 35-40 años, la época de las Vanessas y las Jessicas ahora mamás conectadas y generosas. De camino a casa llamé a Jessi ¿Cómo hacemos? Si no le importa, me manda un bizum rápido, estamos en el economato con las útimas compras. Le puse mi donativo en el acto. Me respondió admirada agradecida en un audio. Unos minutos después la foto del tiket de compra, amoniaco, compresas, escobas, galletas maría, papel de aluminio, estropajos, gel… unas horas más tarde foto en red –segunda furgoneta cargada ya con vuestra ayuda a punto de salir.
Así de fácil y así de rápido. Más tarde, chateando con otros amigos, intercambiando duelo, angustia y pesar, lágrimas virtuales entre noticia y noticia, a cual peor, resultaba que todas mis amistades estaban empacando mercancías con otras gentes del común, en asociaciones vecinales, en colegios, en parroquias, en el centro cultural del barrio, en el ayuntamiento del pueblo… Es que no nos fiamos, de las onegés, no nos fiamos de la Cruz Roja, no nos fiamos de los bancos, no nos fiamos…
Momento de reflexión. Cómo hemos llegado hasta aquí, dónde han ido a parar la fe y la esperanza en aquellas instituciones que no hace muchos años nos infundían respeto reverencial, confianza plena y hasta devoción. No sólo contribuíamos con cuota mensual sino que colaboramos en ellas de manera activa cuando era posible. Las siglas ONG por sí solas inspiraban admiración y deseo de contribuir con altruismo y generosidad. A ello favorecía el ser subtituladas con el “sin ánimo de lucro”, sin ideología y sin filiación, meramente filantrópicas laicas, sobre todo eso, sin intromisión religiosa, que no se tiñan de caridad ni compasión. Algo técnico y efectivo, que sin embargo despertaba el orgullo del deber cumplido, por su valor moral en sí mismo, etc.
Por qué ahora, tratándose de una catástrofe de dimensiones bíblicas, preferimos ir en persona o a través de gente como nosotros, sin papeles, sin permisos, sin uniformes ni cargos, sin banderas ni insignias, a ayudar al prójimo. Qué ha pasado. Por internet circula un meme que con foto o sin ella de fondo dice más o menos que la mentira desde el poder tiene el efecto de que la gente no solo no la castiga sino que se acostumbra a no creer en nada. Así deja al gobernante manos libres sobre una sociedad incrédula y pasota. De lo que se deduce que nuestros gobernantes y sus terminales nos mienten como sistema y deliberadamente con esos fines perversos. Ha tenido que desatarse la naturaleza, esa madrastra indiferente y tan bondadosa como cruel, para que con su sacudida feroz en forma de gota fría con catástrofe humanitaria y material de enormes consecuencias, para que el mantra de la mentira oficial de siempre se haya desmoronado y haya quedado al descubierto la verdad más cruda, sin filtros ni trampas, la de la muerte La desolación y la ruina en grandes dimensiones. Y a la par del horror, la desidia, la incapacidad y la ignorancia, la soberbia y el cálculo electoral.
Ante el estupor de ver, tanto la situación desesperada como la reacción de la gente, las víctimas y los paisanos que acuden en masa sin esperar órdenes, a nuestras autoridades, les han temblado las piernas y han actuado de forma torpe, tardía, sin planificación, con complejos de culpa -por algo será- a medias, tarde y mal. Y sobre todo, lo más vergonzoso, echándose culpas unos a otros en función del rédito político que la tragedia les puede aportar. No importa que sesudos profesionales de los que saben de fenómenos atmosféricos, de geología, ingeniería hidráulica, urbanismo, comunicación y demás factores que juegan en una catástrofe analicen y expliquen por tierra mar y aire las causas físicas, los fallos en el control, y las deficiencias administrativas que han propiciado los enormes daños de la riada, ellos siguen lanzando insidias contra el enemigo (en España ya no hay adversarios ni rivales, solo enemigos) a ver si esas mentiras, como otras veces, se hacen realidad.
La riada ha dejado también al descubierto el amor desinteresado al prójimo del pueblo que acude en ayuda del pueblo a salvarlo. Gracias, Vanessa y Jessica, gracias a las mamás del cole, a los vecinos, a los blogueros y youtuber que han contado la verdad in situ, a los conductores de furgonetas de todas partes de España y del extranjero, a los tractoristas, a los vecinos de la escoba y la pala que cruzan el puente en espontáneas marchas interminables cada día. Gracias a los cocineros, a los electricistas, a los mecánicos Gracias Valencia y Albacete por esa lección de valor y resistencia frente a la adversidad y contra la mentira.
No he vuelto a ver el bikini azul de Vanessa. Puede que fuera un ángel