En dos artículos anteriores hemos hablado de “EEUU y los inmigrantes” y “Europa y los Inmigrantes”. Junto a personas que se ganan la vida honradamente, que han contribuido con su trabajo a la prosperidad económica del país en el que se han asentado, han llegado vagos, delincuentes, terroristas, y resto de vividores de las subvenciones e impuestos de los que trabajan diariamente, nacionales y extranjeros, en busca de su sustento diario.
Estos últimos son los que no quiere nadie a su lado, insolidarios en el más amplio sentido de la palabra para con el resto de ciudadanos, la mayoría de ellos con escaso nivel cultural y caldo de cultivo para el voto populista de quien pretende asentarse en el poder a base de soflamas contra el estado del bienestar, y a favor de la inequidad que es tratar igual a desiguales.
Los cimbrios y teutones, en número superior al millón de personas, vencieron a los romanos en el siglo II a.C., aunque estos lograron parar esa gran migración. Fueron los bárbaros, en el siglo II d.C., los que superaron las fronteras romanas y aquellos movimientos de personas resultaron cruciales en la formación de Europa. Desde entonces, se han repetido las migraciones, prácticamente siempre, con afán de conquista por las armas, incluidas guerras mundiales.
En el inicio del siglo XXI, la migración de la pobreza es masiva, inicialmente amistosa, pero con la voluntad de permanecer establemente en el sitio de destino escogido, sin acabar de integrarse en el idioma, las costumbres y las leyes de los lugares de acogida. Muchos acaban constituyéndose en guetos aislados del resto de ciudadanos, y su único objetivo es sobrevivir de cualquier manera y en cualquier lugar, pero a ser posible, sin hacer nada productivo y mucho menos integrado en la convivencia del país.
Mención aparte para aquellos que huyen de la guerra en sus países, la mayoría hombres llenos de vitalidad, que se les ve bien alimentados, que llegan sin mujeres ni niños, con móviles último modelo, que rechazan los alimentos que distribuye la Cruz Roja, por ser eso, una cruz cristiana quien se los facilita, y que esperan que la guerra se la ganen los norteamericanos y europeos, que sean estos quienes pongan los muertos.
Hay que separar el grano de la paja, no generalizar nunca, pero es en estos dos grandes grupos migratorios dónde se encuentran los mayores problemas de convivencia, solidaridad y seguridad, mafias de todo tipo, nacionalidades y colores, puntos de fricción para con las personas y con el Estado.
El término terrorismo, derivado de terror, designa un método expeditivo de represión revolucionaria, de acción política destinada a sembrar el miedo en un grupo social de una comunidad, de una ciudad o de un país, cuyo fin último es desestabilizar la sociedad y promover una revolución.
Reseña especial para el terrorismo islamista, a la vez que máxima prudencia en considerar terrorista a cualquier refugiado. Y total desprecio para aquellos políticos que no se adhieren a la lucha antiterrorista.
La migración en general es, para los excluidos, cada vez más informados de su exclusión, la única posibilidad de incorporación al mundo del consumo, socializado universalmente a través de los medios de comunicación de masas. ¿Hay solución global para ello? Creo que se debería ir al origen del problema, a la situación política y económica de sus países de procedencia. Cooperación e inversión internacional en dichos países, colaboración policial y militar, escuelas, cultura básica y puestos de trabajo en el germen de los problemas, fomentar la agricultura, industrialización, en resumen, una mínima calidad de vida que, en cualquier caso, sería inmensamente superior a la que ahora disfrutan. Y no colaborar en sustituir dictadores políticos por dictadores religiosos, en unos países con mentalidad absolutamente diferente a las de las democracias occidentales.
Se conseguiría con ello ir más allá, como acabar con las mafias que trafican con los inmigrantes y controlar las fronteras, aunque la corrupción existente en la mayoría de esos países pondría trabas a todas estas actuaciones propuestas.
El problema es mundial, tanto en los países de procedencia como de asentamiento. Hay millones de diferentes interpretaciones, artículos, escritos, libros, detractores y defensores. El debate es universal y permanente. No se puede dejar morir a estas personas, ni a ninguna, en medio de los mares. Pero hay que buscar una solución internacional a un tema muy complejo, que puede cambiar la faz de la Tierra en los próximos decenios y, entre otras, acabar con la cultura europea tal como la conocemos.
Antonio Campos . El blog de Campos