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Los que vienen de fuera suelen sorprenderse de que las fiestas mayores de Alcalá no tengan la condición de patronales y, por lo tanto, carezcan de sentido religioso.
- Vicente Sánchez Moltó es Cronista Oficial de Alcalá de Henares
Seguro que los que me siguen ya me habrán oído en más de una ocasión explicar algunos de los argumentos y reflexiones que, una vez más, voy a desarrollar en estas líneas. Pero tengo muy claro que cada cierto tiempo se hace necesario reincidir para rechazar algunas de las inexactitudes que todavía uno sigue encontrando cuando se habla de las ferias de Alcalá.
Soy consciente de que los complutenses somos un poco “raritos” en algunos aspectos. Los que vienen de fuera suelen sorprenderse de que las fiestas mayores de Alcalá no tengan la condición de patronales y, por lo tanto, carezcan de sentido religioso. Sorprende en una ciudad en la que el cristianismo ha tenido tanto peso específico y ha sido tan determinante en su devenir histórico y cultural. Pero así es, las ferias de Alcalá fueron hasta el último cuarto del siglo XIX unas ferias exclusivamente comerciales. Los patronos de Alcalá son los Santos Niños Justo y Pástor y la Virgen del Val. San Bartolomé nunca tuvo esa condición, ni siquiera tuvo culto hasta que a finales de la década de 1960 un sacerdote, don Emilio de Miguel, no comprendiendo esta circunstancia decidió poner bajo su advocación una de las nuevas parroquias creadas en Alcalá, fruto del desarrollismo industrial, demográfico y urbano. Así pues, San Bartolomé, no era más que una referencia temporal. Aún así, no se deja de escuchar en muchos medios de comunicación, bien locales, bien de la “villa y corte”, aquello de que Alcalá celebra sus fiestas patronales de San Bartolomé e, incluso, hemos llegado a oír desde el balcón del ayuntamiento durante la celebración del pregón un insólito “Viva San Bartolomé”, y no precisamente durante los mandatos de un alcalde homónimo.
Para comprenderlo no queda otra que indagar un poco sobre los orígenes de la feria de Alcalá. Y aquí hay que explicar que la concesión de feria era una atribución que correspondía en exclusividad al rey y fue Alfonso VIII de Castilla el que, a petición del arzobispo de Toledo y señor de Alcalá, don Gonzalo Pérez, rubrica el privilegio de concesión de una feria al burgo de San Justo de Alcalá (todavía no había adoptado el apellido “de Henares”). Datado en Belvis en 1184, el real privilegio establecía que la feria se debía celebrar durante diez días a partir del domingo de Quasimodo (una semana después de la Pascua de Resurrección). En el documento se garantizaba la seguridad de todos los concurrentes a la feria, fijando una pena de mil maravedíes a los que osasen “volverla” con alboroto o violencia. La feria de Pascua Mayor pronto alcanzó gran proyección e importancia hasta el punto de convertirse en una fecha de referencia.
De la importancia de Alcalá en aquel tiempo, da fe la concesión de una segunda feria. Perdido en este caso el documento de concesión, resulta difícil fijar el momento concreto en que la corona concede a Alcalá una nueva feria, aunque todo apunta a que fue Alfonso X a mediados del siglo XIII. Lo corrobora el hecho de que el 14 de abril de 1254 dicta desde Toledo varias disposiciones tendentes a evitar las perturbaciones ocasionadas por los malhechores que maltrataban y robaban los animales a los mercaderes que acudiesen a las ferias de Alcalá y de Brihuega. Se trata, pues, de una confirmación de una feria ya existente en la que, por otra parte, nada se dice de la fecha de celebración, ni mucho menos se menta a san Bartolomé por ningún lado. El primer documento en el que se habla de la feria de agosto data de 1269. Se trata de una escritura, datada el 16 de abril, por la que el arzobispo don Sancho de Aragón compra unas casas y una huerta en Alcalá, comprometiéndose a pagar su importe en dos plazos, fijándose uno de ellos “por la feria de Sancta María mediada de agosto”. No cabe duda, por tanto, de que en este tiempo la segunda feria de Alcalá se celebraba a mediados de agosto, coincidiendo con la festividad de la Asunción de la Virgen.
Hasta bien entrado el siglo XIV convivieron ambas ferias, desapareciendo en una fecha que no podemos concretar la feria de Pascua Mayor, y quedando exclusivamente la de agosto, que a finales del siglo XV se desplazará dos semanas hacia San Bartolomé. El cardenal Pedro González de Mendoza conseguirá de los Reyes Católicos una real cédula rubricada en Sevilla el 18 de febrero de 1485 por la que se hacía franca (libre de impuestos) a la feria de Alcalá. La reina Juana y su hijo Carlos ratificaron este privilegio de exención de alcabalas el 4 de mayo de 1516.
Una vez que Cisneros decide convertir la villa medieval en una ciudad universitaria moderna, Alcalá ve cómo va disminuyendo progresivamente su función comercial a favor de la académica, proceso que se afianza aún más durante la siguiente centuria. La feria entra en franca decadencia y, pese a los intentos por recuperar su antiguo esplendor, a mediados del XVII el autor de los “Anales Complutenses” no duda en calificar su estado como de “miserable”.
Con todo, la feria pervivió, llegando hasta nuestros días. En el último cuarto del siglo XIX se produce la incorporación de actividades lúdicas y festivas, iniciándose un proceso en el que la fiesta progresivamente irá desplazando a la feria y que se hará más patente a lo largo del siglo XX. La feria comercial queda prácticamente reducida a un mercado de ganados, el “peaje”, muy importante todavía hasta finales de la década de 1950, que resistirá hasta la urbanización de los últimos espacios libres de las Eras de San Isidro en la segunda mitad de los años 80 del pasado siglo.
La inauguración de la plaza de toros en 1879, siendo alcalde Esteban Azaña, hizo que los festejos taurinos se convirtieran en uno de los elementos festivos fundamentales de nuestras ferias, junto a los fuegos artificiales y los bailes y conciertos de música en la plaza de Cervantes, que llevaron en 1898 a erigir el quiosco de la música. En 1894 se registra la primera presencia de los deportes en las ferias, con cuatro carreras de “velocípedos”. En 1902 se crearía la comparsa de gigantes y cabezudos, con don Quijote, Sancho y el temible “negrazo”.
Hasta la década de 1960 se mantendría básicamente esta estructura festiva, celebrándose las ferias desde el 24 al 27 de agosto, incorporándose posteriormente la víspera del 23. Mientras que el peaje de ganados se celebraba en las Eras de San Isidro, el ferial ocupaba el centro de la ciudad (plazas de Cervantes y San Diego y calles Mayor y Libreros). Pero el imparable crecimiento demográfico de Alcalá hizo insostenible esta situación y las autoridades municipales decidieron sacar la feria del centro. En 1969 el ferial se trasladó en el Paseo del Val, todavía parcialmente urbanizado, cosechando uno de los más clamorosos fracasos de su historia, pero aunque algunas voces lo demandaron, ya no volvió al centro. En 1970 se optó por el parque O’Donnell y se decidió renovar el concepto de las ferias, con su ampliación a nueve (o diez) días. Se iniciaron las actuaciones de cantantes de primera fila en la Pista Florida, mientras que las representaciones de teatro, danza y zarzuela se llevaban a cabo en el patio de armas del Palacio Arzobispal. En 1976 la feria “saltó” la barrera de las vías del ferrocarril y se extendió al paseo de los Pinos. Pero también el parque se quedó pequeño y a principios de la década de los 80 se trasladó el recinto ferial al Paseo del Val, frente a la Ciudad Deportiva. La construcción de viviendas en ese espacio obligó a un nuevo traslado al Paseo de Aguadores, hasta la habilitación, ya en nuestro siglo del actual recinto ferial en una parte de la Isla del Colegio.