- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
La elaboración del proyecto de presupuestos para 2019 culmina el viraje copernicano emprendido por Pedro Sánchez desde su llega a la Moncloa. En solo medio año hemos pasado de la promesa de “elecciones cuanto antes” a la advertencia de que lo mejor es esperarlas “sentados”. Bien está lo que bien acaba, se dirán Sánchez y los suyos, si finalmente consiguen tramitar las cuentas (y yo apuesto a que lo van a conseguir) y pilotar la nave un año y pico más. El jefe del Gobierno sigue teniendo el viento a su favor porque todas las fuerzas políticas que confluyeron para auparlo al poder están interesadas en que no haya elecciones anticipadas.
La política es muchas cosas, entre ellas el arte de ganarse los titulares de los grandes medios de comunicación. Y para eso no queda más remedio que exagerar un poco, del mismo modo que un actor de teatro no puede hablar para el cuello de su camisa si pretende que le oigan los espectadores de las filas traseras. “Estos presupuestos serán un desastre para España”, ha dicho Pablo Casado, con su proverbial sentido de la ecuanimidad.
“Con estas cuentas Sánchez estrangula a base de impuestos a la clase media”, ha acusado Albert Rivera. “Estos presupuestos son el mejor antídoto contra la extrema derecha”, ha contraatacado la ministra de Hacienda, cabreando un poco más, supongo, a ese porcentaje de españoles que no arriará su bandera por un miserable plato de lentejas.
Se ha dicho hasta la saciedad que la Ley de Presupuestos es la más importante del año, porque señala la pauta y las prioridades de la acción de gobierno, el rumbo hacia el que quiere dirigirnos el poder ejecutivo. Pero también cabe recordar, para relativizar un poco las cosas, que en gran medida las cuentas públicas son habas contadas: tanto para pensiones, tanto para los intereses de la deuda, tanto para los sueldos de los funcionarios, tanto para las transferencias a los entes territoriales. Y después de todos estos tantos, ¿qué me queda? Pues la verdad es que muy poca cosa, año tras año y gobierne quien gobierne.
Hace cosa de treinta años, cuando el autor de estas líneas iba con su cuaderno y su grabadora a la presentación del proyecto, las pensiones se llevaban la cuarta parte del total y los intereses de la deuda una quinta parte. Por fortuna para todos, la previsión es que en 2019 los intereses no lleguen al 10 por ciento del total, porque los pensionistas seguimos con nuestra galopada imparable y ya nos llevamos más del 40% de la “tarta”. ¿Se imaginan qué margen de maniobra tendría el Gobierno en un escenario en el que pensiones más intereses representasen más del 60 por ciento del gasto consolidado de las Administraciones Públicas?
Pase lo que pase en la tramitación parlamentaria, estos presupuestos no cambiarán la faz de la sociedad española: los que lo pasan mal seguirán pasándolo mal; y los ricos y acomodados seguirán pasándolo bien e incluso serán un poco más ricos, dada la tendencia general del dinero a acumularse en pocas manos. Pero el Gobierno Sánchez necesita imperiosamente un buen manguerazo de gasto público para apuntalar su mensaje de unas cuentas sociales y redistributivas. Y como al mismo tiempo necesita cumplir los objetivos de reducción del déficit, ha diseñado un plan de ingresos tan optimista que nos recuerda el cuento de la lechera. De modo que muy probablemente hacia mediados de año se verá claro que el objetivo de déficit no se va a cumplir o habrá que aplicar medidas de urgencia para cumplirlo.
Dentro de ese plan de ingresos, quizá el más fácil de cumplir sea el menos redistributivo de todos: la subida del gasoil. Pero la subida que se ha anunciado deja fuera a los transportistas y para el resto podría suponer unos 40 euros anuales para alguien que haga 20.000 kilómetros. No parece que eso sea estrangular a nadie, como dicen los de Ciudadanos.
Un poco más difícil de cumplir será el esfuerzo adicional que se pide a los que ganan más de 160.000 euros año, un 2 por ciento más sobre todo lo que esté por encima de esa cifra, que tampoco es motivo para que nadie se sienta estrangulado. También habrá más exigencia a las empresas en el Impuesto de Sociedades y un mayor esfuerzo en cotizaciones sociales, tanto de las empresas como de los asalariados mejor pagados, lo que puede redundar en un cierto sentimiento de agravio, porque seguirá aumentando la distancia entre la base máxima de cotización y la pensión máxima. Y luego hay algunas partidas de ingresos procedentes de impuestos todavía no creados, como la famosa “tasa Google”. Lo cual refuerza la impresión de un Ejecutivo en extremo voluntarista haciendo ejercicios circenses sobre un alambre con los anclajes demasiado sueltos.