- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Mucho antes de lo que habrían soñado sus peores enemigos, Pedro Sánchez se ha encontrado con un problema que se le venía encima como un torpedo: resulta que el hombre que eligió para el Ministerio de Cultura había caído en unas prácticas de “optimización fiscal”, como dijo una vez Josep Piqué.
A la gente que gana dinero de verdad se le hace muy cuesta arriba la obligación de destinar a la hacienda pública casi la mitad de sus ingresos. Así que no es de extrañar que estén siempre maquinando en busca de una fórmula mágica que les permita rebajar la factura. Algunos son pillados en sus maquinaciones y, si da la casualidad de que son ministros o cargos públicos, tienen que dimitir, aunque se permitan alguna que otra chulería final, como la de proclamar que son inocentes y hay por ahí una jauría que les anda persiguiendo.
Era obligado comenzar estas líneas con una referencia al primer tropiezo serio del nuevo Ejecutivo socialista, pero el propósito de fondo era dedicar unas palabras al papel o papelón en que queda la formación morada después de haber votado a cambio de nada la moción de censura presentada por Pedro Sánchez. Ya se ha dicho hasta la saciedad que la sentencia de la Audiencia Nacional no aportaba ningún hecho nuevo a los ya conocidos por la opinión pública cuando se celebraron las últimas elecciones generales, que dieron la victoria al PP con 137 escaños en el Congreso.
Pero Sánchez fue muy hábil al presentar su rápida iniciativa como una cuestión de dignidad nacional, como un imperativo moral de limpieza y regeneración al que nadie decente podía sustraerse. Y los líderes de Podemos, tan obsesionados siempre con el señor M punto Rajoy, mordieron el anzuelo. A las 24 horas de haber votado favorablemente la moción, ya Pablo Iglesias parecía mostrarse arrepentido al augurar un “infierno” parlamentario para el nuevo gobierno socialista en solitario.
¿ Por qué razón tenía que apoyar Podemos una moción de censura del PSOE si un año atrás los socialistas no habían tenido empacho alguno en rechazar la censura que la formación morada presentó contra el gobierno de Rajoy? ¿No habría sido más lógico exigir la negociación de un programa de gobierno y la formación de un Ejecutivo en el que las dos formaciones estuvieran representadas? Si la moción de Iglesias en 2017 era oportunista y propagandista, la de Sánchez en 2018 habría quedado reducida a lo mismo sólo con que Podemos hubiera anunciado su abstención si sus exigencias no era satisfechas al menos en parte. En mi opinión, a Podemos le convenía más el adelanto electoral al próximo otoño, pero ya vamos viendo que Sánchez y los suyos se disponen a aguantar ( a base de gestos, guiños y medidas que acentúen su perfil de centroizquierda) hasta la primavera de 2020. Y de ahí viene esa impresión de arrepentimiento y el peligro que se cierne sobre las filas moradas.
¿Cuál es ese peligro? Lo diré con pocas palabras: el de quedar reducidos, parlamentariamente hablando, a poco más de lo que fue Izquierda Unida en sus mejores tiempos, aquellos tiempos de finales del siglo XX en los que un maestro cordobés llamado Julio Anguita pudo soñar con un “sorpasso” a la italiana. Todos los aciertos y éxitos que pueda conseguir el actual Gobierno de España irán en beneficio electoral del Partido Socialista, cuando los ciudadanos sean llamados a las urnas. Si los planes de Sánchez se desarrollan sin más tropiezos graves, nadie o casi nadie recordará gracias a quién ganó su moción de censura. Y, puesto que el centro izquierda sociológico no puede estirarse como un chicle, si el PSOE gana, digamos, 50 escaños, Podemos perderá por lo menos 40.
La situación actual en el seno de la izquierda española, me recuerda lo ocurrido en 1982, cuando Felipe González ganó las elecciones con 202 diputados, una marca histórica aún no igualada por nadie. ¿Qué había pasado en los meses y años anteriores? Había habido una moción de censura bastante propagandística de Felipe González contra el gobierno de Adolfo Suárez, había ocurrido una gran victoria de la izquierda en las elecciones municipales del 79, los ayuntamientos gobernados por la izquierda habían resuelto muchos de los grandes problemas que arrastraban las ciudades, había habido un intento de golpe de estado y se había apoderado de la opinión pública la convicción de que hacía falta un ejecutivo fuerte que contase con la estabilidad que proporciona un amplio apoyo parlamentario. En medio de la euforia y la esperanza de aquellos días, en el interior de las filas comunistas se extendió la frustración y la sospecha de “haber estado trabajando para el inglés”, es decir, de haber estado trabajando para el adversario político.
¿Está Podemos a día de hoy trabajando para el inglés? Mi percepción es que sí. Y además creo que, una vez aupado Sánchez a La Moncloa, no puede hacer otra cosa. Si vota en contra de las propuestas socialistas, la opinión pública de izquierdas le pasará factura; y si las vota a favor, estará dando brillo a la hoja de servicios con la que Sánchez se presentará ante los electores. A corto plazo, que es el tiempo que va de aquí a las elecciones, Podemos está en un callejón sin salida. Claro que a la gente, en general, lo que le importa es que le arreglen lo suyo, y lo que pase con el “monopoly” de la política le trae al pairo.
Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.