Noche de Reyes Magos

"Año nuevo, propósito nuevo. Vamos a ver si somos capaces de contar un cuento, un viejo cuento que escribí hace años y que actualizo para esta ocasión. Cuentan que el mejor cuento lo contó León Felipe, que sabía todos los cuentos; esta historia no sé si en realidad es un cuento, pero tal como lo recuerdo, lo cuento. Tendría yo cinco o seis años, no recuerdo bien, y escribía mi carta a los Reyes Magos con la ayuda de mis padres; más bien yo mostraba mis deseos y les daban curso escrito mis progenitores. A mano, que años más tarde supe se llamaba de forma caligráfica".

Foto de Ricardo Espinosa Ibeas

 

Año nuevo, propósito nuevo. Vamos a ver si somos capaces de contar un cuento, un viejo cuento que escribí hace años y que actualizo para esta ocasión. Cuentan que el mejor cuento lo contó León Felipe, que sabía todos los cuentos; esta historia no sé si en realidad es un cuento, pero tal como lo recuerdo, lo cuento.

Tendría yo cinco o seis años, no recuerdo bien, y escribía mi carta a los Reyes Magos con la ayuda de mis padres; más bien yo mostraba mis deseos y les daban curso escrito mis progenitores. A mano, que años más tarde supe se llamaba de forma caligráfica. E íbamos a depositarla en un gran buzón de correo que había junto a un rey mago rubio y con el pelo muy largo y rizado que, año tras año, estaba sentado en un gran sillón a la entrada del antiguo ayuntamiento, al que se llegaba tras subir cuatro ó cinco grandes peldaños, lo que aumentaba la sensación de mi inferioridad humana. Algunos niños se hacían fotografiar por un señor que yo siempre veía, incansable, dando vueltas por la ciudad, con una máquina fotográfica atada con un cable a una bolsa que colgaba en bandolera de su hombro; pero eran los menos, porque les preguntaba el nombre y lo apuntaba en una libretita muy pequeña que guardaba celosamente en el bolsillo derecho de su chaqueta.

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La tarde de reyes era maravillosa, extraordinaria de ilusión. Siempre veíamos la cabalgata en la Plaza Mayor, que tenía doble sentido de circulación en torno al centro de la misma, entrada por el arco de la calle Cuchillería y salida por el arco del lado derecho mirando a la puerta principal del ayuntamiento, que lo separaba de las dependencias donde estaba la policía municipal, la sala de ensayos de la banda de música y la perrera. Y al lado, una tienda de juguetes que era el centro de las miradas de todos los niños.

Los reyes tiraban caramelos a los niños, y cartas que siempre sabían cual era su destinatario. No sé cómo, pero de forma mágica, mi padre siempre recogía al vuelo un sobre escrito a máquina a mi nombre. ¡Mira, mira, te escribe el rey mago! Los reyes contestaban a mi carta, y me decían que como yo era un buen chico y me había portado muy bien, me traían lo que les había pedido, bueno, para ser más concreto, lo que mis padres habían escrito en mi carta.

Al lado, marcados de cerca por mi madre, mis dos hermanos. Para ellos también había carta de los magos y como son mellizos, siempre iguales en todo, aparecían las dos a la vez en la mano derecha de mi padre que, trascurridos los años, comprendí que ese sí que era un mago, no ya por su destreza en alcanzar al vuelo los sobres con las cartas de los reyes, sino para llegar a fin de mes sin que pasáramos hambre: lunes, huevos fritos con patatas; martes, lentejas; miércoles, guiso; jueves, cocido; viernes, judías; sábado, sardinas; domingo, arroz en paella.

La noche. ¡Hay que acostarse pronto que, si no, no vienen los reyes! En la oscuridad, lucha consigo mismo para no dormirse, para estar despierto cuando llegasen los reyes, para saludarlos, para que nos dijeran no sabíamos qué, pero debería ser algo igual que ellos, mágico. Pero el aire, el agua y el sueño son los alimentos básicos de los humanos. Y siempre nos pillaban durmiendo cuando venían.

Han pasado muchos años; mi padre ha cumplido su ciclo vital, “edad ligera, marchitada la rosa el viento helado”. A su lado, mi madre, amor con vocación de eternidad, cumplida, celosa guardiana del lar familiar. Y los nietos, que han visto repetir la magia de los sobres que volaban sabiendo en qué mano posarse.

Ahora, que la primavera del almendro florece sobre de mis pensamientos, tomo prestado del poeta melillense Miguel Fernández la contemporaneidad de mi vivir: “He visto, por mis sueños inventados, otro distinto ser, de ese diario cuerpo que va curvando su cansancio. Sé que ya no repara en otros habitantes, sino que ciegamente sigue el peregrinar que crece de sus piernas, y se muda en el cuévano indómito del hondo corazón. Quisiera poseerte sobre una tiniebla, oh realidad mudable, y allí bastarme siempre de lo que así acontece, para poder decir: qué patria; cuál mi casa; qué amistad es la perenne, y no andar transformándome cada vez que se inmola la vida en tu cortejo”.

Queridos Reyes Magos: Me permito pediros no perder nunca la ilusión, el fulgor de la luz que ilumina un lejano, y a la vez íntimo, deseo de creer en vuestra existencia, de volver a ser niño para esperar que este año vuestras majestades me traigan el único regalo que os he pedido; uno de esos dos niños que recogían vuestras cartas junto a mí cuando éramos pequeños, está muy malito. Él está convencido que la muerte no es el final, pero yo creo que es pronto para llegar a ella. Si pudierais hacer un milagro … Así lo pide y espera vuestro afectísimo y seguro servidor que ha transcrito este cuento.

 

Antonio Campos . El blog de Campos

 

 

 

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