SEMANA CERVANTINA | Por Pilar Blasco

En esta nueva tribuna, Pilar Blasco reflexiona sobre el sentido y el rumbo de las celebraciones cervantinas en Alcalá de Henares. Desde su admiración por la figura del escritor, la autora plantea una mirada crítica hacia la mercantilización de su legado y la conversión de la cultura en puro entretenimiento de masas. ALCALÁ HOY publica este artículo como parte de su compromiso con la pluralidad, sin que ello suponga necesariamente compartir las opiniones expresadas.

Foto de Ricardo Espinosa Ibeas
  • Pilar Blasco es  licenciada en Lengua española y ha colaborado en publicaciones locales en temas de actualidad política y cultural.

Los alcalaínos conmemoramos a Cervantes dos veces al año, nacimiento y muerte. Pocos personajes ilustres en la historia de España son tan representados y homenajeados como el Príncipe de las Letras españolas, padre de la Lengua castellana, autor de la novela universal, precursor y compendio de toda la narrativa en español, etc. Vaya por delante que soy ferviente admiradora de su persona y de su obra, las que me precio de conocer razonablemente. Desde luego no todo lo que se ha escrito y dicho y visto a lo largo de dos siglos o más, especialmente las últimas biografías o la última película que no he visto ni pienso ver. Cuanto más se escudriña en su persona y en su vida, más crece la confusión y el misterio. Creo que deberíamos dejar a Cervantes como está. O como estaba. Con sus luces y sus sombras.

A pesar de todo, no hay oposición posible a la apreciación unánime de la figura y la obra de Miguel de Cervantes Saavedra, nacido en Alcalá de Henares en torno al 9 de octubre del año de mil quinientos cuarenta y siete. Muerto en Madrid el veintitrés de marzo de mil seiscientos dieciséis, tras una vida novelesca en sí misma, una obra increíblemente productiva literariamente inmensa.  Inserto en aquella etapa fabulosa llamada Siglos de Oro donde se dieron en abundancia personajes de comparable altura artística. Y dónde se dieron hechos históricos decisivos en los que nuestro héroe participó activamente, y de los que se sentía muy orgulloso según sus palabras.

No me gustan las fiestas cervantinas. No porque no lo merezca y los alcalaínos no tengamos derecho a estar orgullosos de nuestro vecino universal. A ver si me explico. No me gustan las fiestas cervantinas porque me parecen exageradas, insertas en el ámbito de lo turístico comercial al cien por cien y de la forma más descarada. Cervantes como producto de consumo. Como dice este periódico en la introducción a las columnas de opinión, esta es la mía y de nadie más.

Esta semana y la del 23 de marzo se caracterizan por las casetas de librerías, lo más lógico tratándose de un escritor, sin embargo cada vez menos frecuentadas (casi nadie lee fuera de las pantallas). Esta de octubre destaca por el imponente mercadillo que ocupa medio casco histórico y sigue creciendo. Muy frecuentado, no cabe duda, son ríos de gente la que desembarca del tren, autobuses y aparcamientos de la ciudad. Hace tiempo que no piso esos días el centro por temor a las multitudes y a los precios que tienen las mercancías medievales (así se llaman este tipo de mercados, aunque la vida y milagros de Cervantes entran de lleno en el Barroco). Que una vez te metes en la corriente del gentío y logras acceder a un puesto, te dejas llevar por el ambiente y compras cualquier artesanía que no sabes dónde poner en tu casa o a quién regalar. O bien te comes, a buen precio, una morcilla a la hoguera en mesa rústica, servida por una dueña o un mozo salidos de la Mancha quijotesca propiamente.

Aprecio el valor y el trabajo de los mercaderes que acuden a Alcalá y a los numerosos mercados medievales que se exponen en pueblos y ciudades. El de Alcalá debe de ser el mayor de todos. Son artesanos y comerciantes que ponen su trabajo y pagan sus impuestos, cada año más altos, se trasladan por toda España con sus bártulos, las materias primas cada vez más caras, etc. Además de que el mercado callejero favorece, supuestamente al comercio local, que esos días se incorpora al evento sacando sus productos a la puerta. Es el caso de los comerciantes de la calle Mayor y casco histórico. Nada pues contra la actividad comercial en torno a las fiestas cervantinas. Hacen bien.

No cabe duda que al público del entorno provincial y comarcal le atrae esta feria de Alcalá. Pues la respuesta en marea humana a ciertas horas y días, fin de semana especialmente, lo confirman. Así que admito de antemano mi fracaso al oponerme a esta celebración alcalaína. Y es que inconscientemente la inscribo en ese afán de entretenimiento desmedido que nos acapara y nos arrastra, impelido y financiado por el sector público, es decir por nuestros gobernantes, municipales, autonómicos y estatales. No sé si hace alguien las cuentas de lo que nos cuestan las ferias y fiestas de todo tipo a lo largo del año. A los contribuyentes desde luego, en tasas e impuestos para empezar y en gasto de bolsillo además, pues nada es gratis, se pagan a buen precio los restaurantes medievales y los otros, las entradas de los espectáculos y las cerámicas y joyas artesanas. Dónde está el beneficio de estas cosas, nunca se sabe, al final todo el mundo se queja de que no vende lo suficiente, no cubre gastos, etc.

Si repasamos el calendario festivo de nuestra ciudad, como lo he hecho en otras ocasiones en estas páginas, resulta que no nos da un respiro a los ciudadanos. Es rara la semana que no hay en las calles del centro y de los barrios alguna celebración. El santoral católico se utiliza casi exclusivamente como pretexto para echarse a la calle a gastar dinero y sobre todo a estar entretenidos con la mente en blanco (el humor popular ya ha bautizado el nueve de octubre como San Cervantes). Las fiestas populares ya no son un descanso en medio del “agotador” calendario laboral que, desde hace más de medio siglo se ciñe oficialmente a cinco días semanales (salvo autónomos, esas víctimas de la explotación fiscal y laboral en vías de extinción). Las fiestas populares han invadido los días y semanas del año natural para convertirse en una industria turística de consumo interno. En la que el ciudadano contribuye por partida doble y encima con la sensación de que todo ese festejo es gratis et amore de parte de nuestras autoridades y administraciones en varios grados de menor a mayor, depende. Creo que se llama economía circular o algo así.

La administración pública ha acaparado la industria del entretenimiento por alguna razón o varias, que sospecho que no todas son el solaz y bienestar del pueblo soberano. Tiene otros fines y en el fondo, si nos ponemos a pensar (pensar, deporte intelectual y mental en desuso) no son altruistas ni filantrópicas propiamente sino las inherentes a la política en sus varios niveles: el agradecimiento y la admiración de la ciudadanía hacia sus gobernantes, con sus consecuencias electorales, obviamente; la abducción mental del ciudadano corriente, cuanto menos reflexivo y pensante mejor, más dócil y manejable y por último, entre los principales, la recaudación monetaria. Todo legal y todo limpio, nada va contra la ley ni contra la costumbre.

Los resultados de estas políticas a las que no se sustrae ninguno de los partidos en el poder, sino que compiten entre ellos a ver quién hace las fiestas más ostentosas y espléndidas (luces navideñas por ejemplo), están a la vista. Un pueblo inerte, adormecido, ausente de los problemas reales del país, indiferente a los efectos de las subidas constantes de impuestos, aunque las sufran, indefenso contra los escandalosos aumentos de precios, sordo al manejo y manipulación de los medios de comunicación del poder, conducido bovinamente hacia las causas más peregrinas y ajenas por los sociólogos de masas a sueldo del gobierno, distraídos con batallas ajenas a conveniencia, ciegos a los escándalos y latrocinios de los corruptos en el poder, incluso  colaboradores necesarios en movidas violentas por la fe ciega en sus líderes a los que defienden apasionada y acríticamente, si es preciso con la fuerza.

No era mi intención relacionar la fiesta cervantina con los desórdenes públicos y demás desgracias patrias sino procurar un MOMENTO DE REFLEXIÓN

 

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