De traiciones y lealtades | Por Santiago López Legarda

Estoy pasando a limpio este escrito en la mañana del ocho de marzo. Me acompaña el ruido estridente de las divisiones y frustraciones en el movimiento feminista. Y una vez más llego al convencimiento de que la traición, mucho más que la lealtad y en dura competencia con el comportamiento borreguil y la sumisión a los que llevan la voz cantante, es consustancial a la política.

Agencias /Foto de Dani Duch
  • Pero las traiciones no son sólo patrimonio de la política. Ahí está el Presidente de Ferrovial con su anuncio de que se lleva los bártulos a los Países Bajos.

 

  • Santiago López Legarda es un periodista alcalaíno que ha ejercido en diferentes medios nacionales.

Estoy pasando a limpio este escrito en la mañana del ocho de marzo. Me acompaña el ruido estridente de las divisiones y frustraciones en el movimiento feminista. Y una vez más llego al convencimiento de que la traición, mucho más que la lealtad y en dura competencia con el comportamiento borreguil y la sumisión a los que llevan la voz cantante, es consustancial a la política. No puede decirse que España sea en esto diferente, porque no hace falta más que asomarse a las páginas de los diarios para comprobar cómo huelen las habas – o las traiciones – que se cuecen en todas partes.

Sin ánimo de restar méritos ni ofender a nadie, yo diría que la traición más grande perpetrada en España durante los últimos años fue la que ejecutó el PNV contra Mariano Rajoy. Los vascos de piedra blindada – como los definió Miguel Hernández – se acongojaron ante aquella sentencia que condenaba a los populares por corrupción y se pasaron a las huestes que encabezaba Pedro Sánchez en la moción de censura  que le llevó a La Moncloa. Aún estaba fresca la tinta del pacto que habían firmado populares y peneuvistas para aprobar unos presupuestos que, al menos en teoría, garantizaban a Rajoy un final tranquilo de la legislatura.

Cinco años después de aquello, Pedro Sánchez, que ha disfrutado pocos momentos de tranquilidad en este lustro, podría ser expulsado del palacio presidencial por la nueva moción de censura que en pocos días o semanas defenderá Ramón Tamames. Y decimos podría porque no es del todo descartable que algunos diputados, embaucados por la oratoria brillante del viejo profesor, decidan llevar el esperpento hasta sus últimas consecuencias. Es más probable, sin embargo, que muchos diputados y diputadas de la extrema derecha se sientan traicionados  en vista de las cosas que piensa decir Tamames en la tribuna de oradores. Uno tiene la impresión de que, una vez sustanciado el trámite, Abascal y los suyos acabarán considerando a Tamames como el más taimado progre de la historia de España.

Pero las traiciones no son sólo patrimonio de la política. Ahí está el Presidente de Ferrovial con su anuncio de que se lleva los bártulos a los Países Bajos. Dijo o insinuó el señor Del Pino que buscaban menos impuestos, menos trabas a la actividad empresarial y más seguridad jurídica. Hombre, hombre, hay que tener cuidado con las ideas que se difunden a través del departamento de comunicación; porque hace ochenta y tantos años el hombre más rico de España también estaba muy preocupado por la inseguridad juídica y, en consecuencia, acabó poniendo su fortuna a disposición de los golpistas del 36. De las ideas políticas, económicas y sociales de Rafael del Pino sabemos más bien poco, pero podemos intuir mucho. En todo caso, parece clara y diáfana la intención de pegarle un buen hostiazo al Gobierno de Sánchez; lo malo es que  de refilón puede que nos toque algo al resto de españoles.

¿Y las españolas qué, en este ocho de marzo? Pues ahí tienen a la empecinada Irene Montero acusando a sus compañeros de Ejecutivo nada menos que de haber traicionado a las mujeres con su reforma de la ley del sólo sí es sí. Seguramente esta ley es buena y bien intencionada, pero sus efectos prácticos han sido desastrosos. La derecha ha explotado hasta la náusea las rebajas de condenas a los agresores sexuales y entre los defensores de la norma nadie ha tenido el coraje o la clarividencia de comparecer ante la opinión pública y explicar que, a fin de cuentas, esas rebajas no son tan sustanciales.

Había miedo, supongo, a que las víctimas se sintieran doblemente traicionadas. Cuando escucho una entrevista o un discurso de Irene Montero, me pasa los mismo que cuando veo o veía a Ferreras en la Sexta: se me dispara la tensión sanguínea porque me hacen sentir que una horda de extraterrestres nos tiene rodeados. Y me temo que la ministra de Igualdad se está traicionando a sí misma y le pasa algo parecido a lo que sufren esos deportistas muy jóvenes que llegan a la cumbre y luego tienen problemas para reciclarse o reinventarse porque les suena la hora del retiro y aún tienen toda la vida por delante.

Ante tanta traición – no olvidemos la de ese pillo al que llaman Tito Berni – un Diógenes redivivo podría preguntarse si queda alguien que practique la lealtad y en qué consiste eso. Bueno, no es que Pedro Sánchez sea un ejemplo señero, pero a lo mejor lleva razón cuando dice que lealtad es arrimar el hombro y no escaquearte cuando tu país te necesita. Y hacerlo además – añadiríamos nosotros – cuando tienes los medios y las circunstancias propicias para el escaqueo.

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1 Comentario

  1. En fin, cuando leo “esas rebajas de las penas no son tan sustanciales.” termino de leer el artículo intentando encontrar algún argumento que explique a una mujer que ha sido violada y ha visto cómo su agresor ha sido excarcelado o conmutado parte de su castigo, y no lo encuentro. Una NUEVA ley que MEJORE esas agresiones a las mujeres no debía haber permitido ni una sola rebaja ni conmutación de pena. No traicionemos nosotr@s tampoco en ese reconocimiento.
    Lo siento, no me parece que se haya acertado en ese punto tan sensible.

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