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Sin haber leído al argentino Laclau, que al parecer era autor de cabecera de los líderes de Podemos, aquel populismo me olía a los descamisados de Evita Perón.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
En mis viajes ya lejanos siguiendo las andanzas de un gran líder de la derecha española, a veces sentía muy agudamente este dilema moral: cómo es posible que yo coincida tanto con este tío si soy, o creo ser, un ciudadano de izquierdas. Debo decir en mi descargo que aún no había aparecido en el escenario aquel atlantismo a calzón quitado que José María Aznar empezó a predicar a raíz de su encuentro en el “rancho” de Quintos de Mora con George W. Bush. Tampoco habían llegado aún las mentiras que llevaron a la guerra de Irak ni la traca final de mentiras a propósito de los terribles y luctuosos sucesos del 11 de marzo de 2004.
Eran los tiempos en que Aznar promovía acuerdos con los agentes sociales, muy gustosamente hablaba catalán en la intimidad con tal de conseguir los votos de los nacionalistas, recibía durante horas a Jordi Pujol y Xabier Arzalluz en La Moncloa y buscaba la ayuda de altos dignatarios de la Iglesia Católica para establecer vías de diálogo con lo que él mismo llamó el Movimiento Vasco de Liberación Nacional. Pero asómbrense, queridos lectores de ALCALA HOY: es que Aznar situaba a nuestro paisano Manuel Azaña entre las fuentes inspiradoras de su proyecto político para España. ¿Cómo no sentir cierta afinidad con aquel hombre, aunque tuviera el defecto de contar chistes malos, según decían?
En cambio, con Pablo Iglesias Turrión nunca sentí ningún dilema moral: me cayó mal desde el principio. No compartía la exaltación extrema de su liderazgo al frente de Podemos, me parecía infumable aquel discurso sobre la casta, los de arriba, los de abajo, el candado del 78 y el “no nos representan”. Para muchos parecía el nuevo mesías redentor, pero a mí me recordaba a los telepredicadores. Sin haber leído al argentino Laclau, que al parecer era autor de cabecera de los líderes de Podemos, aquel populismo me olía a los descamisados de Evita Perón. Pero, qué quieren que les diga, una cosa es la crítica política y otra los impresentables argumentos ad hominem que empezaron a llover contra Pablo Iglesias y su familia. Así que el líder vallecano empezó a caerme mejor a medida que los ataques personales contra él se volvían más nauseabundos. Yo creo que en la campaña mediática de acoso y derribo contra Iglesias ha tenido mucho que ver ese pecado capital tan español que es la envidia.
Me pareció muy digna, y bastante previsible, la actitud de Iglesias en la noche electoral del 4 de mayo: abandono de todos los cargos políticos, siete años después de su irrupción estelar en las europeas de 2014. Por supuesto, sus adversarios (quizá cuadraría mejor el vocablo enemigos) ni siquiera han tenido la generosidad de reconocerle ese gesto, pero algún mérito tiene que tener un hombre que se ha despedido consiguiendo para su partido más votos que en 2019 en todos los distritos de Madrid, incluido el muy distinguido barrio del Marqués de Salamanca. Bien es cierto que la ganancia es pequeña, pero más es más y menos es menos, según nos enseñaron en la escuela.
El otro gran damnificado en las elecciones del 4 de mayo es Ángel Gabilondo, quien manifestó su deseo de seguir en la Asamblea pese al desastre electoral. La decisión posterior de no tomar el acta de diputado resulta mucho más acorde con su talla intelectual y su currículum profesional. Gabilondo comparte con Rafael Simancas el mismo destino trágico que, según el Antiguo Testamento, sufrió Moisés: no llegar a pisar nunca la tierra prometida cuando la rozaban ya con los dedos. A Simancas lo traicionaron en 2003 dos de los suyos. Aquellos sí que fueron traidores de verdad, auténticos Judas de la política, y no el dignísimo Edmundo Bal, insultado de manera inmisericorde y maleducada por la candidata de Vox en el único debate que pudimos ver durante la campaña. Y Gabilondo no pudo ser Presidente de la Comunidad en 2015 porque a Izquierda Unida le faltaron unas décimas para superar la fatídica barrera del 5%.
El expresidente de la Conferencia de Rectores obtuvo el 4 de mayo 275000 votos menos que en 2019, pero si tenemos en cuenta el aumento de la participación, podemos afirmar que Gabilondo se ha quedado en 370000 votos menos de los que habría tenido en caso de conseguir el mismo porcentaje de hace dos años. ¿Es todo por su culpa? Evidentemente, no. Muchos electores han querido emitir un voto de castigo contra el Gobierno de Pedro Sánchez y el pagano ha sido el candidato que, con su discurso moderado y tranquilo, había conseguido la mayoría relativa hace dos años.
Pero en los tiempos difíciles de la pandemia Gabilondo abdicó de la tarea de oposición frente a una Díaz Ayuso que exhibía una gestión más bien flojita, pero que vio en el enfrentamiento con el Gobierno central un filón inagotable. De modo que la pérdida del candidato socialista se explica también por el arrastre de la Presidenta y porque sus potenciales votantes no vieron en él ese espíritu combativo que se supone a los aspirantes. Continúa, pues, la travesía por el desierto de la izquierda madrileña.