- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
En días pasados el congreso nacional de Ciudadanos obtuvo un buen momento de gloria mediática con el anuncio de que el partido fundado por Albert Rivera abandonaba la idea socialdemócrata como elemento constitutivo de su ideario. No fue un anuncio sorprendente, puesto que a Rivera, por razones tácticas y dada su ubicación en el mapa político español, le conviene más definirse como liberal progresista que como socialdemócrata. Ahora bien, distinguir con cierto detalle entre las políticas prácticas que podría impulsar un gobernante socialdemócrata y las que podría propugnar un liberal progresista no es tarea fácil. ¿En qué campo situaríamos a líderes como Miguel Boyer, Carlos Solchaga, Pedro Solbes o Miguel Ángel Fernández Ordóñez, que han desempeñado importantísimas responsabilidades en los gobiernos socialistas habidos en España desde la restauración de la democracia?
Fue Rosa Luxemburgo, la histórica dirigente socialista alemana, quien acuñó el eslogan “socialismo o barbarie” para definir la encrucijada a la que habría de enfrentarse la humanidad en el futuro. Posiblemente Luxemburgo, simpatizante de los bolcheviques rusos, estaba pensando en un socialismo basado en la propiedad colectiva de los medios de producción. Pero hoy sabemos que tal objetivo estratégico, aspecto esencial de la filosofía marxista, ni siquiera es deseable porque el bienestar que podría proporcionar a la ciudadanía una economía colectivizada sería muy inferior al que ha proporcionado la economía capitalista una vez sometida a la garlopa de las políticas socialistas y socialdemócratas.
Amplios derechos individuales y colectivos garantizados más un creciente gasto público basado en impuestos progresivos han sido las señas de identidad de la socialdemocracia europea durante las décadas transcurridas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El problema que se le plantea ahora a los socialistas o socialdemócratas, salvando las distancias, es similar al que tuvieron que afrontar los bolcheviques en la Rusia soviética cuando lanzaron la política de el “socialismo en un solo país”.
¿Es posible mantener en el “cogollito” europeo una sociedad marcada por los ideales socialdemócratas cuando en el resto del mundo lo que impera es la economía globalizada y casi sin reglas, la evasión fiscal, el capitalismo salvaje, las dictaduras, el fanatismo y la ausencia total de derechos individuales y colectivos? A mí me parece que no será posible y que la socialdemocracia necesita extender a muchas otras partes del globo, empezando por China, pero no solo a China, los derechos y las libertades que han moldeado las sociedades europeas. Ahora que se habla tanto de transversalidad, la verdadera alianza transversal que necesitamos es la de la socialdemocracia y el centro derecha europeos para defender o preservar los aspectos esenciales de lo que hemos dado en llamar el estado del bienestar. Cabe recordar a este respecto, que en Europa – tanto con gobiernos de derechas como de izquierdas – el gasto público representa hoy más de un 40% de la producción económica total y, dentro de ese gasto total, los llamados gastos sociales son mucho más de la mitad.
Es cierto que el estado del bienestar no ha llegado a todos y son muchos los que sienten que antes lo tenían y ahora lo han perdido. De esa frustración nace el voto por un Trump de la clase obrera blanca de los Estados Unidos; o el voto de los trabajadores franceses, que antes votaban al Partido Comunista, por la extrema derecha de Le Pen. Lo que vemos perfilarse en el horizonte es la sombra ominosa de un fascismo de nuevo cuño. América primero; Gran Bretaña una, grande y libre (de los burócratas de Bruselas); Francia para los franceses (siempre que no sean musulmanes, claro.) ¿Adónde nos lleva esa política? En el mejor de los casos, a un intento de salvación en solitario por la vía del proteccionismo económico, que no hará otra cosa que arruinarnos a todos. Y en el peor, a nuevas guerras comerciales que podrían desembocar en guerras de las de toda la vida. Y las más perjudicadas serían esas clases populares o desfavorecidas que prestan oídos a las recetas mágicas de los populistas de toda laya. Esto hay que repetirlo una y otra vez, recordarlo una y otra vez, porque no hace tanto que la humanidad sufrió los efectos devastadores de los cantos de sirena que con tanta contumacia emiten los iluminados de este mundo.
Santiago López Legarda . Fue periodista de Radio Nacional de España