Ha fallecido Paco Roldán, el pintor alcalaíno que convirtió su vida en arte

Alcalá de Henares ha despedido esta semana a Paco Roldán, pintor y artista plástico fallecido el pasado domingo 21 de septiembre a los 89 años de edad. Ingresado en el Hospital Príncipe de Asturias por una neumonía, su vida se apagó rodeado de la ciudad que lo vio nacer y crecer como artista. El lunes 22 fue enterrado en el cementerio de San Roque, donde descansa ya. En su querida Alcalá.

El pintor alcalaíno Paco Roldán en una exposición en la Quinta de Cervantes en 2016. Archivo AH
  • El pintor complutense Paco Roldán deja un legado inmenso de generosidad y talento que seguirá vivo en miles de lienzos repartidos por el mundo.

Alcalá de Henares ha despedido esta semana a uno de sus vecinos más singulares: el pintor y artista plástico Paco Roldán, que nos dejó a los 89 años en el Hospital Príncipe de Asturias. Aquejado de una neumonía que fue apagando poco a poco su vitalidad, falleció a primeras horas de la mañana del domingo 21 de septiembre. Su entierro tuvo lugar el lunes 22 en el cementerio de San Roque, en la misma ciudad que lo vio nacer en 1936 y a la que se sintió unido hasta su último aliento.

Con él se ha ido un hombre entrañable, de trato cercano y conversación interminable, pero queda la huella inmensa de su obra. Miles de cuadros que habitan paredes de domicilios complutenses y de medio mundo, y que, como toda creación verdadera, sobreviven a la mortalidad de su autor.


Una vida en muchos estilos: boxeo, aeródromos y pinceles

La vida de Roldán estuvo marcada desde sus primeros años por la dureza de la posguerra española. Mientras otros niños jugaban en las calles polvorientas de Alcalá, él halló en los lápices y pinceles una salida a la necesidad y al silencio de aquellos tiempos difíciles. Su vocación no fue impostada ni tardía: desde siempre supo que estaba llamado a ser pintor.

Con los años, aquella pasión se convirtió en un trabajo constante. En su casa apenas quedaba un centímetro de pared sin cuadros colgados. Y aun así, los lienzos sin colgar formaban una colección brillante que parecía crecer sin límites. Vendió cientos y regaló otros tantos, porque más allá de la necesidad de subsistir, Roldán entendía el arte como un bien común. Varias instituciones de la ciudad conservan piezas suyas, desde el Ayuntamiento con sus cuadros cervantinos hasta la sede del PSOE con un retrato de Pablo Iglesias Posse.

Su pintura transitó por caminos diversos. Fue un retratista minucioso, un copista excepcional que llegó a trabajar en el Museo del Prado, un paisajista que oscilaba entre el realismo, el impresionismo y el expresionismo. Probó también la escultura, con acierto y valentía. Y en todos esos registros asomaba siempre una constante: su querida Torre de San Justo, elemento recurrente de sus composiciones más alcalaínas.

Fue además alumno y profesor en la Mutual Complutense, institución cultural centenaria en la que transmitió su pasión a nuevas generaciones. Allí encontró un espacio de aprendizaje y de enseñanza que marcó su trayectoria y lo conectó con la tradición artística local.

No se conformó con mirar solo hacia dentro. Vivió temporadas en Venezuela, donde la luz y el color tropical marcaron una etapa vitalista de su obra. Expuso en Francia, Italia, Suiza, Alemania, en la antigua Unión Soviética y hasta en China. Su pintura, como su vida, fue movimiento, búsqueda, inquietud.


El legado de un hombre bueno

Pero Paco Roldán no fue solo artista. Fue también joven soldado en el aeródromo militar Barberán y Collar, donde recordaba el ruido de los Junkers y los Heinkel despegando. En aquellos mismos terrenos, décadas después convertidos en campus universitario, halló el hospital en el que se despidió de la vida. Y, como si la suya fuese una novela de contrastes, también fue boxeador, protagonizando combates en el patio de la antigua Deportiva. A menudo lo contaba con humor, como quien guarda la memoria de una juventud hecha de golpes y sueños.

Quienes lo conocimos de cerca sabemos que más allá de su condición de artista, Paco era, ante todo, un buen hombre. Tenía la virtud de la generosidad y el don de la conversación sencilla, de esas que empiezan hablando de un cuadro y acaban en cualquier rincón de la memoria.

Su muerte deja un vacío en Alcalá, pero también la certeza de que su obra lo hará presente por siempre. Porque Paco Roldán fue uno de esos creadores que nunca se jubilan: pintó, regaló, compartió hasta los últimos meses de su vida.

Hoy, Alcalá ha despedido al hombre, pero celebra al artista. Sus cuadros seguirán hablando de él mucho después de este adiós. Y esa es, quizá, la mayor victoria de un pintor que convirtió la vida entera en un lienzo.

Que la tierra te sea leve, maestro.

 

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