- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Una de las características más sobresalientes de la democracia española, en los 39 años ya cumplidos desde que se celebraron las primeras elecciones, ha sido la ausencia de esos partidos minoritarios que comúnmente llamamos “partidos bisagra”. Minoritarios, sí, pero de gran importancia para formar mayorías de distinto signo cuando las urnas no dan una mayoría absoluta.
En los primeros cinco años, con Adolfo Suárez en la Presidencia del Gobierno, la UCD gobernó con unas minorías que estaban muy cercanas a la mayoría absoluta ( 169 escaños en 1977 y 165 en 1979.) Después vinieron las mayorías absolutas de Felipe González a lo largo de los años 80. El Centro Democrático Social, fundado por Suárez, podría haber cumplido muy bien esa función de partido bisagra, pero se quedó en mero comparsa porque eran los años del “rodillo” socialista.
En los 90 cambió el panorama. El PSOE no pudo obtener su cuarta mayoría absoluta consecutiva y necesitaba aliados para investir a González. Fue el momento de gloria de los nacionalistas catalanes (alrededor de 20 escaños en el Congreso) encabezados por Jordi Pujol. No había un partido bisagra de ámbito nacional y los diputados de CiU jugaron sus cartas con moderación (cosa que ahora han perdido), inteligencia y habilidad. Las exigencias de entonces parecían asumibles: había que ceder porcentajes crecientes de la recaudación de impuestos, hablar catalán en la intimidad (como le pasó a Aznar tres años después que a González) y aceptar largas sobremesas en las que el President se explayaba y abusaba un poco de su querencia por las charlas doctorales sobre el Beato de Liébana.
Luego, con el nuevo siglo, vino la mayoría absoluta de Aznar y después la de Rodríguez Zapatero. Seguíamos en el bipartidismo y con los nacionalistas asumiendo en cierto modo el papel de partidos bisagra, sobre todo en el segundo mandato del último jefe de gobierno socialista. No hubo ocasión ni tampoco respaldo electoral suficiente como para que un partido como Unión Progreso y Democracia llegara a desempeñar un papel importante en la formación de mayorías parlamentarias.
Y así llegamos, después de la reciente mayoría absoluta de Mariano Rajoy, al aparente callejón sin salida en que nos vemos atrapados. Un callejón que podríamos describir del modo siguiente: los ciudadanos han dicho no por dos veces a las mayorías absolutas, han fragmentado la composición del Parlamento y han lanzado un mensaje nítido a favor del diálogo, la negociación y el pacto. Pero los representantes políticos elegidos no saben cómo gestionar o dar satisfacción a estos deseos de los ciudadanos y exhiben una falta de cintura asombrosa y un poco irritante.
Ciudadanos, con sus 40 escaños en la legislatura anterior y sus 32 de la actual, es lo más parecido que hemos tenido nunca a un partido bisagra y, si logra consolidarse y echar buenas raíces en el tejido social, podrá desempeñar con éxito esa función, como ya ha hecho facilitando fórmulas posibles de gobierno en Madrid y Andalucía. Los nacionalistas también podrían contribuir a la necesaria formación de mayorías estables, si no hubieran optado por un proceso de radicalización que les ha llevado a pedir la Luna (derecho de autodeterminación) además de los dos huevos duros a los que se refería Felipe González con cierto gracejo sevillano.
Hay que decirlo y repetirlo hasta la saciedad, por lo menos todas y cada una de las veces en que ellos invoquen su mantra del derecho a decidir: en la situación actual, los partidos nacionalistas e independentistas no son fuerzas políticas en las que se pueda confiar para formar mayorías de gobierno en España. Sencillamente porque han puesto encima de la mesa unas exigencias frente a las que sí sería de aplicación el famoso “no es no y qué parte del no es la que no habéis entendido”, que los socialistas vienen lanzando a los populares desde el mes de diciembre. Nadie en su sano juicio encargaría a la zorra el cuidado de las gallinas. Y lo que hace falta es un poco más de cintura política para comprender en qué consiste hoy una política de Estado, que es tanto como decir una política a favor de los intereses generales de los españoles.
Santiago López Legarda . Periodista ( prejubilado de Radio Nacional de España)