DE QUIÉN ES LA BASURA | Por Pilar Blasco

En su nueva columna, Pilar Blasco reflexiona sobre un fenómeno tan cotidiano como irritante: la proliferación de impuestos y tasas que golpean al ciudadano bajo el eufemismo de sostenibilidad o progreso. Con su tono inconfundible, mezcla ironía, crítica política y una mirada sarcástica sobre el llamado basurazo, la burocracia y la hipocresía institucional. ALCALÁ HOY publica este artículo como parte de su compromiso con la pluralidad, sin que ello suponga necesariamente compartir las opiniones expresadas.

  • Pilar Blasco es  licenciada en Lengua española y ha colaborado en publicaciones locales en temas de actualidad política y cultural.

Estos últimos días y meses pulula en los medios y en la calle una nueva indignación, el llamado basurazo, un nuevo impuesto, o incremento del mismo. Oneroso una vez más e injusto y abusivo de nuevo. Esa es la sensación cuando la gota colma el vaso. Los que se preocupan de saber de dónde proceden nuestros impuestos dicen que este de la basura viene del gobierno de España, otros dicen que de las comunidades otros de los ayuntamientos. Ahí está la cuestión, en la opacidad y confusión premeditada de los que presumen de transparencia. Todos lo niegan, niegan la autoría, escurriendo el bulto y disparando hacia arriba, a Europa, que también lo niega. A nadie le gusta perder votos cuando se vive de ellos, opíparamente, cuánto más arriba más obsceno el sueldazo. Y cuanto más alto el puesto y la nómina, más dura será la caída.

La publicidad gubernamental, esa por la que disputan los medios del régimen y casi todos los demás, nos dice meliflua y descaradamente que los impuestos vuelven sobre nosotros, que revierten en varias formas… etc. Sé que hay gentes que se esponjan bajo esos elogios interesados que supuestamente los hacen sentir solidarios, resilientes y demás palabros que derraman en nuestros oídos las autoridades competentes con los que alimentar el ego ciudadano. Personalmente no quiero que revierta sobre mí la basura que cuidadosamente, hasta ahora, depositamos en cinco cubos diferentes y bajamos pulcramente a la calle cada vez que salimos, basura al fin. Quiero que revierta literalmente sobre las cabezas de los que nos fríen a impuestos y tasas extractivas de nuestros bienes y nuestra ya maltrecha economía, a base de expolio fiscal piratesco en todas sus modalidades.

Hasta aquí la basura física, la orgánica, del vidrio, del papel y otros (por cierto, ¿alguien sabe qué ha pasado con los contenedores de ropa?), esa por la que nos van a cobrar el impuestazo, que algún valiente, que los hay, recurrirá con calma y sabiduría ante los organismos competentes (competentes para subir impuestos), hasta que con años de pleitos y montañas de recursos, prescriba la causa o, en el mejor de los casos devuelvan a nuestros nietos la deuda con intereses, como ocurre en contadas ocasiones. Cómo admiro a esos guardianes de la ley que de forma anónima, con serenidad y sin recursos afrontan en solitario las causas perdidas contra el monstruo de la administración que nos devora. A veces ganan, y a veces, si todavía están vivos, relatan en una tertulia de la tele los años de vida y esfuerzo que han invertido en favor del bien común, sin pedir nada a cambio. Ellos sí son altruistas y solidarios, incluso cuando lo hacen por el bien propio, que es el mejor. El que sí revierte en la sociedad que no hemos hecho nada por recibir el beneficio de su lucha salvo comentar y despotricar frente a la tele.

En este país se paga por respirar, por comer y beber, por vivir y por morir, así como suena. Para respirar, según nuestros depredadores, tenemos que comprar coches eléctricos carísimos e incierto, ir en bicicleta a cualquier edad sorteando el tráfico y merodear las ciudades por la puerta de atrás. Para comer excluiremos las sabrosas carnes rojas de vacuno, condenado al ostracismo por tirarse los pedos incontenibles y reglamentarios en el prado. El cordero ya es prohibitivo en lugares donde era habitual y donde sigue habiendo pastos. El pescado no nada por el mar sino por las nubes. Las frutas y verduras valen el doble o más que antes, lógico, la mayoría viene allende los mares. No bajarán de precio, todo lo que sube se queda, es cuestión de acostumbrarse. Nuestro querido aceite de oliva, patrimonio nacional, sube y baja como la noria, pero se queda en cotas más altas que antes ya no bajará a sus niveles populares. En mi pueblo los vecinos que aún tienen corral (una heroicidad en estos tiempos), ahora pagan impuesto por las gallinas. Me han dicho que también por las mascotas.

Para beber teníamos los embalses de Franco (memoria histórica) y un proyecto de Plan hidrológico nacional convertido en fantasma por obra de ciertos poderes autonómicos paletos egoístas insolidarios, con poder de extorsión sobre los gobiernos de España. Ahora, que es cuando la red de agua potable llega a todos los lugares, bebemos agua mineral desde los 30 céntimos a los 1,50 euros el botellín, en envase de plástico contaminante, basura de la peor. Esa agua milagrosa y abundante servía también para regar los campos por goteo, lo más económico y para energía eléctrica, limpia y segura, con una tecnología súper experimentada y mejorada constantemente. Dentro de unos años, de los embalses y presas quedarán las fotos, pero los ríos fluirán bucólicamente sin control por el paisaje. Como han fluido por la región valenciana y la Mancha llevándose por delante las vidas humanas, ofrecidas en sacrificio a la madre naturaleza o pacha mama, convertida en madrastra perversa a cuenta de la religión climática, el calentamiento global, la capa de ozono y la licuación de los hielos polares. Tengo una edad respetable y a principios de los 80 ya estaban esas amenazas comiéndonos las neuronas. Los niños de entonces se han hecho adultos sin ver las anunciadas catástrofes planetarias predichas a veinte años vistas. Lo que sí están viendo, sus bolsillos esquilmados a base de impuestos climáticos transversales, y su nivel de vida peor que el de sus padres.

Basura ideológica con la que sacarnos el dinero para huertos solares y molinos gigantes de fabricación extranjera altamente contaminante, más de la que supuestamente evitan con las energías renovables, a cambio de plantaciones agrícolas, paisaje y fauna. Gracias a la conspiranoia ilustrada y pese a que no podemos evitarlo, ya sabemos que todo es un negocio para unos cuantos, con nuestro dinero y nuestras propiedades. Desde los magnates globales en la estratosfera del poder, a los que nadie hemos votado pero que ganan siempre, a los intermediarios de todos los niveles, entre los que cuentan alcaldes y funcionarios de los que dan permisos de explotación a los mercachifles de las placas. El propietario de los terrenos, en vista de que la agricultura ya no es rentable debido a las trabas impositivas y la competencia desleal privilegiada, vende a precio tasado o expropiación sin rechistar y tan contento.

Quién recogerá los desechos de tanta infraestructura sostenible y renovable cuando cumplan su ciclo productivo, a quién le echarán las culpas de la contaminación por metales indestructibles indegradables. Seguramente tirarán por elevación, como ahora el basurazo de la señora Úrsula, a la que por cierto tampoco ha elegido nadie. Quién se hará cargo de las aspas de molino de 50 m de largo sobre torres de 250. Seguro que también será un negocio para unos cuantos espabilados que gobiernan más que los gobiernos que padecemos, los que nos sangran a tasas para enriquecerles y de paso enriquecerse ellos a lo grande. Los ejemplos están vivos y transitando por administraciones y empresas sin cortarse un pelo. Algún pardillo de tercera irá al banquillo, productos desechables al contenedor de la corrupción menor. Las grandes plantas de reciclaje ya están incinerando a unos cuantos para acallar bocas, nada más.

Y la luz seguirá subiendo, con renovables y sin ellas.

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