- La concejala socialista de Alcalá critica el victimismo del entorno de Ayuso y denuncia el uso oportunista de la salud mental.
Ya está, exploto con este tema.
¿O me voy de España o me suicido?
Es que… es que… 🤬🤬🤬🤬🤬
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— Blanca Ibarra (@bimmr90) November 4, 2025
¿Creíais que lo habíais visto todo? Pues no. Faltaba González Amador, el novio de Ayuso, declarando ante el Tribunal Supremo. Allí, entre gestos de drama y tono compungido, aseguró que no podía más, que o se marchaba de España o se suicidaba. Nada menos, oye.
Todo esto, claro, una vez que toda España se ha enterado de que este señor defraudó más de 350.000 euros a Hacienda y Hacienda le pilló. Como si alguien le hubiese puesto una pistola en la sien para hacerse multimillonario de la noche a la mañana con una trama bien turbia de facturas falsas, áticos de lujo y contactos opacos con el grupo Quirón. Y, por si fuera poco, intentar pagar menos a Hacienda por todo el chanchulleo.
Y no, no fue un error contable ni un mal día. Hablamos de alguien que falsificó facturas, que se benefició del sistema de forma ilegal, y Ayuso con él, y que ahora pretende despertar compasión. Los mismos que se escandalizan cuando alguien cobra una ayuda pública porque no llegan a fin de mes, ahora tienen el cuajo de llorar porque la justicia les ha pillado con las manos en la caja. No tenía bastante con lo que ya había ganado, que quería más.
Pero llegados a este punto, cuando todo esto ya es público y notorio, lo verdaderamente indecente es el uso que hace de la salud mental. “Me suicido”, dice, como si dramatizar su delito le eximiese de responsabilidad. Trivializar con la salud mental, con la cantidad de personas que de verdad lo están pasando mal, no puede convertirse en el nuevo recurso de quienes no soportan rendir cuentas. Mientras miles de personas esperan meses para una cita en psiquiatría, o, dicho sea de paso, en cualquier otra especialidad de la Comunidad de Madrid, este señor convierte el sufrimiento real de otros en un argumento banal y asqueroso para intentar dar lástima. Y eso, además de obsceno, es peligroso.
A estas alturas ya sabemos cómo funciona el manual: primero se presenta como víctima, luego aparece algún pseudomedio amigo bien regado de dinero público para retratarle como un pobre perseguido por la izquierda y, de fondo, Ayuso calla… o llora, según toque en el guion. El silencio institucional más caro de Madrid.
Porque detrás de esta historia hay algo mucho más grande que un defraudador confeso y ahora, al parecer, llorica y arrepentido. Está la impunidad con la que la presidenta madrileña se mueve desde hace años; esa sensación de que nada la puede alcanzar, de que pueden mentir, manipular y aún posar como mártires. Mientras tanto, los que cumplen, los que pagan, los que sostienen los servicios públicos y los que se levantan cada mañana para sacar adelante esta región, los trabajadores, tienen que soportar cómo se ríen en su cara día tras día.
Ya vale. La salud mental no es un escudo para ricos acorralados ni la justicia, un juguete que puedan utilizar a su antojo. Es lo que nos protege a todos, o lo que debería hacerlo, y no solo a quienes creen que el dinero y los contactos lo arreglan todo.
Y si algo demuestra este episodio, es que el verdadero cansancio no es el del novio de Ayuso. Es el de una ciudadanía que ya no soporta ni una mentira más.
















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