Plaza de los Santos Niños: Alcalá entierra una cápsula del tiempo y desentierra una polémica

La colocación de una cápsula del tiempo en la Plaza de los Santos Niños marcó este lunes el inicio simbólico de su remodelación, un proyecto de un millón de euros que pretende recuperar la esencia de uno de los espacios más emblemáticos de Alcalá. Pero bajo el gesto solemne late también la polémica: el traslado del astrolabio de Palomo, la titularidad del suelo y la inevitable lectura política del acto.

Foto del Ayuntamiento
  • El acto, presidido por Judith Piquet y el obispo, abre las obras de remodelación y reaviva el debate sobre patrimonio y gestión municipal.

  • Fotos del Ayuntamiento

La mañana amaneció fría y luminosa sobre la Catedral Magistral. Bajo la mirada de los Santos Justo y Pastor, la alcaldesa Judith Piquet y el obispo Antonio Prieto Lucena depositaban una pequeña urna metálica en el suelo de la plaza. Dentro, una cápsula del tiempo con monedas, documentos, medallas y fragmentos de cerámica, como si Alcalá se mirase a sí misma a través del tiempo y dejara constancia de su pulso presente. Un gesto solemne, casi litúrgico, que sirvió de pórtico para anunciar el arranque de las obras de remodelación de este espacio emblemático.

Al acto asistieron también los tenientes de alcalde Isabel Ruiz Maldonado, Víctor Acosta, Cristina Alcañiz y Gustavo Severien, además del concejal de Patrimonio, Vicente Pérez, y otras autoridades municipales y eclesiásticas. Todos compartieron la fotografía del momento: la tierra abierta, el brillo del acero, las palabras medidas de la alcaldesa y el obispo, y el eco de una promesa: “dar a la plaza el valor que merece”.


Una plaza donde empezó todo

Piquet habló de “un espacio urbano único en la historia, en el patrimonio y en la espiritualidad de nuestra ciudad”. Y razón no le falta. Frente a la Catedral Magistral se abre la Plaza de los Santos Niños, el corazón primigenio de Alcalá, donde, según la tradición, se derramó la sangre de los mártires complutenses y germinó la ciudad que hoy conocemos. En su subsuelo reposan siglos de historia: desde restos romanos y visigodos hasta los cimientos medievales del antiguo barrio eclesiástico.

Es, además, una plaza que ha sido testigo de todas las Alcalás posibles: la de los canónigos y procesiones, la de los estudiantes, la de los turistas y la de quienes se sientan en los bancos bajo los tilos a conversar. Por eso no es un rincón más del casco histórico, sino un espacio con alma, con resonancias que trascienden lo monumental. De ahí que cualquier intervención, por necesaria que sea, despierte tantas expectativas como recelos.

El proyecto de mejora, con un millón de euros de inversión y un plazo de ejecución de once meses, busca, según el Ayuntamiento, “recuperar la esencia histórica de la plaza” y mejorar su accesibilidad, iluminación y zonas estanciales. Los pavimentos serán de piedra natural, siguiendo las líneas de otras actuaciones recientes, y se mantendrá el arbolado, con nuevas plantaciones para reforzar el confort climático.


El debate patrimonial: entre la historia y la prudencia

Pero el anuncio de la remodelación llega acompañado de polémica. El traslado del astrolabio monumental al barrio de La Garena ha encendido las alarmas entre vecinos y especialistas en patrimonio. No pocos recuerdan que aquella escultura de Juan Antonio Palomo, el “Monumento del Descubrimiento”, popularmente conocido como la piruleta, fue concebida para dialogar con la Catedral, no para ser desplazada a una zona ajardinada detrás del Instituto Francisca de Pedraza, en el extremo opuesto de la ciudad. Tan lejos, de hecho, que el barrio cuenta con apeadero de tren propio, testimonio involuntario de la distancia entre el espíritu del monumento y su nuevo destino.

La historiadora Pilar Lledó, con larga trayectoria en la defensa del patrimonio urbano, fue de las primeras en advertir que “no se puede entender el conjunto sin ese diálogo entre arte contemporáneo y espacio sagrado”. En la misma línea se pronunció el cronista oficial de la ciudad, Vicente Sánchez Moltó, que dedicó una tribuna reciente a contextualizar la obra de Palomo y su sentido dentro del conjunto monumental, subrayando que “cada pieza de arte público forma parte del relato urbano que la acoge”.

A la polémica artística se suma una cuestión jurídica: la titularidad eclesiástica de buena parte de la plaza, revelada a raíz de las gestiones para este proyecto. Tal como se supo en septiembre, el suelo pertenece en gran parte al Obispado de Alcalá, aunque su uso público se consolidó hace décadas mediante acuerdos sucesivos. Esa circunstancia explica el convenio firmado en junio entre ambas instituciones, sin el cual las obras no habrían sido posibles.

El Ayuntamiento defiende que la intervención es “respetuosa y contemporánea” y que permitirá “cerrar uno de los grandes ejes patrimoniales de la ciudad”. Pero muchos recuerdan que, en urbanismo histórico, las buenas intenciones deben medirse con bisturí, no con pala excavadora. La plaza necesita, más que una cirugía estética, una mano experta y una mirada sensible. Y sí, en Alcalá hay técnicos y profesionales de sobra capaces de hacerlo con rigor, siempre que se les deje trabajar sin el ruido del marketing político.


La cápsula del tiempo y el mensaje bajo la piedra

En el interior de la cápsula se han depositado un ejemplar del semanario amigo Puerta de Madrid, monedas de curso legal, fragmentos cerámicos de distintas épocas, facsímiles de los fueros Viejo y Nuevo, un documento de la UNESCO, medallas de los Santos Niños y del Ayuntamiento, además de las actas firmadas por ambas instituciones. Una selección simbólica de la identidad complutense que, dentro de un siglo, contará, o eso pretende, cómo era Alcalá en 2025.

Aunque quizá lo que encuentre el arqueólogo del futuro sea otra cosa: una muestra del marketing institucional de la época, cuidadosamente empaquetado entre monedas y medallas. Puerta de Madrid, el semanario subvencionado por el propio gobierno municipal, figura entre los recuerdos oficiales. Y uno no puede evitar preguntarse si nadie pensó en incluir un pendrive de muchos terabytes con imágenes, datos o testimonios reales de la ciudad. Seguro que los arqueólogos del futuro sabrían leerlo. Al menos tendrían una idea más completa y más honesta de lo que fuimos.

Y ya puestos, podría aprovecharse ese sugerido pendrive para guardar una fotografía del Monumento al Descubrimiento tomada por nuestro cronista gráfico Ricardo Espinosa Ibeas, antes de su destierro a La Garena, el monumento queremos decir. Sería una forma de dejar constancia visual de cómo la “piruleta” de Palomo dialogaba con la Catedral, antes de ser apartada del corazón histórico de la ciudad. Una cápsula con memoria… y con mirada. Y quién sabe… quizá también incluir un QR que lleve directo a esta crónica de ALCALÁ HOY. Eso sí que sería una cápsula del tiempo bien documentada.

La propia elección del lugar, en la zona poniente de la plaza junto al templo, refuerza ese diálogo entre lo sagrado y lo civil, entre el tiempo humano y la eternidad. La cápsula, en el fondo, encierra algo más que objetos: un mensaje a futuro. Que quienes nos sucedan comprendan que el patrimonio no es una pieza de museo, sino un pacto entre generaciones.

Porque más allá del gesto simbólico, lo importante será lo que se construya sobre esa tierra removida. El Ayuntamiento ha prometido respetar la memoria del lugar, incorporar los vestigios arqueológicos de 2022 mediante pletinas metálicas en el pavimento e instalar señalética explicativa. Todo suena bien sobre el papel, pero la historia complutense nos enseña que las piedras también hablan, y que no siempre lo hacen con benevolencia.


Piquet aprovecha para vender gestión y luces navideñas

Al terminar el acto, los operarios comenzaron a cerrar la zanja mientras las autoridades se dispersaban entre fotos y apretones de manos. La alcaldesa ofreció un breve canutazo a los medios presentes, en el que no solo habló de la cápsula y de la remodelación de la plaza, sino que aprovechó para hacer balance de gestión.

Entre una pregunta y otra, Piquet reivindicó el avance de las obras en Alcalá: “Estamos invirtiendo 75 millones de euros para mejorar todos los barrios, reduciendo la deuda y bajando impuestos”, recordó, hilando la reforma de los Santos Niños con el resto de actuaciones en marcha. También aludió a la inminente campaña de iluminación navideña, asegurando que “Alcalá no se detiene; somos una ciudad viva, incluso mientras transformamos nuestros espacios públicos”.

No faltó la referencia a la “visión de conjunto” de los trabajos y a la idea suyacente de que no son obras de maquillaje ni de calendario electoral. Un discurso predecible, aunque eficaz, que convirtió por momentos el cierre de la cápsula del tiempo en una pequeña tribuna política a pie de zanja.

A pocos metros, algunos vecinos se quedaron mirando la plaza, quizá tratando de imaginar cómo quedará dentro de once meses. Unos aplauden la iniciativa; otros temen que la nueva piedra natural borre el aroma de la vieja plaza.

Sea como sea, la Plaza de los Santos Niños no es un solar más: es el corazón de la ciudad, el punto donde Alcalá empezó a ser Alcalá. Cualquier reforma debería hacerse con cabeza, con rigor y, sobre todo, con consenso. No solo por estética, sino por respeto a lo que representa. Porque si algo nos enseña esta cápsula del tiempo recién enterrada, es que el futuro también se construye cuidando la memoria.

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