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El proyecto replica el modelo de Gavà-Viladecans y plantea en Alcalá un nuevo barrio verde con 3.000 viviendas y usos mixtos.
A veces los grandes proyectos urbanos llegan con la fuerza de una promesa. Y otras, con el peso de la sospecha. En Alcalá de Henares, la palabra “Roca” despierta ambas cosas: nostalgia y expectativa. Nostalgia por una fábrica que fue motor industrial durante más de sesenta años, y expectativa por lo que podría llegar a ser ese inmenso vacío urbano que quedó tras su cierre. Entre ambas emociones, el Ayuntamiento y la empresa Roca han presentado un plan que aspira a transformar los antiguos terrenos en un nuevo ecobarrio: Roca City.
El anuncio del pasado 29 de octubre, con la alcaldesa Judith Piquet al frente, sonó a declaración de intenciones: “el proyecto urbano más importante de las últimas décadas”. No es poca cosa. Sobre el papel, hablamos de más de 200.000 metros cuadrados de suelo industrial a reconvertir en un espacio mixto de vivienda, zonas verdes y equipamientos, en pleno corazón de Alcalá. Un lugar simbólico, a un paso del casco histórico y del Parque O’Donnell, que podría suturar una fractura urbana arrastrada desde hace años. Pero los sueños urbanísticos, en esta ciudad, suelen medirse más por sus plazos que por sus planos.
La concejala de Urbanismo, Cristina Alcañiz, ha sido clara: “en estos momentos solo tenemos la propuesta encima de la mesa”. No hay documento urbanístico aprobado ni calendario cerrado. El “master plan” que se ha dado a conocer es más bien una maqueta conceptual que deberá traducirse, paso a paso, en la realidad administrativa: modificación del Plan General de Ordenación Urbana, informes ambientales, alegaciones ciudadanas, cesiones de suelo y, finalmente, aprobación en Pleno. Eso significa que el proyecto Roca City aún está en pañales.
Según los plazos manejados por Urbanismo, el documento formal llegaría a lo largo de 2026, lo que permitiría iniciar la tramitación del PGOU ese mismo año. Luego vendrán los dictámenes de la Comunidad de Madrid, las consultas patrimoniales por la cercanía con la muralla y el Palacio Arzobispal y los inevitables informes sectoriales. En el mejor de los escenarios, la aprobación definitiva podría llegar en 2027. Y a partir de ahí arrancaría la redacción del proyecto de urbanización, la reparcelación y las licencias de obra. Traducido a lenguaje de calle: la primera piedra podría colocarse entre 2028 y 2029, y las primeras viviendas, si todo va bien, podrían estar listas hacia 2030. En el peor de los casos, el calendario se alargaría más allá de 2032, algo que en Alcalá no sorprendería a nadie.
Conviene además precisar que no se trata de un solar vacío. En la antigua Roca sigue habiendo actividad mínima, almacén y mantenimiento, y un patrimonio industrial valioso que podría aprovecharse. La magnitud del proyecto plantea, además, interrogantes de movilidad. La zona ya soporta una circulación intensa, con la Vía Complutense como eje saturado y pocas alternativas de acceso. Si allí se levantan 3.000 viviendas y un complejo de ocio y servicios, el riesgo de atascos está sobre la mesa. A cambio, podría ser una oportunidad para repensar el transporte urbano: no pocos urbanistas apuntan que ese emplazamiento sería ideal para un futuro intercambiador de transportes, un nudo intermodal que conecte bus urbano, cercanías y bicicleta. Si de verdad se quiere un barrio verde, no puede nacer con más coches que árboles.
El componente energético también merece atención. Hablar de “ecobarrio” sin autonomía energética real sería un eslogan vacío. En este caso, el proyecto ya contempla placas solares integradas en las cubiertas de los edificios, tal como muestra el propio plan maestro, y ese es un paso importante. Alcalá podría dar un salto ejemplar si esa previsión se acompaña de una red de recogida de aguas pluviales, techos verdes y sistemas de eficiencia térmica en todas las edificaciones. La antigua fábrica, por su orientación y su amplitud, ofrece además un potencial extraordinario para ampliar esa instalación fotovoltaica. Roca City debería ser un verdadero laboratorio de sostenibilidad, no solo una urbanización verde sobre el papel.
El proyecto incluye también un edificio multiusos destinado a congresos, ferias y eventos culturales o empresariales, que serviría de polo económico y dinamizador del entorno, además de un aparcamiento subterráneo de unas 400 plazas y varias bolsas en superficie. Son elementos que, bien planificados, podrían dar coherencia a la nueva trama urbana y reforzar su conexión con el casco histórico y el eje comercial de la ciudad.
La comparación con Roca City Gavà-Viladecans resulta inevitable. Allí, el proyecto abarca 32 hectáreas, un tercio más que en Alcalá, y se encuentra en fase de aprobación definitiva por el Área Metropolitana de Barcelona. Pero la diferencia no está solo en el tamaño, sino en el modelo de desarrollo. En Gavà-Viladecans, el 60% del suelo se destina a actividad económica y el 40% a vivienda. Roca ha mantenido su producción industrial, modernizada con emisiones neutras, ha creado un hub de innovación y un museo de la marca, y ha diseñado un barrio con alquiler asequible y espacios públicos reales. En Alcalá, la proporción se invierte: 80% residencial, 20% equipamientos, y ninguna previsión de empleo productivo más allá de la construcción. Es decir, más ladrillo que innovación.
Y ya se sabe: en España, el ladrillo tiene un largo historial de pelotazos. Pero no todo pelotazo implica corrupción. También puede ser, sencillamente, una operación rentable para ambas partes. Lo importante es cómo se gestione. Las conversaciones con Roca no son de ayer: comenzaron bajo el gobierno anterior de PSOE y Ciudadanos, cuando el entonces alcalde Javier Rodríguez Palacios viajó a Barcelona para entrevistarse con los promotores y explorar las condiciones del proyecto.
Aquellos primeros contactos fueron el punto de partida de lo que hoy se presenta como gran apuesta del actual ejecutivo de PP y Vox. Que se anuncie ahora no es una casualidad política, sino un requisito administrativo necesario para seguir avanzando en la tramitación urbanística. Ese matiz explica mucho: no se trata de un “golpe de efecto” de Piquet, sino del paso obligado para abrir la fase de exposición pública y los informes técnicos. A partir de ahí vendrán las verdaderas negociaciones: qué se cede, qué se construye, qué se gana y qué se pierde.
Si Gavà ha logrado equilibrar economía, memoria y sostenibilidad, Alcalá puede y debe inspirarse en ese modelo. Aprovechar la transformación para generar empleo tecnológico, formación profesional e integración urbana sería el mejor legado. La recuperación del patrimonio industrial, chimeneas, talleres, pasarelas, el icónico reloj, puede servir para contar una historia, no solo para decorar una promoción.
La construcción generará empleo, y eso es indiscutible. Pero si solo lo genera mientras duren las obras, y después deja un barrio dormido, el resultado será corto de miras. El reto está en que Roca City no sustituya la memoria por una postal, ni el trabajo por un escaparate de viviendas. El equilibrio entre desarrollo urbano y alma colectiva será la medida de su éxito.
Los plazos previstos trascienden con mucho el mandato actual, y cualquier avance dependerá de la cooperación con la Comunidad de Madrid. Piquet y Alcañiz han puesto la primera piedra institucional, la de las intenciones, pero serán otros quienes, dentro de cinco o seis años, coloquen la física. Para entonces habrá que comprobar si la ciudad sigue creyendo en el proyecto o si se diluye entre cambios de gobierno y trámites interminables.
Mientras tanto, el debate ciudadano debe ser profundo. Roca City no solo afecta a un barrio, sino a la movilidad de toda Alcalá, a su equilibrio urbano y a su identidad industrial. Convertir la fábrica en un símbolo de futuro sin borrar su pasado sería una buena forma de empezar. Y si además se logra integrar transporte, energía limpia y vivienda asequible, tal vez podamos decir que el sueño urbano se hizo realidad.
Y, por cierto, habrá quien se pregunte por el nombre. ¿De verdad era necesario el anglicismo? “Roca City” suena moderno, sin duda, pero tiene su retranca: levantar un barrio con nombre inglés en la patria de Cervantes es una ironía que ni el propio Don Quijote habría imaginado.
Quizá por eso, ante tanta promesa a largo plazo, convenga recordar las palabras del caballero andante: «¡Cuán largo me lo fiáis, amigo Sancho!». Porque los sueños, incluso los urbanísticos, también necesitan realismo. Por ahora, prudencia. Pero también esperanza.
👉 Información de referencia: “Roca City, la gran apuesta que reordena el corazón de Alcalá”
















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