- TIA revalida su éxito con la sátira de Mochales en un Cervantes lleno de risas, crítica, libertad y puro teatro barroco.
- Crónica remitida por Azpilicueta, pero condimentada y servida con gusto por ALCALÁ HOY (Fotos del buen Baldo, que en vez de pincel usa cámara, mas retrata con igual arte)
Parece que Quevedo ha vuelto a pasearse por Alcalá, esta vez con la pluma de Carlos Mochales y la energía incombustible del Teatro Independiente Alcalaíno (TIA), que el pasado 24 de octubre llenó el Teatro Salón Cervantes con su irreverente y deliciosa tragicomedia barroca “Sueño y defensa del ojo del culo”.
Una función que no solo revalidó el éxito de su estreno en el festival Clásicos en Alcalá 2025, sino que confirmó que el grupo sigue en plena forma, con la misma osadía y gusto por el disparate ilustrado que lo caracteriza desde hace décadas.
El viaje onírico de un Quevedo irreverente
El texto de Mochales, veterano integrante del TIA desde 1979, revisita a Quevedo desde su lado más libre, grotesco y humano. La historia, construida a partir de textos y sueños del propio autor del Siglo de Oro, se articula en tres actos, el Viaje, la Venta y el Juicio, que sirven de excusa para que el espectador acompañe al poeta en un recorrido tan literario como delirante.
La dirección de Luis Alonso abraza ese caos con maestría: hay ritmo, ironía, una puesta en escena coral y un uso del espacio que hace que el Cervantes se convierta por momentos en una taberna, un purgatorio o un tribunal infernal. En escena, Francisco Piris (Fraile/Pedo) y F. Javier Blasco (Quevedo) sostienen el núcleo dramático con una complicidad brillante. Piris aporta un fraile tan pícaro como socarrón, mientras Blasco encarna a un Quevedo que equilibra sátira y ternura, haciendo carne el verbo del genio madrileño.
Completan el elenco Paco Varela (Nigromántico/Diablo), Sebastián Sánchez (Don Diego de Noche), Carmela Tena (Muerte), Marisa Jiménez (Carne/Grajal), Demi Reyes (Mundo/Guitería), Maribel Tabero (Dinero), Belén Alhama (Corneja), Carlangas (Médico) y Diego Serrano (Juez). Detrás, como siempre, el sólido equipo técnico: Mónika Salazar, Esther Moruno, Marta Peña y Carmen Castro, responsables de iluminación, sonido y asistencia escénica.
Entre el barroco y el esperpento
En la primera parte, El viaje, el espectador se adentra en los laberintos de la mente quevedesca, donde las ideas cobran forma de personajes. En la segunda, La venta, el tono se vuelve costumbrista y bufonesco: aparecen mozas, un médico impostor, un don Diego de Noche de aire valleinclanesco… hasta que todo desemboca en El juicio, esa farsa delirante donde el propio Quevedo se ve obligado a defender al “reverendo ojo del culo”, símbolo de la sátira más descarnada y libre.
Mochales consigue un equilibrio admirable entre lo erudito y lo escatológico, sin perder nunca el pulso poético. El resultado es un ejercicio de teatro barroco contemporáneo, donde la palabra, afilada, ingeniosa y musical, es la verdadera protagonista. En ese juego, TIA demuestra su oficio: los actores no recitan, sino que saborean el verso; no representan, sino que invocan al espíritu del Siglo de Oro con una vitalidad que desarma.
La escenografía minimalista, sostenida en luces cálidas y una estructura de madera mutable, deja todo el peso en los cuerpos y las voces. Hay momentos de pura brillantez coral, especialmente en el juicio final, donde los personajes, alegorías del dinero, la muerte o la carne, se cruzan en un carnaval de gritos, carcajadas y verdades incómodas.
El público, entre risas y admiración
Si el estreno de junio en Clásicos en Alcalá fue un descubrimiento, lo del 24 de octubre fue una consagración. El Teatro Salón Cervantes, lleno hasta la última butaca, estalló en risas y aplausos desde el primer acto. El público disfrutó sin reservas de ese humor escatológico tan poco frecuente en los escenarios contemporáneos, agradeciendo que TIA se atreva con un material que combina reflexión y desparpajo, mística y mala leche.
Porque Sueño y defensa del ojo del culo no es solo una comedia de excesos: es también una defensa de la libertad de palabra, del cuerpo y del pensamiento. En tiempos de correcciones políticas y discursos en serie, Mochales y Alonso rescatan a un Quevedo vivo, lúcido, rebelde. Uno que habla de la dignidad humana desde los márgenes del decoro.
La función concluye con un estallido de júbilo: Quevedo, absuelto o condenado, se funde con su propio delirio. Y el público, contagiado, aplaude como quien acaba de salir de una misa profana. “Esto sí es teatro”, se escuchaba al salir del Cervantes, mientras los actores saludaban entre risas y abrazos.
No es casual que TIA haya hecho de esta obra una de las más redondas de su última etapa. Tiene el perfume del oficio acumulado durante más de cuatro décadas, pero también la frescura de una compañía que sigue explorando, que no se acomoda. En Alcalá, donde el teatro clásico suele mirarse con respeto, Mochales y Alonso han recordado que la tradición también puede ser gamberra.
El Teatro Independiente Alcalaíno firma así otro éxito que quedará en la memoria de esta temporada teatral complutense. Y, como diría el propio Quevedo, “ni el culo es indecente, ni el silencio virtud”.
















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