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Vecinos y conductores denuncian largas retenciones, ausencia de alternativas y una planificación deficiente que ha convertido la comarca en una ratonera sobre ruedas.
Villalbilla, Torres, Valverde, El Viso, Los Hueros, Peñas Albas, Zulema, Gurugú, Anchuelo y Corpa comparten estos días una misma sensación: la de haber quedado aislados del resto del mundo por una decisión que nadie parece haber meditado con suficiente sentido común. Desde que el lunes se cerró el Puente de Zulema al tráfico por las obras de ampliación de su tablero, el caos circulatorio y la frustración vecinal se han convertido en el pan de cada día.
“Una hora para ir, otra para volver”. Esa es la ecuación que miles de conductores repiten desde el amanecer. Las colas se extienden por la M-300, la M-203 y la M-224, que ahora soportan un tráfico impropio para unas carreteras secundarias. Según los cálculos más prudentes, más de 21.000 vehículos hacían a diario el recorrido entre Villalbilla y Alcalá de Henares, una cifra que explica por sí sola por qué la comarca entera vive entre la indignación y el agotamiento.
Desde las siete de la mañana hasta bien entrada la noche, los accesos se han convertido en un hervidero de cláxones, autobuses llenos, escolares que llegan tarde, padres desesperados y vecinos que revisan los mapas de tráfico en busca de una ruta alternativa que no existe. Lo que antes era un trayecto de diez minutos se ha transformado en una travesía de hasta hora y media, cuando no más.
Una ratonera llamada Zulema
La indignación se hizo oír este martes en los micrófonos de Onda Cero Alcalá, donde José María, vecino veterano de Villalbilla, puso voz a un sentimiento compartido. “Esto es un caos predecible”, lamentó. “Ayer salí dos veces, una por un tema médico y otra por trabajo. Una hora de ida, otra de vuelta. Y sin un solo guardia civil en los cruces hasta las cuatro y media de la tarde”.
José María lleva cuarenta años viviendo “ahí arriba”, como dicen los propios vecinos, en el altiplano de Villalbilla y Los Hueros. Su denuncia es la de miles de familias que se sienten atrapadas entre la improvisación y la desidia administrativa. “¿Por qué no se hizo en julio o en agosto, cuando no hay tráfico?”, se pregunta. “¿Por qué no dejan al menos un carril operativo, como se ha hecho en otros puentes? Si hay un incendio o una urgencia médica, ¿cómo pasamos?”.
Su testimonio resume el sentir general: obras necesarias, sí, pero mal planificadas. Nadie discute la importancia de mejorar infraestructuras, pero cortar por completo la principal vía de comunicación entre dos municipios de más de 200.000 habitantes acumulados es, sencillamente, un disparate.
El relato de José María en la radio local fue demoledor: “Pasé por la mañana, no había policía. La primera vez que vi a la Guardia Civil fue a las 16:40. Por ahí no pasa una ambulancia, es una carretera de dos carriles completamente colapsada. Y mientras tanto, seguimos sin explicaciones”.
Entre sus palabras se adivina no solo el enfado, sino la impotencia de quienes se sienten invisibles para las administraciones. “Esto lo ha decidido alguien que no vive aquí, alguien que no sabe lo que es bajar a Alcalá a las ocho para ir a trabajar o llevar a los niños al colegio. Nos han encerrado en una ratonera.”
Dos horas para siete kilómetros
El dia del inicio de las obras, el equipo de Madrid Directo (Telemadrid) ya había puesto rostro a ese malestar. Durante su conexión en directo desde el propio puente —entre las 12:00 y las 14:00 y de nuevo al anochecer— las cámaras recogieron la preocupación y la rabia de vecinas como Pilar o Yasmín, cuyos casos son de los que dejan un nudo en la garganta.
Pilar contaba, visiblemente emocionada, que su padre acaba de ser operado del corazón y debe acudir al Hospital Infanta Leonor de Madrid para su rehabilitación. “Antes tardábamos 25 minutos, ahora son dos horas y media”, decía. “Estamos muy preocupados, porque el cardiólogo nos ha insistido en que la rehabilitación es vital”.
A su lado, Yasmín relataba otro drama cotidiano: “Mi hija mayor entra al instituto en Alcalá a las ocho y veinte. Luego tengo que subir a la pequeña a Villalbilla, y después volver a bajar a trabajar. Siete kilómetros que ahora son cincuenta”.
Ambas coincidían en algo que resuena entre los afectados: la falta de información y previsión. “Ni siquiera sabíamos que el puente se cerraba hoy —explicaba Yasmín—, nos hemos encontrado las calles cortadas sin aviso. ¿Y si pasa algo grave, un incendio o una urgencia? Ayer ya hubo un fuego y, de haber estado cortado el puente, no llega ni el helicóptero”.
El reportaje mostró también cómo las líneas de autobús se han visto alteradas y los horarios reducidos. “En vez de ampliar, han recortado”, decía otro vecino. “Los chavales que bajan a estudiar ahora tienen que levantarse a las cinco”.
La escena en el puente era desoladora: coches dando la vuelta, vecinos desorientados, señales improvisadas y una sensación general de abandono institucional. Como resumía el reportero: “Lo que podía haber sido una mejora, se ha convertido en una pesadilla colectiva”.
Obras necesarias, pero mal planificadas
El corte del Puente de Zulema forma parte de un proyecto de la Comunidad de Madrid para ensanchar la calzada y añadir un carril bici. Una intervención que, sobre el papel, debería mejorar la movilidad y la seguridad de peatones y ciclistas, pero que en la práctica ha detonado un colapso comarcal sin precedentes.
Las obras se prolongarán al menos cinco semanas, aunque muchos temen que la previsión sea optimista. En teoría, se trata de ampliar el tablero del puente, no de reconstruirlo. Por eso mismo, los vecinos no entienden por qué no se ha optado por un plan de ejecución alterno, con cortes parciales o turnos de trabajo en verano, cuando el tráfico es mínimo.
El Ayuntamiento de Villalbilla insiste en que la actuación “no depende del consistorio”, mientras el de Alcalá de Henares evita pronunciarse sobre la gestión de los desvíos. Pero a pie de carretera la paciencia se agota. “Da igual quién sea el responsable”, dice un conductor atrapado en Los Hueros. “Lo que queremos son soluciones”.
El enfado no distingue siglas políticas ni municipios: la indignación es transversal. Los vecinos comparten vídeos, mapas y fotos en redes sociales, etiquetan a los ayuntamientos, reclaman presencia policial y, sobre todo, explican su día a día: horas perdidas, gasolina gastada, clases a las que no llegan, citas médicas canceladas.
En este punto, la crónica se mezcla inevitablemente con la reflexión: ¿cómo es posible que una comarca entera quede paralizada por una obra sin alternativas? No se trata de oponerse al progreso, sino de exigir planificación. Nadie discute el carril bici, pero ¿a costa de qué?
Los pueblos del entorno de Alcalá —Villalbilla, Torres, Valverde, El Viso, Los Hueros, Peñas Albas, Zulema, Gurugú, Anchuelo y Corpa— comparten estos días un sentimiento de comunidad forzada por el atasco: el de quienes madrugan más, pagan más y esperan más por decisiones que otros toman desde un despacho.
Y mientras el polvo de las obras se levanta sobre el cauce del Henares, la comarca aguarda algo más que paciencia: espera sentido común.