Cosquillas a un mimo | Por Adolfo Carvalho

El municipalismo, Gaza y el ruido digital se entrelazan en el debut de Adolfo Carvalho como articulista en ALCALÁ HOY. Con un alegato que parte de lo cercano para abrazar lo global, Carvalho reivindica la fuerza de los pequeños gestos —vecinales, municipales, humano, frente al silencio cómplice, la anestesia del odio en redes y la indiferencia internacional.

Fotocomposición de AH
  • Adolfo Carvalho se estrena como articulista en ALCALÁ HOY con un texto que enlaza municipalismo, Gaza y redes digitales en defensa de la dignidad común.

  • Adolfo Carvalho  se define como ciudadano del mundo. Activista de derechos humanos. Cuestiono lo evidente, exploro los mundos que llevo dentro y busco que cada pensamiento y acción tengan sentido propio. Como decía Voltaire: “El sentido común es el menos común de los sentidos”.

 

Municipalismo, Gaza y el rumor del odio digital. El municipalismo nos enseña que la política empieza en lo cercano. No en los grandes despachos ni en los hemiciclos lejanos, sino en la plaza donde se encuentran los vecinos, en la calle compartida, en el portal donde se cruzan las miradas cada mañana. Allí, en lo local, la discrepancia no destruye, sino que obliga a convivir. Es la gran verdad del municipalismo: lo común no es un concepto abstracto, sino la acera que pisamos juntos, la escuela pública que cuida a nuestros hijos, el banco del parque donde se sientan los mayores.

Frente a esa evidencia, mirar a Gaza resulta incómodo, casi insoportable. ¿Qué tiene que ver un bombardeo a miles de kilómetros con el barrio donde vivimos? ¿Qué relación existe entre un genocidio que arrasa un pueblo entero y la vida municipal de cualquier ciudad europea? La respuesta, aunque no sea inmediata, se revela clara: todo. Porque si la política es lo común, y lo común es lo que nos humaniza, entonces ningún dolor humano nos es ajeno.

El municipalismo, con su escala pequeña, nos recuerda que la dignidad es indivisible. Que lo que le ocurre al otro, aunque esté lejos, nos concierne. Y que cuando los gobiernos estatales callan o justifican, cuando los organismos internacionales se enredan en equilibrios diplomáticos, corresponde a los municipios levantar la voz y decir: “en nuestro nombre, no”.

Gaza y el eco del silencio. Gaza no es una estadística. Gaza son rostros cubiertos de polvo, hospitales destruidos, escuelas reducidas a escombros, familias enteras borradas de la faz de la tierra. Y, al mismo tiempo, Gaza es resistencia: la obstinación de un pueblo que insiste en vivir, en amar, en seguir respirando pese al cerco y la violencia.

Lo verdaderamente insoportable es la normalización. El mundo ha aprendido a mirar hacia otro lado. Los estados se refugian en discursos calculados, en silencios diplomáticos, en frases que parecen condenar sin condenar nada. Y mientras tanto, los cuerpos se amontonan, la infancia se mutila, la memoria colectiva se intenta borrar.

En ese vacío, en esa indiferencia internacional, los municipios pueden desempeñar un papel crucial. No porque puedan frenar directamente las bombas, pero sí porque pueden ser grietas de dignidad. Una moción municipal de condena, un hermanamiento con una ciudad palestina, una red de apoyo vecinal, son gestos pequeños, pero necesarios. Son recordatorios de que la humanidad no se negocia y de que, desde abajo, siempre se puede resistir al silencio cómplice.

El odio digital como anestesia. Hay otra dimensión de esta tragedia que no siempre vemos: el papel del odio digital. António Guterres, secretario general de la ONU, advirtió durante la pandemia que no solo combatíamos un virus biológico, sino también una epidemia de odio. Esa advertencia, lejos de perder vigencia, hoy resuena con más fuerza que nunca.

Las redes sociales, que nacieron con la promesa de acercarnos, se han convertido en trincheras. Allí circulan bulos más rápido que la verdad, insultos que pesan más que los argumentos, desinformación que se propaga con la velocidad de un clic. Y en torno a Gaza, ese ruido se vuelve insoportable. Porque no se trata solo de mentiras aisladas: se trata de un mecanismo sistemático que deshumaniza al pueblo palestino, que lo reduce a cifras, que lo presenta como amenaza, que justifica lo injustificable.

El odio digital funciona como anestesia. Repite tanto la desinformación que nos acostumbra al horror. Alimenta la indiferencia. Convierte la masacre en un ruido de fondo, en una rutina que ya no conmueve. Lo insoportable se vuelve soportable, y lo intolerable se normaliza.

Municipalismo como antídoto. Aquí es donde el municipalismo vuelve a ser relevante. Si las redes digitales multiplican trincheras, los municipios pueden levantar puentes. Si los algoritmos premian el ruido y la confrontación, la vida vecinal premia la convivencia.

En un barrio no se puede vivir de insultos permanentes ni de desinformación constante: la proximidad obliga a reconocer al otro, a escucharlo, a negociar.

El municipalismo puede ser, y debe ser, un laboratorio de humanidad en tiempos de ruido. Desde lo local se pueden impulsar campañas de alfabetización digital, talleres de pensamiento crítico, espacios donde el debate no signifique borrar al otro, sino escucharlo. Esa pedagogía democrática, pequeña pero imprescindible, es también una forma de resistencia frente al odio globalizado.

Porque Gaza no se defiende solo con comunicados internacionales: también se defiende en cómo educamos a nuestros hijos en la empatía, en cómo compartimos información, en cómo construimos comunidad. Y en eso, los municipios tienen un papel pedagógico que va más allá de lo administrativo.

Gaza empieza en el barrio. Denunciar el genocidio en Gaza no es un gesto lejano, ni una bandera abstracta. Es un reflejo de lo que queremos ser aquí. ¿Queremos ciudades anestesiadas por la indiferencia, o comunidades vivas que reaccionan ante la injusticia? ¿Queremos barrios convertidos en trincheras digitales, o espacios donde todavía es posible el diálogo y la escucha?

La paz que exigimos para Gaza empieza también en nuestras calles. Empieza en cómo tratamos al vecino, en qué compartimos en nuestras redes, en cómo enfrentamos la mentira y el odio. No se trata solo de señalar lo que ocurre allí, sino de preguntarnos qué Gaza pequeña toleramos aquí cuando dejamos crecer el desprecio, la exclusión o la apatía.

Gestos que cambian el mundo. Este artículo se titula “Cosquillas a un mimo” y nos recuerda que arrancar una sonrisa al silencio absoluto es casi imposible. Y sin embargo, sí es posible provocar un gesto de respeto en medio del ruido digital. Sí es posible un gesto municipal en medio de la indiferencia global. Sí es posible un gesto vecinal en medio de la anestesia colectiva.

Un gesto no cambia el mundo entero, pero cambia un fragmento del mundo. Y a veces basta con eso para empezar. Una moción en un ayuntamiento, una concentración en una plaza, una palabra compartida con respeto en redes sociales: gestos pequeños que pueden abrir caminos.

Gaza nos interpela, pero también nos revela. Muestra qué tipo de sociedad somos: una que calla, o una que responde; una que se encierra en el ruido, o una que construye puentes. El municipalismo, con su fuerza de lo pequeño, puede recordarnos que la dignidad se defiende siempre desde abajo, desde lo cotidiano.

Quizá hacer cosquillas a un mimo sea imposible, pero arrancar un gesto de humanidad en medio del odio no lo es. Y a veces basta un gesto —pequeño, municipal, vecinal— para empezar a cambiarlo todo.

La tolerancia es uno de esos valores universales que todos deberíamos practicar en nuestra cotidianeidad.

 

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