- Matthew McLaughlan Merelo, vecino de Alcalá, Máster en Relaciones Internacionales por el Instituto Barcelona de Estudios Internacionales.
Medina del Campo, Calatayud, Villena, Antequera, Puertollano, Figueras, Burgos, Segovia, Huesca, Cuenca, Ciudad Real, Toledo, Guadalajara, Girona, Lleida, Tarragona y Logroño. Esta es una lista, no completa, de ciudades en nuestro país con parada de AVE. Todas ellas tienen menos población que Alcalá. En algunos casos como el de Calatayud, nuestra ciudad es diez veces más grandes. En esta lista solo Logroño, Tarragona, Girona y Lleida tienen universidades propias completas.
Somos ciudad patrimonio de la humanidad, contamos con una universidad relevante, ni falta hace de hablar de nuestra historia. Entonces, ¿por qué siempre parece que Alcalá es irrelevante a nivel nacional?
Creo que la respuesta tiene que ver con ser la primera periferia de Madrid. Nos encontramos lo suficientemente cerca de la capital como para tener una gran población. En la actualidad, somos el tercer municipio más grande de la Comunidad de Madrid y el 31º del conjunto de España. Sin embargo, al quedar fuera del área metropolitana de Madrid y quedar en la Comunidad se fuerza una situación en la que nos encontramos desatendidos por las administraciones.
No siempre ha sido así. Durante la legislatura anterior la consecución de fondos NextGeneration provenientes de la Unión Europea y administrados por el Gobierno Central, demostraron que cuando tenemos un ayuntamiento dispuesto a representar la ciudad, se pueden conseguir medios para cambiar la ciudad. Quien no haya visitado la ciudad en los últimos años quizá no reconozca el centro, que ahora es accesible y cómodo gracias a su peatonalización. Pero, lo más importante: se ha devuelto a los vecinos.
Hoy, en lugar de utilizar nuestro potencial para continuar mejorando la vida de los alcalaínos, parece que muchos de los concejales de gobierno de nuestra ciudad parecen empeñados en hacernos sentir como un pueblo, sin importancia más allá de nuestros términos municipales.
Desde que comenzó el Gobierno del Partido Popular con Vox en la Plaza de Cervantes, solo hemos aparecido en la prensa nacional con incidentes relacionados con el racismo y la inmigración, que la alcaldesa Piquet no ha dudado en tratar de explotar a su favor (una táctica de primero de trumpismo, ¿o debería decir ayusismo?).
Este verano esta dinámica ha alcanzado una nueva cota con los incidentes de julio, ante los cuales la alcaldesa, lejos de condenarlos como demócrata, los relativizó, dejándonos una cita lamentable: “Cuánto me hubiera gustado ser una fascista”.
Más allá de lo desafortunado del comentario, ¿qué se supone que debemos interpretar de sus palabras? Yo veo una desconexión absoluta entre quien debería liderar la ciudad y los vecinos. Los mismos vecinos que, la semana pasada, se manifestaron en la Plaza de Cervantes contra el genocidio del pueblo palestino, el mismo lugar en el que menos de dos meses antes algunos pretendían organizar “cacerías”. Poco cabe esperar de una alcaldesa cuya jefa se fotografía con el equipo patrocinado por Israel, mientras los madrileños detienen La Vuelta para mostrar que no son indiferentes al horror.
Si bien la falta de conexión y de representación para la ciudad es preocupante, la gestión municipal tampoco deja bien parado al Ayuntamiento. Este verano se abrieron piscinas contaminadas al público; los colegios siguen sin aire acondicionado; se ha rechazado extender la red de autobuses a los barrios de El Olivar y Las Sedas; se vetó el Certamen de Pintura Rápida tras veintiuna ediciones, que tanta vida le da a la ciudad en octubre; y no se garantizó la seguridad en las ferias, con un apuñalamiento incluido. A pesar de que ese era uno de los supuestos puntos fuertes del consistorio de derechas.
Todos estos problemas tienen dos cosas en común. La primera es que son la consecuencia directa de una dejadez en el trabajo por parte de la alcaldesa y su equipo. La segunda es que todos estos fallos siempre acaban afectando mayoritariamente a la clase trabajadora de nuestra ciudad.
En esta columna lo he repetido muchas veces: merecemos mucho más. Por desgracia, nuestro legado nos enseña desde hace siglos que, si los vecinos no nos implicamos en que nuestra ciudad brille, nunca sucederá. Hay mucho por hacer, pero un consenso básico debería guiarnos: Alcalá debe consolidarse como ciudad de pleno derecho.
En primer lugar, Alcalá merece estar conectada como una gran ciudad. Solo tenemos dos estaciones de cercanías en la ciudad y una en el campus universitario. La mayoría de los barrios se sitúan a más de media hora a pie de ellas. Un sistema de transporte innovador, que vincule las zonas residenciales con la Vía Complutense y las estaciones, haría la ciudad más accesible. La implementación de un autobús de tránsito rápido permitiría hacer el transporte urbano rápido y regular mientras que reduciría los costes en el cambio de infraestructuras.
En segundo lugar, necesitamos conectividad nacional. Puede que no haga falta una parada del AVE, pero sí debemos poder llegar a Madrid de manera rápida y previsible, con un autobús lanzadera hasta Avenida de América (prometido por el Ayuntamiento, pero aun sin ejecutar) y un tren de conexión directa. Estoy bastante seguro de que a todos los que nos ha tocado trabajar en Madrid agradeceríamos quitarnos el estrés añadido de no saber si llegaras a tiempo al trabajo ni saber cuándo volveremos a casa cada día. Alcalá incluso podría convertirse en un gran nodo ferroviario convencional hacia el este del país. Evitando tener que ir hasta Madrid para poder viajar.
Como Ciudad Patrimonio de la Humanidad, sede universitaria y anfitriona del premio Cervantes, Alcalá debería hacer de la cultura su gran seña de identidad, como ocurre en Granada o Salamanca. Si abrimos nuestras puertas a los barrios y a los vecinos, las abriremos también al mundo. Potenciar la oferta cultural atraerá inversión y vida a nuestras calles. Lo mismo ocurre con la vivienda: solo si ofrecemos condiciones adecuadas podremos retener parte del talento que se forma aquí y que podría impulsar nuestra economía.
Para conseguir estos cambios necesitamos instituciones capaces de emprender transformaciones de largo alcance y representantes que defiendan los intereses de la ciudad más allá de la coyuntura partidista. Nuestra ciudad debería destacar por sus logros, no por controversias sobre un centro de inmigrantes, que no benefician a ningún vecino.
Mientras nuestro Ayuntamiento actual pierde el tiempo, ciudades más pequeñas disfrutan de mejores conexiones y mayor proyección, consolidando un desarrollo que en Alcalá se frena por debates estériles y una gestión que está haciendo de nuestra ciudad un lugar triste y desaprovechado. La ciudad no necesita inventar un futuro: su historia, su tamaño y su posición ya la sitúan en el mapa de las grandes urbes españolas. Lo que falta es lo más difícil de construir, pero también lo más decisivo: la visión política para estar a la altura y la convicción ciudadana de reclamarlo.