- Pilar Blasco es licenciada en Lengua española y ha colaborado en publicaciones locales en temas de actualidad política y cultural.
Costó mucho colonizar lo que hoy es el sur de Estados Unidos, en otro tiempo más de la mitad del territorio mejicano. Lo de Hernán Cortés y los mexicas y aztecas fue sencillo comparado con la verdadera conquista del Oeste, El Norte, para los españoles del XVI y siguientes. La corona española y los participantes en aquella epopeya invirtieron y perdieron muchos bienes y vidas en la pacificación y colonización de aquel territorio hostil. Las cuentas de la conquista no salen ni con el oro “robado” ni con la inexistente esclavitud ni con la explotación indígena en las minas. Los pueblos nativos al norte de Méjico fueron muchos y muy difíciles de convencer. Múltiples naciones indias enfrentadas en permanente guerra sin cuartel entre sí y contra los invasores. Unas veces aliados, otras traidores.
Nómadas la mayoría, de costumbres prehistóricas incluida la antropofagia, práctica común a la mayoría de los pueblos nativos de América. Carentes de lo que hoy llamamos empatía con propios y extraños, sino todo lo contrario, crueles al extremo, por naturaleza y por instinto de supervivencia. Remisos y beligerantes a cualquier forma de civilización, a las costumbres importadas, incluida la religión cristiana, la que los frailes españoles, y no sólo ellos, llevaban al Nuevo Mundo como el mejor tesoro que poseían, la Fe y la Salvación eterna. La mortandad de religiosos de todas las órdenes fue a la par de la de colonos y soldados, hombres, mujeres y niños. Nada que ver con la visión angelical buenista de nuestros contemporáneos respecto a los llamados pueblos originarios. La denominación Territorio Comanche viene de entonces, con todo merecimiento. Y no fueron los comanches los más indómitos, sus enemigos a sangre y fuego, los apaches les ganaron en ferocidad y salvajismo. Nunca fueron sometidos por la espada ni la cruz española.
Por mucha leyenda negra que haya circulado y que siga en marcha ahora mismo entre americanos y entre españoles, ningún privilegio ni posesión de tierras y títulos compensaba la sangría de vidas y dinero que supuso la exploración palmo a palmo del territorio de la Nueva España, Nueva Vizcaya, Nuevo León… y demás nuevos virreinatos capitaneados por gente de inmenso valor y ambición. La nómina de aventureros y héroes, nobles y villanos que se adentraron de Este a Oeste y de Sur a Norte de lo que mucho más tarde fueron los Estados Unidos de América es incontable y muy desconocida.
Últimamente están saliendo a la luz los testimonios de aquella conquista del infinito tan peligrosa e inhóspita, si cabe la peor de todas las que corrieron los hombres y mujeres que en el siglo XVI-XVII-XVIII se embarcaban hacia las fuentes de la vida y demás atractivas improbables leyendas que embelesaban los sueños de aquellos españoles intrépidos y sufridos. La recompensa no fue el oro de California, descubierto más tarde y explotado por otros, sino el desierto, la falta de alimentos, el calor extremo de los desiertos de Nuevo Méjico y Tejas, y el frío congelador de las montañas de la Sierra Madre. Y sobre todo las incursiones despiadadas de las tribus indias especializadas en el arranque de cabelleras, desmembramiento y evisceración orgánicas en vivo… Lo más piadoso era morir ensartado en docenas de flechas, como un erizo, con veneno o sin él.
Miles de quilómetros recorridos a pie y a caballo, expediciones de meses y años, llevando ganado y especies vegetales que implantar en granjas de pueblos recién creados en las nuevas provincias españolas. Administración, leyes, comercio, artesanía, manufacturas, urbanismo, arquitectura, religión, costumbres, moral cristiana, bienes de consumo, estabilidad, paz. Sin negar las fechorías y abusos de las ovejas negras inevitables en cualquier empresa, entonces y ahora, todo eso y más fue lo que la España imperial, de manos de los súbditos de la corona y en su nombre, llevó a los nuevos españoles de allende los mares y los nuevos continentes. Pues españoles de pleno derecho fueron los indios asimilados, cristianizados y nacionalizados bajo la monarquía hispana. Sus nombres y apellidos, debidamente registrados por varias generaciones lo confirman. Los Porfirio Díaz, Francisco Villa, Bustamante, Cedillo, Echeverría, Salinas, los López Obrador… hasta llegar a Shimbaum (algo ha cambiado el indigenismo).
Si los gobernantes del actual Méjico tuvieran alguna intención aparte de encubrir los problemas del país con leyendas negras del pasado, descubrirían (seguramente ya lo saben) que aquel territorio inmenso, conquistado y colonizado, españolizado y colocado bajo la protección y el amparo de un gran imperio, el mayor y más perdurable que ha tenido la historia, tras conseguir la independencia no ha hecho más que dar traspiés a cual más dañino, hasta llegar a la situación actual. La del crimen organizado y el narcotráfico la impunidad de los cárteles, la de la emigración masiva de los expulsados sociales y amenazados por la delincuencia. El feminicidio sistemático impune, la pobreza y la peligrosidad. La onerosa dependencia económica y política de los EEUU, nunca criticada a pesar de su omnipresencia, a diferencia de la conquista española de hace medio milenio. Previamente Méjico pasó por una opereta imperial francesa digna de olvido. Por la estafa y pérdida de más de la mitad de su territorio, el de los pioneros de la Nueva España. Por guerras civiles de todo signo y todo caudillismo revolucionario sangriento y desestabilizador. Por la persecución religiosa genocida contra los creyentes cristianos, indígenas en su mayoría. Esas y otras aventuras parecidas son la verdadera realidad negra, que no leyenda, mejicana.
Por el contrario no es leyenda la del oro convertido en la primera moneda patrón mundial, el Real de a ocho, prácticamente hasta el siglo XX. La del Galeón de Manila, el primer viaje comercial internacional de grandes transacciones entre Oriente y Occidente. No es leyenda la del oro, no robado sino invertido en las primeras universidades del Nuevo Mundo, escuelas y hospitales, superiores a los peninsulares. El de las ciudades las más ricas y mejores del mundo antes de la secesión. El oro real visible y palpable en las monumentales bellísimas iglesias y catedrales barrocas, recamadas del metal precioso hasta el último rincón por artistas y artesanos de primer nivel. El de la devoción a la Virgen de Guadalupe, hispana por los cuatro costados, indiscutible símbolo de unión de Méjico y España, venerada por los mejicanos de toda condición y clase. El de los grandes escritores en lengua española, tremenda literatura heredada de los clásicos europeos, alimentada en el Siglo de Oro y desarrollada en el contacto cultural entre intelectuales de todos los países hispánicos. Méjico y España, a pesar de políticos y gobernantes, no ha dejado nunca de hermanarse a través de sus artistas, de la música, el cine, del arte y la literatura, con el vínculo cultural espontáneo entre sus pueblos.
Si no fuera trágico ver a los mejicanos despojados de sus raíces culturales e históricas, colgados en el aire de la ignorancia y adoctrinamiento, engañados sobre sus verdaderos orígenes, privados de su personalidad y su soberanía, sometidos por las oligarquías criollas en su momento y por las élites económicas globalistas actuales, sería cómico verlos estos días de celebración presidencial -de la que se ha expulsado precisamente al rey de España- emplumados de falsos colorines indigenistas entonando salmodias al sol y la luna, a aquellos dioses insaciables de corazones humanos, empuñando los símbolos de sus ancestros genocidas caníbales. Y a la cabeza de todos ellos una señora presidenta de la misma guisa, de origen y nombre eslavos, nada sospechosa de hispanidad, eso sí. Proclamando a los cuatro vientos la liberación de los pueblos originarios (eufemismo de indígena, neolenguaje 2030) del yugo imperialista español desde hace más de doscientos años, en los que su país no ha hecho sino descender en el concierto y el prestigio mundial. Para llorar con lágrimas de La Noche Triste, de Moctezuma y de Tenochtitlán.
Feliz semana de la Hispanidad
Desde las secesionismo americanas, mal llamadas independencias el mundo anglo ha mantenido el antiguo Imperio Español balcanizado, fuera y dentro de cada nuevo país. por supuesto también dentro de nuestra actual España.
Nada nuevo bajo Sol