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Siempre se dijo que a España le iría tanto mejor política y económicamente cuanto mayor fuera la implicación del catalanismo en la gobernación del estado.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
De aquellos polvos vinieron estos lodos, dice la sabiduría popular. Polvos entre los que brillan con luz propia la estupidez de José Luis Rodríguez Zapatero y Pascual Maragall de lanzarse a la redacción de un nuevo Estatuto cuando nadie había planteado tal exigencia; y la estupidez aún mayor del PP cuando se lanzó a la recogida de firmas y la movilización callejera contra un Estatuto que ya había sido aprobado en las Cortes y refrendado por la ciudadanía catalana.
Hay que recordar, para explicarnos el desasosiego que hoy sentimos, que los populares recogían firmas y presentaban recursos ante el Constitucional contra artículos que luego copiaban literalmente en su propuesta de reforma de otros Estatutos, como el valenciano. Se hace difícil encontrar las palabras adecuadas para calificar semejante comportamiento. Y quizá podríamos añadir entre esas palabras que los populares, que tanto han disfrutado de la victoria de Díaz Ayuso al grito de ¡libertad!, deberían ser un poco más comprensivos y tolerantes con los secesionistas catalanes, que a fin de cuentas solo persiguen la libertad de separarse de España cuando les parezca conveniente. ¿O es que la libertad que proclamaban el PP y su candidata en Madrid solo consiste en abrir terrazas sin límites físicos ni temporales?
Siempre se dijo que a España le iría tanto mejor política y económicamente cuanto mayor fuera la implicación del catalanismo en la gobernación del estado. El problema al que hoy nos enfrentamos es que el catalanismo realmente existente lo que en verdad desea es la independencia. Y ningún gobernante español sensato puede sustraerse a esa situación, que puede acabar siendo trágica para la sociedad catalana y para la sociedad española.
¿Es sensato conceder los indultos cuando el tribunal sentenciador se ha pronunciado en contra de una manera tan rotunda? Yo solo podría contestar con un mar de dudas, sobre todo teniendo en cuenta la gravedad de lo ocurrido, la inexistencia de arrepentimiento y la voluntad de incurrir en los mismos comportamientos, expresada por muchos o algunos de los condenados. De lo que sí estoy seguro es que la concesión de los indultos no es una traición a los españoles, como enfáticamente están diciendo los portavoces de la derecha y la ultraderecha. Una gran traición a los españoles, los de ahora y los del futuro, sería no hacer nada frente a un problema que tenemos delante de nuestras narices y con el que tenemos que lidiar, queramos o no.
Estoy seguro también de que no es sensato convertir este asunto en una excusa para la movilización callejera, movilización que solo puede conducir a encrespar los ánimos y ahondar aún más el abismo que viene abriéndose entre la opiniones públicas española y catalana. Lo sensato sería, creo yo, circunscribir este debate al ámbito parlamentario, mediante la comparecencia del Presidente o la celebración de lo que hemos dado en llamar debate sobre el estado de la nación.
En su informe contrario a la medida de gracia, el Tribunal Supremo aseguraba no ver las razones de utilidad pública que pudieran invocarse. Pero esas razones de utilidad pública no pertenecen al ámbito del derecho y el Código Penal, sino al ámbito de la política y quien debe apreciarlas es el Ejecutivo. Un Ejecutivo que ya ha conseguido, muy posiblemente mediante algún pacto no escrito, que uno de los principales líderes de la intentona del 1 de octubre, Oriol Junqueras, diga ahora que aquel proyecto causó la división de la sociedad catalana y que la vía unilateral hacia no se sabe dónde es impracticable.
Algo es algo, y si la mitad del independentismo renuncia a imponer sus objetivos por la vía de los hechos consumados, podemos pensar que hay posibilidades para un tiempo nuevo en el que sea posible restañar las heridas y abrir un diálogo cuyo objetivo final no puede ser otro que conseguir que los catalanes sigan compartiendo este proyecto común que llamamos España. No es que sea muy ilusionante, la verdad, pero es el que tenemos y perderlo nos tornaría más pobres y más infelices.