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No podemos bajar la guardia y relajarnos, pero, afortunadamente, la situación ahora no tiene nada que ver con cuando comenzó la pandemia.
- Analista político colaborador de ALCALÁ HOY
No podemos bajar la guardia y relajarnos, pero, afortunadamente, la situación ahora no tiene nada que ver con cuando comenzó la pandemia. El virus sigue ahí y nosotros seguimos expuestos a él, pero es cierto que ya no ataca con la crudeza con la que lo hacía al principio. Además, los hospitales ya no están colapsados, el personal sanitario sabe cómo hay que actuar para contrarrestar al COVID-19 y todos, en cierto modo, hemos adquirido una experiencia y unos hábitos que nos harán más fuertes en caso de que se produzcan rebrotes a corto y medio plazo.
Como decía al principio, el coronavirus, como no podía ser de otro modo, también ha condicionado el debate político. Es cierto que creo que pocos se imaginaban que iba a afectar de la forma tan salvaje como lo ha hecho a la calidad del debate. Ahora mismo las ideas no parecen importar y se trata de ver quién le dice al otro la barbaridad más grande. Parece que estamos enfrascados en una especie de guerrilla en la que es obligatorio tomar partido y en la que reina la intransigencia, puesto que es imposible que los que piensan distinto se respeten mutuamente en sus opiniones sobre cómo se ha gestionado todo esto. Y no hablo solo de los políticos, también nosotros. La gente. En todo caso, a mí me preocupa que el coronavirus sirva de pretexto a nuestros representantes políticos para no devolver el debate político a donde hay que devolverlo. A las ideas y a abordar los retos a los que tiene que hacer frente España.
Creíamos que con el bipartidismo era imposible abordar ciertos debates relacionados con la obligada regeneración de la democracia y que por eso hacían falta nuevos partidos que trajeran un aire fresco a la política y que condicionaran el debate político. Yo no sé si, efectivamente, han traído aire fresco, pero creo que a pesar de que el bipartidismo no tiene el mismo respaldo social que hace ocho años y de que el tablero político está más fragmentado que nunca, esos mismos debates tan necesarios siguen sin materializarse.
Por ejemplo, la necesidad de una nueva Ley Electoral que sea proporcional y que respete el voto de cada ciudadano independientemente de dónde viva. O el debate de la necesidad de contar con una Justicia totalmente despolitizada en la que los partidos no decidan, en función de sus cuotas, quién tiene que sentarse en el Consejo General del Poder Judicial. O la necesidad de abordar el tan urgente debate sobre el modelo territorial del Estado, porque es evidente que el sistema autonómico, tal y como está formulado ahora, hace tiempo que caducó. Y unido a ello, la necesidad, también, de resolver ese desfase competencial entre Estado y Comunidades Autónomas que hace que en España haya ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda en función de dónde se vive.
O por qué no, una de las joyas de la corona. La reforma constitucional. Alguno de esos debates que he señalado, para materializarse, necesitan de una reforma de la Constitución. Porque es lícito cambiar aspectos de la Constitución, pero no conculcarla. Por tanto, reforma constitucional sí, pero para garantizar y fortalecer derechos cívicos, no para satisfacer o aliviar las ansias del nacionalismo. En definitiva, nunca una reforma de la Constitución para contentar a quienes no creen en el Estado ni respetan las normas de la democracia.
Habrá otras cuestiones que los lectores consideren tan o más importantes que las que yo he dicho. Me parece bien. La realmente importante es que se aborden, se debatan y en todo caso, se les plantee una solución. Lo que es cierto es que el debate político no puede continuar como hasta ahora, con esa crispación y esa impostura sin límites. Porque eso no es debate ni es nada. Y porque los problemas que tenemos los ciudadanos no se solucionan con descalificaciones entre los distintos actores políticos del arco parlamentario.
Hay que recuperar el debate político. El debate de las ideas. La paciencia de los ciudadanos sí tiene límites y me temo que de continuar así, esa paciencia se agotará en no mucho tiempo. Y si esa paciencia se agota, después no será tan fácil recuperarla. No llegar al descrédito de la política. Esa es la meta y eso es lo que, entre todos, hay que tratar de evitar.