- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Estimado Oriol:
Sé que eres un hombre de profundísimas convicciones católicas, cosa que me sorprende y me conmueve a un tiempo, siendo como eres también un hombre muy leído y muy ilustrado.
Quizá sea la fe católica la que en el fondo de tu alma ha inoculado una vocación de mártir de la que no puedes escapar, como esos héroes antiguos que debían seguir, si remedio posible, su destino trágico hasta el final. Y quizá te aplicas a ti mismo una de las inmortales máximas dichas por Jesús en el Sermón de la Montaña: Bienaventurados los que sufren persecución por causa de la justicia, porque de ellos será el reino de los cielos. Y me conmueve hasta los tuétanos ese estoicismo un poco ingenuo con que aceptas tu suerte al tiempo que reprochas a tu conmilitón Puigdemont que huyera cobardemente y no tuviera la grandeza de permanecer junto a los suyos, como un Séneca, un Cicerón o un Sócrates, nada menos. Consuélate pensando que ni siquiera Cristo pudo evitar la tentación de reprocharle al Padre aquella muerte cruel que le había destinado.
Quería decirte también que leí y releí con mucha atención, subrayando párrafos enteros, un artículo que escribiste en la prensa española un poco antes de las Navidades pasadas. Y me quedé asombrado porque todos y cada uno de los grandes objetivos políticos que definen tu pensamiento pueden perseguirse igualmente tanto en la España actual como en una España o una Cataluña que hubieran sufrido un proceso de escisión o secesión.
Eres historiador de profesión, Oriol, y como tal sabes muy bien que el hecho de que Cataluña sea una parte del territorio español es un puro accidente histórico. Podría haber sido de otra manera, pues claro, pero lo que yo desearía llevar a tu ánimo es la reflexión de si vale la pena empeñarse en torcer este destino que la historia nos ha reservado, movidos tan solo por una ensoñación romántica de lo que pudo haber sido y no fue.
Dentro del territorio de esa Europa federal con la que sueñas, y en la que Cataluña podría hacer realidad los ideales de libertad, igualdad y fraternidad, hay un territorio- el de Kaliningrado, con medio millón de habitantes – que ha ido cambiando de manos a lo largo de los siglos y actualmente es parte de Rusia. ¿Qué deberíamos hacer frente a esta especie de gigantesca verruga? ¿Promover quizá un movimiento secesionista con el sueño de ver nacer a otra nación que, lógicamente, se integraría en le seno de la Europa federal? ¿Y qué me dices de la frontera entre las dos Irlandas, que tantos problemas está causando en el camino hacia un “Brexit” más o menos indoloro? ¿No deberíamos promover un levantamiento, como aquel que llevaron a cabo en 1916 los fervientes católicos irlandeses, con el fin de unificar de una vez por todas la isla?
El progreso de las escuelas, la calidad y dignidad del trabajo, el bienestar de las familias. He aquí las prioridades de la acción política que te gustaría llevar a cabo, según escribiste en el mencionado artículo. ¿El hecho de que Cataluña sea parte de España y, a través de ella, de la Unión Europea es acaso un obstáculo para esa bienintencionada acción política? Tú mismo proclamas que “algunos sectores económicos son tan poderosos que someten a los Estados a sus intereses, menospreciando los derechos y dignidad de las personas, de las familias y de las sociedades”. ¿De veras crees que dinamitando los Estados ya existentes y sustituyéndolos por una miríada de nuevos Estados muy pequeñitos será posible proteger mejor a las personas, a las familias y a las sociedades?
Me dirás quizá, querido Oriol, que todo esto que ha pasado, que nos está pasando, es un problema de derechos y sentimientos, de reconocer derechos y sentimientos. Y yo te digo que sí, que es una cuestión de derechos y sentimientos, a condición de que me aceptes que derechos y sentimientos tenemos todos, no solo los patriotas catalanes que ardientemente desearían ver una “estelada” ondeando en el rascacielos neoyorquino donde está la sede de Naciones Unidas. La pregunta que te hago es cuál es el grado de sufrimiento que consideras tolerable, para ti y para mí, para la sociedad catalana y la sociedad español, con tal de ver cumplido ese sueño.
Termino esta carta deseándote suerte, pero recordándote que Cataluña – o por lo menos los ciudadanos que viven y aman y trabajan en Cataluña – ya son libres y pertenecen a la Unión Europea, que desde luego no es un Estado federal y ya veremos si llega a serlo algún día. También te digo que mi deseo es que el Tribunal Supremo establezca que cometisteis un grave delito – llámese como se llame – contra la Constitución y la convivencia democrática en España y en Cataluña. Y que diga en consecuencia que vuestro comportamiento merece un severo reproche penal. Pero puedes contar conmigo entre los defensores de una necesaria generosidad que evite que esos próximos años de tu vida – que tú temes no serán “precisamente fáciles” – sean años de encierro forzoso.
Recibe un cordial saludo.