Nació en la localidad sevillana de San Nicolás del Puerto, pero pasó largos años en Alcalá donde falleció en el año 1463 el día que él predijo: 13 de noviembre. Antes había estado en Roma donde cuidó a enfermos por una epidemia de peste. Se le atribuyen numerosos milagros en vida -curaciones cuando pasaba sus manos por las zonas dañadas untadas en aceite de lámpara de la Virgen- y dones alcanzados mediante su intercesión, como la curación del brazo de Enrique IV o la mejoría del príncipe Carlos, hijo de Felipe II. Este y otros hechos favorecieron que el Rey intercediera para su beatificación, que tuvo lugar en Roma el día 2 de julio de 1588, siendo Papa Sixto V.
Alcalá, hasta casi finales del siglo pasado, ha sufrido numerosas inundaciones por los desbordamientos del arrollo Camarmilla y del río Henares. Y siempre que llueve con fuerza, ante el miedo, sus habitantes recuerdan las palabras de San Diego: “mientras yo este en Alcalá, Alcalá no se anegará”. Y es que San Vicente Ferrer profetizó en 1412 que Alcalá desaparecería bajo las aguas. Desde entonces el cuerpo de San Diego nunca ha salido de la ciudad.
Por otro lado la ciudad de San Diego en California, fundada por franciscanos, debe su nombre a San Diego de Alcalá.
La urna de plata donde se encuentra el cuerpo incorrupto se abre a los fieles cada 13 de noviembre durante todo el día. Dicen que este santo bondadoso concede el deseo que se le pide, y creyentes o no creyentes, lo cierto es que cientos de personas se acercan para ver su cuerpo incorrupto.
Pilar Navío. Periodista