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Bardón alerta sobre la amnesia colectiva que ha distorsionado el recuerdo de la dictadura en el cincuenta aniversario de Franco y sus efectos actuales.
- Javier Bardón es profesor de Psicología Social, escritor y peatón»
¿Alguna vez se han preguntado qué pasaría si de repente perdiéramos la memoria o, peor aún, si, como en la película de Eternal sunshine of the spotless mind, alguien nos la borrara?
Sobreviviríamos, no me cabe duda —hay casos clínicos conocidos y documentados de gente que la perdió casi por completo—, pero seríamos unos extraños de nosotros mismos, no nos comprenderíamos, nos faltaría la conciencia del «yo», ya que la identidad se construye a partir de vivencias y de relaciones; de nuestra historia personal, en definitiva.
La memoria nos habla de quiénes somos, por quiénes fuimos. Sin ella solo nos quedaría el presente, careceríamos de pasado y también de futuro, pues el futuro es inercia de nuestras creencias, valores, metas… Además, seríamos incapaces de aprender nada nuevo, porque aprender implica recordar. El aprendizaje se nutre de experiencias, tanto positivas como negativas.
Lo contrario a la memoria es la amnesia. Pienso en todo esto a cuenta del cincuenta aniversario de la muerte de Franco. Porque «amnesia» se me antoja una palabra adecuada para describir todos estos años. No solo amnesia, es cierto, pero también amnesia. Una amnesia colectiva, generalizada, hija muda del dolor, el miedo o la desinformación, en el mejor de los casos, cuando no de la indolencia, el desapego o la crueldad, en el peor. Ahora no toca, se nos dijo; mirar hacia adelante es olvidar, se nos dijo; y así crecimos. Desmemoriados.
¿Cuántos de mi generación conocen a José Luis Arrese, José Solís, Serrano Suñer, Juan Yagüe o Emilio Mola? ¿Cuántos son capaces de unir la línea de puntos que va de la guerra del Rif a la sublevación militar? ¿Cuántos enumerar siquiera una ley sancionada por la II República? ¿Cuántos —alcalaínos incluidos—saben a qué partido perteneció Manuel Azaña o dónde murió, si ni desde el Ayuntamiento aciertan a escribir su apellido correctamente?
Durante la EGB, el BUP y el COU recibimos una enseñanza en bucle, que jamás fue más allá de la crisis de 1898. Una vez —quizá, tal vez, recuerdo vagamente—, nos hablaron de la Semana Trágica de Barcelona. A Azaña lo conocí a fuer de pasar todos los días por delante de su casa natal, camino del colegio. Mucho yacimiento paleolítico, muchos griegos, romanos, egipcios, don Pelayos, Felipes, constituciones de la Pepa y, al año siguiente, vuelta a Altamira.
Esta forma tan peculiar de contar la Historia choca con el principio historiográfico de proximidad temporal, que dice que los acontecimientos más próximos en el tiempo suelen tener mayor valor explicativo que los remotos. Es evidente que la dictadura de Franco es más relevante para entender el presente que las pinturas rupestres.
No digo que semejante despropósito no sea hasta cierto punto comprensible; todos los países tienen sus mitos fundacionales, episodios gloriosos que legaron al mundo, y nuestra memoria funciona en gran parte así, por etiquetado emocional: tendemos a recordar aquello que nos produce más emoción, y el orgullo casa bien con el patriotismo. Sin embargo, eso no debiera ser óbice para esconder nuestros episodios más turbios y pretender que, como nadie habla de ellos, es como si no hubieran sucedido. Al fin y al cabo, uno de los fines principales de la historia —y también de la memoria— es evitar futuros errores.
Enseñar el régimen franquista no es una boutade o un capricho; es indispensable para conocer el país en el que vivimos hoy. Como cualquier otra dictadura —siempre recomiendo el libro de Vargas Llosa, La fiesta del Chivo, para comprenderlas—, la dictadura franquista se mantuvo gracias a dos mecanismos: uno represivo, que pasaba por la eliminación sistemática de toda disidencia; y otro clientelar, tejedor de esa madeja de lealtades que todo dictador necesita para perpetuarse. Obviamente, los recursos del Estado se dedicaban a engrasar dichos mecanismos, premiando — y a veces castigando— a los actores que sostenían el sistema,detentaban el monopolio de la fuerza, o se repartían el botín: policía, militares, jueces, empresarios, burócratas y afines al régimen.
Pocas de esas estructuras se desmantelaron a la muerte del dictador. La mayoría se adaptaron de forma más o menos rápida, con mayor o menor voluntad. Algunas aún perduran. Esto explica por qué hoy tenemos jueces que dictan sentencias con olor a naftalina, militares nostálgicos o policías con tolerancia selectiva. La transición tampoco fue el modelo que nos vendieron, aunque en este punto parece que existe ya cierto consenso. Se nos hurtó la memoria y se nos impuso el silencio, o un relato edulcorado y paternalista.
En la psicología —¡y en la vida!—, ocultar o negar un suceso traumático no suele ser una buena idea, porque nos desconecta de quiénes somos, dificulta nuestras relaciones, alimenta la represión emocional y nos impide aceptar e integrar las experiencias negativas, que se enquistan, se somatizan y, a menudo, se canalizan en pulsiones agresivas o violentas.
No solo eso, reprimir el trauma lo propicia, lo vuelve más probable. Ya lo apuntaba el propio Freud hace más de cien años: lo reprimido, lo ocultado, no desaparece, sino que sigue actuando en secreto, en el subconsciente, y retorna en formas insidiosas. Pocos pensamientos podrían describir mejor el momento político que vivimos.
Volviendo a la pregunta inicial: sí, necesitamos de la memoria, así que, por favor, devuélvannosla, no nos la borren. No sigan con la letanía de que todo lo hicieron por nuestro bien, como si fuéramos niños. Queremos ser conscientes y responsables; hacernos cargo de nuestra historia. Para crecer. Para que no se repita.

















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Suscribo todas tus palabras. La amnesia a la que te refieres es, en mi opinión, deliberada. No interesa explicar el franquismo porque los poderes de nuestra sociedad actual son herederos directos de ese régimen que nunca condenaron. No hubo depuraciones, los jueces… franquistas siguieron ejerciendo como si tal cosa. Y así nos luce el pelo.
Debe ser un mal endémico de la clase política española. La historia se repite hoy, recientemente. No se cuenta quien es ETA, de tal modo que se blanquea y se convive con ellos como si no tuviéramos memoria. Es cuestión de estómago, a veces.
Estupenda síntesis de nuestra historia reciente, tan olvidada en el ámbito educativo. Y de aquellos polvos…
El causante principal de que nuestra sociedad no tenga memoria histórica, radica esencialmente en el sistema educativo actual, tremendamente politizado y desmembrado. Sólo hace falta desplazarte 50 km para que éste sea distinto. No obstante, me extraña ya que sobre el tema llevamos recibiendo información continua desde la toma del presidente Zapatero, allá por el 2011 hasta nuestros días. Imposible olvidar a Franco y su régimen, cuando es cartel electoral todas las elecciones.