Pedro Sánchez, el influencer que sobrevivió a todos los capítulos | Por Pedro Enrique Andarelli

Mientras lidiaba con el dichoso error 505 que me dejó fuera de X, me dio por escribir este divertimento sobre un Pedro Sánchez cada vez más influencer y más resiliente, capaz de sobrevivir a sobresaltos políticos, jueces vocacionales y crisis emocionales de país sin perder la sonrisa ni la chupa. Entre la ironía y la fascinación, trazo aquí el retrato pop de un presidente que se reinventa mientras media España refresca el navegador.

Charlas pop, política y música en un estudio muy rojo
  • Sánchez exhibe su faceta influencer mientras sortea crisis y adelantos, en un retrato irónico que mezcla política pop, humor y resiliencia presidencial.
El autor lidiando con X y su humor tecnológico infernal

Mientras esperaba a que Cloudflare dejase de hacer el ridículo con su error 505 y me permitiera entrar otra vez a X, me entregué a este divertimento un tanto disparatado, que no sé si acabará siendo artículo, nota de humor o simple desahogo de este martes en el que la tecnología decidió ponerme a prueba. Mi navegador se quedaba congelado ante cada intento de acceder a la red del pajarito muerto y resucitado, así que pensé: si no puedo entrar en X a ver cómo respira el país, al menos escribiré sobre alguien que siempre respira, incluso bajo el agua, incluso bajo fuego antiaéreo, incluso cuando sus adversarios anuncian su defunción política una vez al mes. Me refiero, claro, a Pedro Sánchez, el único dirigente europeo que puede presumir de haber vivido siete vidas políticas y seguir luciendo chaqueta vaquera negra como si le acabaran de dar una beca Erasmus de madurez tardía.

No sé si es la edad, el algoritmo o su legendaria capacidad de resucitar después de cada entierro político, pero cuanto más tiempo pasa, más se parece Sánchez a esos héroes mitológicos que regresan de cada batalla sonriendo, como sabiendo algo que los demás no saben. Esa mezcla de resiliencia, templanza, terquedad y descaro me fascina. Y aquí reconozco mi debilidad por la gente brava, la que no se esconde cuando vienen mal dadas. En ese club selecto también meto a Ayuso sin menoscabo de crítica merecida, que ahora mismo está atrapada en su propio laberinto judicial, político y personal, pero continúa ahí, en pie, peleona, repitiendo su argumentario como si fuera un mantra pop que sus seguidores recitan de memoria. Dos iconos pop de la posmodernidad española, cada uno en un extremo del tablero, cada uno generando pasiones, grietas y titulares. Son irresistibles.

El caso es que estos días se ha cumplido el aniversario de su segunda investidura, la de esta legislatura que empezó entre gritos, negociaciones de madrugada, portadas apocalípticas y anuncios de colapso institucional. Un año después, y contra pronóstico, la criatura legislativa camina sola. Las encuestas, ese termómetro caprichoso, colocan a Sánchez por encima de la barrera psicológica del 29 por ciento, mientras el PP sigue atascado como quien intenta arrancar un coche con el freno de mano echado. Vox mantiene un crecimiento que entusiasma a los suyos y asusta al resto, pero ni con eso se mueve el eje del tablero. El país lleva meses convertido en un carrusel emocional y el presidente, lejos de marearse, parece disfrutar del viaje.

Y aquí es donde entra su reinvención como influencer. Uno abre TikTok y ahí está Pedro Sánchez, recomendando libros, música, lecturas de madrugada, ensayos sobre inteligencia artificial, poemas de Lope y discos de Rosalía. Uno abre Instagram y lo encuentra en modo padre de familia, viajero curioso, gourmet espontáneo y defensor de Radio 3 como faro cultural del mundo occidental. Uno abre X y lo ve como estadista tenso, diplomático a media voz, escritor de hilos kilométricos y comentarista de crisis internacionales. Tres sillas, un mismo personaje. La política convertida en serie.

El boom llegó en septiembre, cuando se estrenó en TikTok con un vídeo denunciando el conflicto en Gaza. En dos meses superaba los doscientos mil seguidores, dejando atrás a muchos líderes europeos que llevan años intentando parecer simpáticos en vídeo vertical sin conseguirlo. No baila, pero le falta poco. Y cuando recomienda música se nota que la escucha. No es postureo, es intención. Su playlist de 2023 llevaba a Taylor Swift, Dua Lipa, Harry Styles y Baiuca, una mezcla que haría sospechar a cualquier sociólogo, pero que funciona. Y en 2025 su recomendación estrella es “LUX”, de Rosalía, que dice que escuchó del tirón y calificó de maravilla. Con esa convicción se recomiendan las cosas que te cambian el ánimo.

Lo literario tampoco se queda atrás. Sánchez presume de lecturas: desde los Sonetos de Lope de Vega a las Sonatas de Valle-Inclán, desde Una habitación propia de Virginia Woolf al noir cubano de Leonardo Padura, pasando por Kissinger, Cercas y Benjamín Prado. Y sí, su estreno como booktoker fue con Anatomía de un instante. Ironías del destino: un presidente leyendo sobre un golpe de Estado mientras navega titulares que lo presentan, según el día, como héroe o villano.

Claro que no todo ha sido un jardín florido en este 2025. Nada que incluya a Begoña Gómez y al juez Peinado puede considerarse apacible. Durante meses el país entero jugó a CSI Moncloa, con filtraciones, editoriales encendidos, tertulianos en éxtasis y una oposición que creyó tener, por fin, el clavo ardiendo. Al final, el caso se fue desinflando por su propio peso, con el juez convertido en protagonista accidental de la crónica nacional y el presidente saliendo, una vez más, indemne del incendio. Lo mismo ocurrió con la serie Koldo, el spin-off de Ábalos y la saga Cerdán: todos parecían capítulos definitivos, y todos acabaron diluyéndose como si la trama tuviera vida propia y decidiera no obedecer al guion.

Mientras todo eso pasa en el nivel macro, aquí en Alcalá seguimos con nuestras propias novelas de sobremesa. Hace días escribí sobre ese portavoz socialista que anda deshojando la margarita, que si se va, que si se queda, que si se cansa, que si vuelve a animarse. Como en las mejores series de política-ficción, nunca sabes si habla en serio o si está esperando un giro del destino. Lo menciono porque me fascina cómo la política nacional y la local se reflejan mutuamente como espejos deformantes. La reinvención de Sánchez en TikTok llega hasta los barrios, aunque nadie lo diga. Las encuestas de CIS llegan a Alcalá como una ráfaga de viento. Y lo que ocurre en Madrid se filtra aquí, como un perfume caro ligeramente diluido. Nada es ajeno a nada.

La pregunta del millón, la que sobrevuelve todo este panorama, es si Sánchez se planteará adelantar las elecciones a junio de 2026. Hay argumentos que lo animan: buen momento en encuestas, oposición desnortada, estabilidad parlamentaria razonable, desgaste controlado y un clima internacional donde España está encontrando un extraño protagonismo. También hay motivos para frenarlo: un adelanto excesivamente táctico podría reactivar a la oposición, enfadar a los socios o fracturar ciertas equilibrios internos. Pero la tentación existe. Cuando un presidente empieza a gustarse a sí mismo, cuando descubre que el personaje funciona, cuando la cazadora de cuero encaja mejor que el traje de invierno, cuando TikTok sonríe, cuando Instagram brilla, cuando X arde, empieza a escuchar un rumor que dice: ahora o nunca.

No diré que lo vaya a hacer. Pero tampoco diré que no. España ha entrado en una fase de política líquida donde todo puede pasar y, al mismo tiempo, nada cambia demasiado. Sánchez es el mejor ejemplo: un hombre que ha sobrevivido a sus adversarios, a sus aliados, a sus excompañeros, a los jueces, a los medios y hasta a sí mismo. Lo que haga ahora dependerá de si quiere pasar a la historia como el resistente o como el audaz. Y quizá las dos cosas sean compatibles.

No sé si este artículo es análisis político, comentario cultural o confesión personal, pero sé que lo he escrito entre la risa, el cariño y esa fascinación que me producen quienes saben reinventarse sin perder la compostura. Sánchez y Ayuso, cada uno a su manera, son hijos de esta era donde la estética gobierna tanto como la ideología. Uno con cazadora, la otra con argumentario. Uno ascendiendo en TikTok, la otra atrapada en su laberinto. Dos personajes que mantienen al país entretenido mientras esperamos que la democracia siga su curso. Y yo, mientras tanto, sigo mirando el navegador a ver si X vuelve de su siesta, no vaya a ser que este martes me sorprenda con otro apagón digital…

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