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La reflexión subraya que, pese a sus fallos, la democracia ha dado libertad y dignidad a España frente a la miseria y represión de la dictadura.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaíno que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Se cumplen en estos días cincuenta años desde la muerte del dictador Francisco Franco y parece obligado, dada nuestra tendencia a celebrar los números redondos, hacer un balance de lo que han sido estas décadas para la vida de los españoles. Habría que decir, para empezar, que estamos ante los mejores cincuenta años de la historia de España en los últimos cuatro siglos. Hemos pasado de sufrir una dictadura sangrienta después de una terrible guerra civil a un régimen de libertades democráticas equiparable a cualquier otro de los que existen en el mundo. Y hoy tenemos todo aquello que añorábamos de los países a los que queríamos equipararnos: elecciones libres, derecho de asociación y de opinión, libertad de prensa, una Constitución avanzada, derechos sociales e individuales.
Creo que la mejor conclusión a la que podemos llegar, después de lo vivido en estos cincuenta años, es que la democracia más imperfecta es preferible y mejor para la dignidad del ser humano que la dictadura presuntamente más eficiente. Y digo presuntamente porque no es verdad que un régimen autoritario sea capaz de resolver mejor los problemas cotidianos a los que nos enfrentamos los ciudadanos. Una vez más hay que recordar al brillante Churchill: la democracia es el peor de los sistemas políticos, siempre y cuando descartemos a todos los demás.
A quienes piensan o defienden – lamentablemente, un alto porcentaje de jóvenes – que la dictadura era preferible al régimen actual, hay que recordarles algunas de las cosas básicas y atroces que ocurrían en la España de Franco: los que se atrevían a abrir la boca tenían que ir al exilio, a la cárcel o al paredón de fusilamiento. Se pasaba hambre, mucha hambre, y la represión era brutal. Es verdad que a partir de los sesenta hubo un crecimiento económico y una modernización notables, gracias al turismo, a la inversión extranjera y las remesas que enviaban a sus familias los millones que habían tenido que emigrar para huir de la miseria más absoluta. Para hacerse una idea del desastre sin paliativos ( incluso para quienes pertenecían o creían pertenecer al bando de los vencedores) que supuso la dictadura franquista basta con un solo dato: la renta per cápita que tenían los españoles en 1935 no se recuperó hasta veinte años después.
En la democracia no vale el ordeno y mando, tan querido por los dictadores y las gentes de pensamiento autoritario. En la democracia no existe la unanimidad ni las votaciones de más del 99 por ciento con que resultan aprobadas las propuestas dictatoriales. La democracia es un régimen representativo, deliberativo, en el que hay que dialogar y negociar cada día en busca de acuerdos y soluciones que puedan suscitar el apoyo de la mayoría. En las elecciones se elige un Parlamento, que viene a ser un reflejo (casi siempre imperfecto) de una sociedad tan inmensamente plural como la nuestra. Cuando no hay elecciones libres todas las voces discrepantes son silenciadas o exterminadas. En España les pasó eso a muchos que inicialmente habían estado a favor del golpe de Estado perpetrado por Franco y el resto de generales.
¿De dónde viene, entonces, el malestar que anida en una buena parte de nuestra sociedad? ¿De dónde viene esa desafección hacia un régimen en el que cada uno puede expresarse y vivir su vida en plena libertad? Quizá hay que decir que ciudadanos contrarios al pensamiento liberal y partidarios de las soluciones autoritarias los ha habido y habrá siempre. Lo peligroso para las democracias ( peligroso para todos, incluidos los partidarios de las dictaduras) es cuando esos ciudadanos contrarios al régimen de libertades acaban siendo mayoritarios.
Y quizá hay que subrayar también el mal comportamiento de nuestros representantes. Esos debates, a veces tabernarios, que todo el mundo puede ver en los telediarios. Y la corrupción, sobre todo la corrupción. Pero a este respecto podemos hacernos una pregunta: ¿cómo es que Franco, con su sueldo de general, pudo convertirse en una de las mayores fortunas de España? La respuesta es obvia: corrupción. Lo que pasa es que en una dictadura no hay prensa libre, y en consecuencia la opinión pública nunca sabrá de las tropelías que puedan cometer el dictador y su entorno. De hecho, si no hubiera existido la democracia en España nunca habríamos conocido las tropelías fiscales y de todo tipo cometidas por el Rey emérito, tropelías que le obligaron a abdicar y marchar al exilio.
Así que los cincuenta años transcurridos desde la muerte de Franco son un buen momento para reafirmar nuestra fe en las libertades democráticas. Porque la democracia, con todos sus defectos y sus ineficiencias, con todas las decepciones o disgustos que a veces nos causa, es el régimen en el que cada uno puede escoger, sin que nadie le persiga o le señale con el dedo, su propio camino hacia la prosperidad y la felicidad


















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