LOS JÓVENES Y LOS IMPUESTOS | Por Santiago López Legarda

Santiago López Legarda reflexiona con ironía y sentido cívico sobre los resultados de una encuesta del CIS que revelan que muchos jóvenes creen que viviríamos mejor sin pagar impuestos. Una crítica serena a la desinformación fiscal y al espejismo digital de los “influencers” que huyen de Hacienda. ALCALÁ HOY publica este artículo en su apuesta por la pluralidad, sin que ello suponga necesariamente compartir las opiniones expresadas.

Fotocomposición de AH
  • El autor advierte, con tono pedagógico, que sin impuestos no hay sociedad posible y que la evasión fiscal mina la convivencia democrática.

 

  • Santiago López Legarda es un periodista alcalaíno que ha ejercido en diferentes medios nacionales.

 

Leo en un periódico de gran tirada que el cuarenta por ciento de los varones jóvenes españoles ( entre 18 y 24 años) se muestran de acuerdo con la idea enloquecida de que “si no se pagara ningún impuesto todos viviríamos mejor”. El dato está sacado de una encuesta reciente del Centro de Investigaciones Sociológicas y supongo que merece alguna credibilidad, aunque el principal instituto de opinión esté dirigido por un señor llamado José Félix Tezanos. El único consuelo que cabe frente a una radiografía tan desoladora es que al parecer las chicas de la misma edad no comparten en absoluto esas ideas tan retrógradas de sus compañeros. Sabemos además, por otras encuestas, que las chicas suelen leer más, estudiar más, sacar mejores notas y, en general, ser más disciplinadas en el trabajo que los chicos. Seguramente también conocen mejor el articulado de la Constitución española, donde se dice que todos los ciudadanos debemos contribuir al sostenimiento de los gastos públicos según nuestra capacidad económica.

¿Es injusto calificar de retrógrados a estos jóvenes por sus ideas tan radicalmente contrarias al pago de impuestos? A lo mejor sí, no lo sé. Pero también podríamos considerarlos un poco indocumentados, porque muy posiblemente sus respuestas habrían sido otras si, antes de contestar a los encuestadores, se hubieran parado a pensar un momento qué pasaría en las comunidades donde viven si de pronto todos los vecinos dejaran de pagar la cuota de la comunidad. ¿Quién limpiaría entonces las escaleras, quién pagaría la luz de los espacios comunes, quién se encargaría del mantenimiento de los ascensores, quién abonaría el seguro del edificio y las reparaciones necesarias? A fin de cuentas, la cuota mensual de la comunidad no deja de ser un impuesto aprobado entre todos para garantizar unas condiciones en las que sea posible la concicencia.

Podría suceder que nuestros jóvenes varones no tuvieran ni idea de que existe una cosa llamada cuota de la comunidad. Por mi parte les confieso que a esa edad yo no tenía ni idea de cuánto pagaba mi madre por el teléfono o por el IBI, que entonces llamábamos Contribución. Y cuando alquilé mi primer piso me enteré de que había que pagar todos los meses a la compañía eléctrica cuando me cortaron la luz. Yo vivía en mi mundo de grandes utopías para el futuro y daba por hecho que de esas cosas tan del día a día se ocuparía la propietaria.

¿En qué mundo viven nuestros jóvenes varones? Sin duda, no en el que reflejan los periódicos que no leen, sino en el que les ofrecen las sacrosantas redes sociales, donde campan a sus anchas triunfadores o presuntos triunfadores que ganan mucho dinero y que se han ido o piensan irse a vivir a Andorra porque “en España se pagan muchos impuestos, muchos más impuestos que en los otros países de Europa”. La idea más suave que transmiten estos predicadores “influyentes” es que el Estado nos cobra esos impuestos excesivos sin saber muy bien para qué; y muchos tratan de héroes a los defraudadores fiscales porque, para ellos, Hacienda es una organización criminal, algo así como la Mafia.

No quisiera caer en el paternalismo, pero creo que estos jóvenes irán viendo las cosas de otra manera a medida que vayan cumpliendo años. Y creo que acabarán llegando a la conclusión de que si nadie pagara impuestos entonces todos viviríamos
no mejor, sino mucho peor. No hace falta tener más que dos dedos de frente para comprender que sin impuestos la sociedad y la convivencia serían imposibles. Regresaríamos a la ley de la selva, en el mejor de los casos. Necesitamos guarderías, escuelas, institutos, centros de salud, hospitales, universidades, carreteras, fuerzas de seguridad y de defensa, jueces, ferrocarriles, residencias de mayores. Sin todas esas cosas, y sin otras muchas de una larga lista, no podríamos vivir en sociedad.

Una pregunta más razonable, y que sería interesante debatir con nuestros jóvenes anti-impuestos, es si, en efecto, pagamos muchos impuestos. A lo mejor es cierto que se paga mucho, aunque esta idea la difunden sobre todo los más ricos y los que siempre andan buscando triquiñuelas y escapatorias para pagar menos o no pagar nada. Pero no olvidemos (querría decirles a nuestros jóvenes) que los impuestos no son un capricho de los gobernantes, sino una consecuencia de las necesidades y las demandas sociales. Y lo que sucede, de hecho, es que esas demandas y necesidades son mayores que la capacidad recaudatoria de las administraciones públicas. De ahí los problemas recurrentes con el déficit y la deuda.

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