Alcalá de Henares inicia las obras para salvar la Casa Palacio del antiguo Bar Torrejonero

Alcalá de Henares ha iniciado las obras de consolidación de la Casa Palacio de los Campo de Arce, un inmueble del siglo XVII oculto durante décadas tras la fachada en ruinas del antiguo bar Torrejonero. Con una inversión de 347.000 euros, los trabajos buscan estabilizar fachadas y estructuras, prevenir riesgos y abrir camino a una futura restauración. Una intervención que une la memoria vecinal con el compromiso de preservar el patrimonio histórico complutense.

Foto del Ayuntamiento
  • El Ayuntamiento destina 347.000 euros a consolidar la Casa Palacio del siglo XVII y abrir camino a su futura recuperación patrimonial.
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El pasado y el presente se dan la mano en la calle Empecinado. Donde durante décadas resonaron las voces juveniles y los vasos del bar Torrejonero, hoy se levantan andamios y se oyen martillos. Tras más de veinte años de abandono, el Ayuntamiento ha iniciado la restauración de la Casa Palacio de los Campo de Arce, un inmueble del siglo XVII oculto tras la fachada en ruinas del mítico local de copas. La operación no es solo arquitectónica: es también un acto de memoria y de dignidad urbana.

Las obras, adjudicadas por 347.000 euros, buscan estabilizar un edificio que amenazaba con desplomarse. Se trata de una intervención inicial, de consolidación y seguridad, con la vista puesta en futuras fases que permitan devolver a la ciudad una pieza fundamental de su patrimonio. Entre tanto, vecinos y paseantes observan con expectación cómo se abre un nuevo capítulo en la historia de un rincón muy querido de Alcalá.


Una casa solariega bajo los escombros

La Casa Palacio de los Campo de Arce está catalogada como Bien de Interés Patrimonial (BIP) y protegida dentro del Plan Especial del Casco Histórico. Su origen probable se remonta a la segunda mitad del siglo XVII, aunque las primeras referencias documentales aparecen en el Catastro de Ensenada de 1753. El inmueble conserva la tipología de las casas solariegas complutenses: dos plantas, cueva y añadidos posteriores.

A lo largo de los siglos XIX y XX se fueron sumando construcciones auxiliares, como una crujía de servicio tras la demolición de la muralla, y más tarde una segunda planta en la esquina de la plaza Puerta del Vado. El resultado era un conjunto de 935 metros cuadrados, repartidos entre planta baja y primera. Sin embargo, las sucesivas transformaciones y décadas de abandono convirtieron aquella casa noble en un cascarón de muros tambaleantes.

El concejal de Patrimonio Histórico, Vicente Pérez, reconoce que el estado de conservación era “crítico”. El proyecto actual se centra en consolidar fachadas, estabilizar estructuras y retirar elementos con riesgo de desprendimiento. También contempla sondeos arqueológicos para conocer mejor la evolución del edificio y su relación con la antigua muralla. “Es un compromiso con nuestro patrimonio y con la seguridad de los vecinos”, subraya el edil.

En los últimos años se han dado pasos previos. En 2020 se realizó una lectura de paramentos y en 2022 se practicaron sondeos que ayudaron a identificar cronologías y fases constructivas. Esos trabajos sirven ahora de base a la intervención.

La recuperación de la Casa Palacio busca evitar la degradación y sentar las bases de una futura restauración integral. No solo se trata de salvar un inmueble: es también recuperar un fragmento del paisaje urbano complutense y la huella de una familia histórica, los Campo de Arce, que contribuyó a dar forma a la ciudad en pleno Siglo de Oro.


Del Torrejonero al silencio

Quienes fueron adolescentes en los noventa recuerdan bien el Torrejonero. Aquel bar, algo cutre pero entrañable, era el punto de partida de muchas noches de estudiantes del Instituto Alonso Quijano y alrededores. El local tenía paredes rústicas, ventiladores vetustos, una columna forrada de espejos y un futbolín que era casi un rito de iniciación. Allí se jugaba al mus, se compartían refrescos baratos y se planeaban las rutas hacia otros locales de moda como Tic-Tac, Akelarre o Jauja.

El nombre, Torrejonero, parecía rendir guiño a la vecina Torrejón de Ardoz. No faltaban las bromas entre pandillas ni los encuentros con desconocidos que terminaban siendo amigos de noche. Fue un bar de tránsito, de arranque y de memoria, más íntimo que glamuroso. Y eso mismo lo hizo inolvidable.

El cierre llegó discretamente, entre 2000 y 2002, sin titulares ni despedidas oficiales. Para quienes habían crecido entre sus paredes, el Torrejonero pasó a ser un fantasma urbano: una persiana bajada, muros agrietados y carteles de peligro. La ruina se prolongó dos décadas, convirtiéndose en un nido de ratas y ocupaciones esporádicas que preocupaban al vecindario.

“Estamos encantados de que se recupere el inmueble, pero también pedimos seguridad durante las obras”, comenta Carlos Castro, vecino del entorno. Su voz resume la doble mirada con que se contempla hoy la obra: ilusión por ver desaparecer el vallado y el abandono, pero también temor por los riesgos que pueden darse mientras duren los trabajos. Y también algunos reproches de paso al Ayuntamiento, como la queja enviada a este medio sobre la falta de un paso de peatones seguro en el cruce con Portilla.

Al fin y al cabo, la recuperación del inmueble no borra su pasado reciente: fue, durante años, el Torrejonero. El bar nunca volverá como tal, pero su recuerdo sigue vivo en quienes allí dieron sus primeros pasos nocturnos. La paradoja es que tras aquellas noches de risas y futbolines se escondía, sin saberlo, una Casa Palacio del XVII. Hoy la arqueología y la restauración redescubren lo que las copas y la música habían relegado a un segundo plano.


Un proyecto entre técnica y memoria

La intervención actual no es la primera aproximación al edificio. Como apuntan los técnicos, la historia material de la Casa Palacio se puede leer en sus muros: tapiados, aperturas de nuevos huecos y sucesivas subdivisiones a partir del segundo tercio del siglo XX. Fotografías antiguas y estudios recientes permiten trazar las etapas de crecimiento y transformación del conjunto.

Los trabajos abarcan la consolidación de las fachadas exteriores —a la calle Empecinado, la travesía de las Siete Esquinas y la calle de las Siete Esquinas—, la estabilización de estructuras y la eliminación de riesgos de desprendimiento. También se retirará el vallado que ocupaba parte de la vía pública. La arqueología tendrá un papel protagonista, pues se trata de comprender cómo la construcción dialogaba con el trazado de la muralla medieval.

El reto es doble: recuperar la autenticidad histórica y, al mismo tiempo, imaginar un uso futuro que devuelva al inmueble su función social. De momento, el Ayuntamiento guarda prudencia sobre esa segunda fase. Lo urgente es salvar la estructura.

Entre tanto, la ciudad se reencuentra con un pasado reciente. Para muchos jóvenes de los 90, la palabra Torrejonero aún evoca partidas de futbolín y primeras copas. Para los historiadores, el apellido Campo de Arce remite a una de las familias que marcaron la vida complutense en el Siglo de Oro. Y para los técnicos municipales, es un desafío de ingeniería y arqueología que exige precisión milimétrica.

El edificio llevaba años siendo una herida abierta en el paisaje de la calle Empecinado. Su degradación no solo suponía un riesgo físico, sino también un símbolo de abandono en pleno casco histórico. La inversión actual es, por tanto, un gesto de responsabilidad colectiva: una forma de coser el tejido urbano con respeto a la historia y atención a la vida cotidiana.

Los vecinos respiran aliviados al ver el movimiento de grúas y andamios. “Mejor eso que seguir viendo un solar vallado, lleno de basura y con pinta de caerse en cualquier momento”, resume un comerciante cercano. No faltan, claro, quienes reclaman mayor rapidez o garantías de que el edificio no vuelva a quedar a medio camino. Pero el consenso general es claro: Alcalá no podía permitirse perder otra pieza de su memoria.

La Casa Palacio de los Campo de Arce comienza así una nueva etapa. Entre informes arqueológicos, cálculos de resistencia y presupuestos ajustados, late también el recuerdo humano de un bar modesto que marcó a una generación. La restauración no es solo la de unos muros: es la del relato compartido entre piedra, historia y vida cotidiana. Y en Alcalá, como siempre, las piedras guardan más de lo que parece.

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