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A los dirigentes, simpatizantes y votantes de VOX se les ve ahora tan subidos de moral como a las huestes de Pablo Iglesias en vísperas de las elecciones generales de 2015.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaino que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
La política española nos ha dado sorpresas mayúsculas en los últimos años. Recordarán los lectores de Alcalá Hoy la sensación que causó Podemos con sus cinco parlamentarios europeos en las elecciones de 2014. Más recientemente la gran campanada la ha dado VOX, un partido que ya tiene unos cuantos años de historia pero que hasta las elecciones andaluzas del pasado año no había rascado bola.
A los dirigentes, simpatizantes y votantes de VOX se les ve ahora tan subidos de moral como a las huestes de Pablo Iglesias en vísperas de las elecciones generales de 2015. Espero que nadie se moleste si digo que se disponen a asaltar los cielos al grito de “¡Santiago y cierra España!”. El Secretario General de la formación incluso sueña con un proceso de desintegración del PP como el que sufrió la UCD después de las elecciones de 1982.
Los sociólogos y demás expertos en análisis políticos y sociales nos explicarán algún día, supongo, las razones de esta estruendosa irrupción en el panorama electoral y parlamentario de nuestro país. A veces se ha dicho que el voto a la extrema derecha se nutría de los golpeados por la crisis y la globalización, los miedosos frente a la presunta competencia de los extranjeros más pobres que ellos, los asustados frente a un hipotético futuro cuajado de burkas y minaretes, los desesperados frente a un mundo que frustra una y otra vez sus expectativas. Sin embargo, he visto la lista de candidatos que presentan en Alcalá para las elecciones locales y, en general, me parecen gentes que no tienen nada que temer. Son clase media pura y dura, sólidamente establecida: profesores, abogados, economistas, asesores fiscales, auditores. Así que de momento llego a la conclusión de que el miedo que inspira a todos estos conciudadanos es el miedo a la desintegración de España.
Yo quisiera encontrar las palabras más educadas – y también las más adecuadas – para expresar el respeto que me merecen todos aquellos que el día 28 introduzcan una papeleta de VOX en las urnas. Pero con todo ese respeto quisiera también formularles algunas preguntas y reflexiones. ¿Ustedes creen que un hombre que propone cambiar el himno nacional por El Novio de la Muerte está –políticamente hablando- en sus cabales? ¿Ustedes creen sensato que alguien vaya a los mítines a proclamar que los españoles – que no pasamos de ser unos alfeñiques en el contexto actual de la política internacional – vamos a conquistar de nuevo el mundo? Quizás podríamos conquistarlo – simbólicamente al menos – si fuéramos capaces de generar media docena de directores de cine tan brillantes como Pedro Almodóvar, conocido y admirado en las antípodas y en la fría Islandia.
¿Se han parado ustedes a pensar un poco en los sufrimientos sociales que ocasionaría una política fiscal radicalmente favorable a los más ricos y poderosos? Y qué me dicen del “sagrado derecho” a poseer armas con las que defenderse de toda hipotética amenaza. No piensen solo en la muy icónica imagen de Charlton Heston empuñando un Winchester 73 delante de los enfervorizados miembros de la Asociación Nacional del Rifle. Piensen por un momento en los 40.000 muertos al año que ocasionan las armas de fuego en los Estados Unidos. He escrito bien la cifra: 40.000 muertos al año, casi tantos como en toda la guerra de Vietnam. ¿Cuántos sufriríamos en España con esa política, teniendo en cuenta que la población de Estados Unidos son 350 millones de personas? Resuelvan, por favor, esta regla de tres antes de escoger su papeleta de votación.
Recuerden que lo que tuvimos en España entre 1939 y 1975 no fue otra cosa que un gobierno de extrema derecha que había exterminado toda posible oposición. Y recuerden asimismo cómo o en qué acabaron aquellas eufóricas demostraciones de los años treinta del siglo pasado en la Unter den Linden.
Ustedes me recuerdan – se lo digo sin ánimo de ofender – a las personas de buena fe que, después de todo lo que ha llovido sobre la humanidad, aceptan la idea de que la Tierra es plana. Uno puede viajar al centro en un autobús a cuyos mandos va un hombre que cree a pies juntillas que la Tierra es plana. No pasa nada. Pero qué ocurre o puede ocurrir si, por un giro caprichoso del destino, este conductor – o este pintor callejero al que nadie presta mucha atención – escala hasta convertirse en el jefe máximo de la nación. Piensen y recuerden, por favor. Todos estamos obligados a pensar antes de ir al colegio electoral, es cierto. Pero afectuosamente les digo que ustedes un poco más.