- Manuel Vicente Sánchez Moltó es Cronista Oficial de Alcalá de Henares
Hace algunos meses ya me referí en Alcalá Hoy a la excelente rehabilitación que se había llevado a cabo en las casas de Salinas, en la plaza de Cervantes, en general muy respetuosa con los extraordinarios descubrimientos que, en el inicio de las obras, tuvieron lugar, primero en la fachada y, posteriormente, en el interior de las tres casas. Lástima que la galería superior de la casa central no se dejara abierta, como lo estuvo en su día, lo que nos habría ofrecido una imagen más certera de cómo era la arquitectura de la plaza y la calle Mayor durante los siglos XV y XVI.
La última fase de la rehabilitación se ha centrado en lo que fue la confitería Salinas. Como en las fachadas, se ha llevado a cabo una intervención muy respetuosa en lo que durante más de un siglo fue uno de los símbolos más representativos de Alcalá. No sólo se ha conservado la fachada original, con sus molduras de madera y sus mármoles negros y granates veteados de blanco, sino que en el interior se ha recuperado el mobiliario y los armarios que han conocido varias generaciones de alcalaínos. Por poner un “pero”, la iluminación, muy en la línea de la que se viene utilizando en los nuevos establecimientos comerciales, me parece que no resalta el blanco de los armarios y el dorado de las molduras decorativas.
No sé cuál será el destino de la antigua confitería. Aunque espero y deseo que algunos de los antiguos trabajadores del obrador de Salinas o de la también desaparecida hace no muchos años pastelería de El Postre se decidan a retomar e insuflar nueva vida a este verdadero “monumento” histórico, cultural y gastronómico de nuestra ciudad. Testimonio de la merecida fama que la confitería y la pastelería de Alcalá alcanzó en su momento, dan fe las extraordinarias cantidades de almendras que se exportaban a toda España, siendo hasta bien entrado el siglo XX una de nuestras más importantes industrias.
Y es que Salinas fue, hasta su cierre, hace unos pocos años, no sólo el establecimiento decano de Alcalá de Henares, sino también de uno de los más antiguos de la Comunidad de Madrid, toda una institución que representa más de 165 años de historia ininterrumpida del comercio complutense. Fue Manuel Palacios Vela, un soriano natural de Trébago, el que después de trabajar en la confitería de Manuel Ybarra, decide establecerse por su cuenta y abrir en 1846 en el número 26 de la plaza de la Constitución (actual de Cervantes) una confitería. Tras fallecer en 1857, se haría cargo del negocio su esposa, Mariana Samper Trigueros. Hija del primer matrimonio de ésta última fue Socorro Fernández Samper, nacida en Alcalá en 1842, quien contraerá matrimonio en 1863 con Baltasar Rodríguez-Salinas López, que había entrado a trabajar en la confitería el año anterior. En la matrícula de industria y comercio de 1879-80 ya consta como titular de la confitería Baltasar Rodríguez-Salinas quien, años después, se casará en segundas nupcias con Felipa Guerrero. Su hijo, José Rodríguez-Salinas Guerrero, se hará cargo del establecimiento en 1932 y, tras su muerte durante la Guerra Civil, su hermano Baltasar en 1939. Fallecido Baltasar Rodríguez-Salinas Guerrero, en 1951 se hace cargo de la confitería don Rafael Villegas García por un corto período de tiempo, ya que cuatro años más tarde, será otro confitero de origen toledano, nacido en Sonseca, José Suárez y Gallego, el que se hará cargo del negocio. Avalado por la experiencia de haber trabajado en el prestigioso horno de San José de Madrid, había ingresado en Salinas hacia 1920.
El hacer del entrañable y recordado Pepe Suárez trascendía de la mera habilidad artesana para llegar a la realización de auténticas creaciones, utilizando como medio de expresión el mazapán, que modelaba con excepcional maestría. De sobra eran conocidas sus fantasías de mazapán, especialmente el cocido con todos sus ingredientes y los huevos fritos con panceta, de un realismo insuperable. Su creatividad y sus manos siempre daban cumplida respuesta a cualquier encargo que se le realizase, desde un escudo de armas hasta la fachada de la Universidad de Alcalá, pasando por una fabulosa criatura marina o una cesta de frutas. En ésta se dio el caso de que un miembro del jurado al que fue presentada, tuvo que comprobar con sus manos una de sus piezas para disipar la duda de un posible fraude. Desde los años ochenta del pasado siglo, su hijo Fernando regentó el establecimiento, continuando con acierto tan dilatada tradición confitera, hasta su jubilación, cuando vendió el local y el edificio a una empresa que mantuvo abierto el establecimiento hasta hace cosa de una década.
Numerosas han sido las distinciones con que ha contado la confitería Salinas a lo largo de su historia, entre ellas la de ser proveedora oficial de la Real Casa y de los Sagrados Palacios Apostólicos. Don Baltasar Rodríguez-Salinas era Caballero de la Real y Distinguida Orden de San Sebastián y San Guillermo de Francia. Sólo por citar algunos, entre los galardones recibidos por Salinas a lo largo de su dilatada historia se encuentran el diploma gran premio de honor de la Exposición de París (1906), la medalla de oro de la Exposición de Industrias de Madrid (1907), un gran premio fuera de concurso en la Exposición de Bruselas, diploma gran premio de honor de la Comuna francesa de Chelles (Francia) y el gran diploma de honor y medalla de oro de la Exposición Hispano-Francesa de Zaragoza (1908).
El actual establecimiento no es más que una parte de lo que en su momento fue el café repostería de Salinas. El cronista local Luís Madrona (Fernando Sancho Huerta) nos refiere esta segregación, para crear lo que fue el bar La Viña: “También la coquetona bombonera de Salinas se amplía y remoza. Los convencionales arabescos de latón que la adornaban han dejado sitio al elegante y severo adorno de escayola, que tan suave tono le presta el alumbrado indirecto. Por fortuna ha de subsistir un trozo, con sus armaritos de molduras doradas que encerraban el dulce tesoro del alajú de nuestra infancia, las estatuillas de yeso y los amplios escaparates rebosantes de golosinas, ante los cuales he pasado extasiado muchas horas que me hacen recordar momentos felicísimos“.
Hasta su cierre, junto a los finiseculares armarios pintados de blanco y decorados con motivos vegetales dorados, a los que hacía referencia Luis Madrona, y las dos columnas de madera que custodian el acceso al obrador, completaban la decoración del comercio un gran espejo en uno de sus laterales, un bello reloj de principios de siglo y varios de los diplomas enmarcados de los referidos galardones.
Reflejo de la trascendencia que Salinas alcanzó fuera de nuestras fronteras bien pueden ser dos citas literarias de muy distinto signo. La primera la encontramos en una semblanza que del político e intelectual complutense Manuel Azaña, hizo Ernesto Giménez Caballero en 1932:“Debió tener sus merienditas y cafés golosinados en la pastelería de los Salinas -aún intacta- (espejos de flores, estatuas áureas). Bajo los soportales. Una pastelería que encierra para mí un gran secreto alcalaíno: “lo turco, lo oriental” de Alcalá. Recoge ese espíritu de Oriente que recogería Azaña…”.
La segunda, de la pluma del poeta Pedro Salinas, quien conocedor de que su gran amigo Dámaso Alonso había girado una visita a Alcalá, le escribirá desde la nostalgia de su exilio en Estados Unidos:“¿Cómo estaría Alcalá! ¿Ojala pudiera darse uno una vueltecita por la plaza y entrar en la confitería de Salinas y embaular bizcochos borrachos, producto sin par, ni siquiera don Miguel le iguala, de la tal ciudad”.
No confundía nuestro poeta a Alcalá con la vecina Guadalajara, pues además de las archiconocidas almendras garapiñadas (con una sola r) y de las deliciosas rosquillas de Alcalá, entre las especialidades de Salinas siempre estuvieron los bizcochos borrachos que, por cierto, poco tienen que envidiar a los de la capital alcarreña.
- Manuel Vicente Sánchez Moltó es Cronista Oficial de Alcalá de Henares