Sánchez impulsa su plan anticorrupción con el respaldo de la mayoría parlamentaria

Pedro Sánchez compareció este miércoles en el Congreso en uno de los plenos más tensos de su legislatura. Lo hizo con un plan anticorrupción bajo el brazo y el respaldo suficiente de sus socios, en un intento por retomar la iniciativa política tras el caso Koldo. Medidas, templanza y hasta emoción en una sesión donde también brilló Yolanda Díaz. Lo cuenta a su manera Pedro Enrique Andarelli, periodista y editor de ALCALÁ HOY.

  • El presidente presentó quince medidas con sello internacional para reforzar la integridad institucional.

Pedro Sánchez llegó al Congreso este miércoles con la corbata bien anudada, la voz templada y el alma, suponemos, un poco más ligera tras varios días en los que la política española volvió a parecerse a un capítulo olvidado de House of Cards, versión cañí. A su alrededor, el caso Koldo , y los apellidos que arrastra como lastre: Ábalos, Cerdán, la vieja guardia de los tiempos del sanchismo rampante. Frente a él, una oposición sedienta y desorientada. Y a su lado, una Yolanda Díaz dolida, no solo por la deriva de la legislatura, sino también, y sobre todo, por la pérdida de su padre, Suso, a quien el presidente dedicó palabras sentidas que rompieron el hielo del hemiciclo con una carga de humanidad rara en estos tiempos.

La escena tuvo algo de teatral y algo de íntimo. Díaz, ausente del banco azul, visiblemente afectada, encarnó en su presencia doliente el dilema del socio que ya no se siente parte del todo, pero que no puede (ni quiere) dejarlo caer. El gesto fue tan político como personal: homenajear a su padre sin hacerle el juego a la derecha. Esos equilibrios imposibles que solo una izquierda gallega curtida en el sindicalismo puede sostener con dignidad.

Pero volvamos al presidente. Sánchez compareció con las cartas sobre la mesa, una mezcla de mea culpa elegante y reafirmación de su liderazgo. Admitió que confió en quienes no debía, los “tres listos” que diría después Rufián,  y que incluso pensó en dimitir. Lo dijo con ese tono suyo que ya es marca registrada: solemne pero contenidamente épico. Reconoció errores, pero no delitos; malas decisiones, pero no complicidades. Y presentó un paquete de medidas contra la corrupción que, al menos en papel, tienen más sustancia que el dietario de un cuñado indignado en redes.

Entre las quince medidas, algunas suenan realmente ambiciosas: una Agencia de Integridad Pública independiente (¡por fin!), controles más exhaustivos a las empresas que contratan con el Estado, e incluso decomisos preventivos sin necesidad de condena. Todo muy OCDE y muy “esto no nos vuelve a pasar”, como si el presidente quisiera dejar claro que ha aprendido la lección. O, al menos, que ha leído bien el guion de esta serie llamada democracia en tiempos de cloacas.

Y entonces llegó Feijóo. Lo suyo fue otra cosa. No se presentó al pleno con propuestas ni con alternativas, sino con una navaja prestada (probablemente de Tellado) y la mirada fija en el barro. En lugar de hurgar en el caso Koldo con argumentos, se lanzó a insinuaciones personales, convirtiendo el Congreso en un Sálvame Deluxe sin música de entrada. Insinuó que Sánchez “ha vivido de prostíbulos”, refiriéndose a negocios del suegro del presidente, como si esa fuera la forma más elegante de matar políticamente en 2025.

El problema para Feijóo no fue solo el exceso, sino el momento: mientras los socios del Gobierno se mostraban prudentes y marcaban distancias con condiciones razonables, él cruzó una línea que dejó helados incluso a los nacionalistas vascos, que suelen tener el cuero curtido. El PNV, nada sospechoso de socialismo, calificó su tono de “miserable”, y Rufián, el eterno equilibrista de ERC,  aprovechó para recordar que “aquí estamos todos por algo, pero no por eso”.

En suma, el discurso de Feijóo no debilitó a Sánchez, sino que lo rearmó. Su error fue pensar que el escándalo lo tumbaba solo, cuando en realidad necesitaba una alternativa política seria que no apareció por ningún lado. Mientras Abascal se ausentaba de la intervención del presidente como quien protesta en silencio desde la barra de un bar (pero volvió luego, claro, para clamar contra todo y todos), Feijóo se dedicó a pelear su propia guerra, que ya no parece ni siquiera con Sánchez, sino con los fantasmas de su propio partido.

Los socios, por su parte, hicieron lo que saben hacer: contener el daño sin abrazar el entusiasmo. Podemos volvió a exigir medidas más contundentes, Bildu se apuntó al carro del “sí pero no mucho”, Junts habló de prórrogas, y Coalición Canaria anunció que la confianza “está bajo revisión”, como si fueran técnicos del ITV político.

Yolanda Díaz, por su parte, fue el alma de la sesión. Su intervención fue serena, firme y profundamente humana. Con el duelo aún en carne viva, se levantó a defender el proyecto progresista, pero también a advertir que Sumar no va a servir de parapeto para tapar vergüenzas. Su discurso recordó que aún hay espacio para la política que no solo acusa, sino que propone, y que no teme marcar distancias sin romper las costuras del todo. La suya fue, quizás, la única voz que logró estar a la altura del momento sin necesidad de barro.

¿Y mientras tanto? Ilone Ibarra, de Podemos, busca su lugar en el tablero. No está fácil. A la izquierda de Sumar hay poco espacio que no esté ocupado por la crítica sistemática o la nostalgia de lo que fue. Pero ojo: en tiempos de desgaste, los márgenes crecen. Y con un Vox cada vez más irrelevante y un PP obsesionado con lo personal, no sería raro que la izquierda más dura encuentre su oportunidad en el cansancio general.

Conclusión: Sánchez ha ganado una prórroga. No la liga, ni mucho menos la temporada. Feijóo ha perdido el respeto de más de un aliado potencial. Yolanda ha ganado altura política desde el dolor. Abascal sigue jugando a ser el outsider de un sistema que conoce mejor de lo que admite. Ione Ibarra… bueno, está calentando en la banda. Porque la izquierda española siempre tiene una sustituta lista, por si acaso.

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