- Pilar Blasco es licenciada en Lengua española y ha colaborado en publicaciones locales en temas de actualidad política y cultural.
Hablar del traidor supremo, el odiado, el tonto, el felón… en fecha Dos de Mayo es, como poco, un atrevimiento provocador, una osadía y un insulto a la historia oficial. Porque si hay un episodio y un personaje histórico en el que la opinión pública es unánime, ese es nuestro monarca absoluto decimonónico, que ha pasado a la posteridad con esos títulos nada honrosos sino todo lo contrario. Hablar de Fernando VII en esta fecha, cuando se le considera directa o indirectamente el causante en compañía de otros, de la invasión napoleónica y la consiguiente guerra llamada de la Independencia, aparte de otras fechorías y traiciones mucho más graves, si cabe.
La Historia, territorio incógnito en el que, no por nada, a sabiendas, muchos han entrado y entran a saco sin respeto y sin vergüenza.
En un proceso histórico y en un siglo tan complicado como el XIX, si es que alguno no lo ha sido en la historia de España, la unanimidad absoluta en el juicio resulta como poco sospechosa, junto con el presentismo, aberración usual de la ignorancia y la superficialidad, inducida a las masas, desgraciadamente a la educación, aplicada interesadamente por supuesto, al pasado histórico. Un término actualizado en los últimos años, en los que ha despertado en una parte creciente de la sociedad una asombrosa inquietud tanto erudita como popular por conocer nuestro pasado en su contexto y sin complejos. Coincidiendo, creo yo, con la inquietud de los últimos gobiernos por inventar una historia basada en la memoria selectiva de los que mandan y los que obedecen. No sé si me explico.
La sospecha de algunos historiadores, las dudas al menos, se basan en el contraste entre la vida y la trayectoria de aquel personaje, rey de España, catalogado entre los más infames, inútiles y malvados donde los haya, calificado con los peores epítetos, y la actitud hacia él de su pueblo. El pueblo español que luchó y dio miles de vidas y haciendas por él y por España, dentro de la tradición de lealtad y fidelidad a la corona y la nación que siempre habían profesado los españoles a lo largo de los siglos, dándolo todo. De esos valores monárquicos y nacionales hispánicos procede otro de los apelativos dedicados al personaje, el Deseado. No se lo impusieron los políticos precisamente ni los historiadores oficiales sino sus súbditos, el pueblo español. Da qué pensar. Tan significativo como que la fidelidad del ejército y su eficiencia, entre otras cosas, le permitió triunfar sobre todos sus enemigos y mantener con ello la corona y la unidad nacional.
El atormentado siglo XIX tiene en su seno muchas incógnitas que ahora algunos historiadores sin prejuicios -cualidad esencial- están tratando de desentrañar, con éxito por cierto. De esas investigaciones en la documentación original de España, Inglaterra y Francia, está resultando el desbroce de hipérboles, mitos y leyendas populares sobre la Sublevación y la Guerra, sino también la neutralidad y el equilibrio en el juicio a los protagonistas de aquella epopeya y de todo lo que siguió después. Entre esas reivindicaciones, la de la figura y la conducta de Fernando VII, que no es poco. Cuesta mucho deshacer o al menos aclarar serenamente los tópicos interiorizados política y socialmente durante mucho tiempo, Dos siglos ya. Y sobre todo hacerlo sin interés ideológico y en estos tiempos, sino por mero afán de buscar y encontrar la verdad. Nada más y nada menos.
A raíz precisamente de esa búsqueda de la realidad de los hechos, se le ha añadido a nuestro personaje otro epíteto. El Difamado. Y parece que con justicia, en tanto que la difamación consiste en atribuir cualidades peyorativas y acciones malignas, inmerecidamente, a una persona, sin el suficiente fundamento o con interés espurio, o amabas cosas. Más o menos es así. En el caso del rey felón esa tarea de reivindicación y objetividad, como digo, es osada y sólo unos pocos la emprenden abiertamente. Luego diré quién de esos osados investigadores me ha animado a escribir sobre el “gran traidor” decimonónico y dudar de sus maldades sin cuento y sin fisuras. Y precisamente en el día Dos de Mayo. La que debería de ser fiesta nacional, como otras fechas abolidas o intencionadamente soslayadas del calendario por los mismos motivos ideológicos y espurios.
Entraría en pormenores si tuviera atribuciones y conocimientos profundos sobre el tema y si hubiera lugar en esta tribuna, que no es el caso. Me basta con colaborar a sembrar la duda, la misma que tengo yo y tenemos muchos, cada día más, en buscar y encontrar la verdad, argumentada y fundada en los hechos de nuestro pasado para bien y para mal, como el camino para asumirlo, no tragarlo por ley ni por interés de los ideólogos que a través del pasado tratan de manipular y dirigir el presente y el futuro y en muchos casos lo consiguen. Para evitarlo, sin los medios de que dispone el poder, pero con convicción y trabajo, algunos emprenden la misión, ingrata casi siempre, de buscar y encontrar la Verdad, la que según la frase evangélica, nos hará libres. Que así sea
YO, EL DIFAMADO. Autobiografía apócrifa de UN BUEN REY. Novela histórica. Luis del Pino. Madrid 2024. Muy recomendable para sembrar dudas e inquietudes.
Muy oportuno y acertado.
Prescindiendo de las peleas con sus padres y con Godoy, así como su servilismo con Napoleón mientras fue su prisionero -a la par que huésped de lujo- en Francia, lo cierto es que a su vuelta a España en 1815 y hasta el final de su reinado es difícil encontrar hechos positivos en el mismo.
Y no lo digo tantoa por su oposición a los liberales, al fin y al cabo en la Europa de su época prácticamente todos los reyes eran absolutistas a excepción de los británicos, sino por la implacable manera con la que trató a sus enemigos, incluso aquéllos moderados. De hecho, fueron necesarias las revoluciones europeas de 1830 y 1840 -a las que fue ajena España- para que el absolutismo fuera barrido de Europa con excepciones tan notables como Prusia -luego Alemania-, el imperio austro-húngaro o Rusia. Y Fernando VII falleció en 1833.
Si bien es cierto que a raíz de su triunfo en 1820 los liberales cayeron en una espiral de radicalización -recomiendo leer a Galdós en sus Episodios Nacionales-, también es cierto que cuando el rey francés Luis XVIII, que de liberal no tenía nada, envió a los Cien Mil Hijos de San Luis a ayudarle para recuperar el poder, le recomendó que tuviera clemencia con los vencidos, a la cual hizo caso omiso Fernando VII. Porque si algún rasgo de su carácer es indiscutible, es el rencor y los deseos de venganza. Obviamente no le hizo caso, por lo cual la represión fue terrible creando mártires como el general Torrijos.
Paradójicamente en los últimos años de su reinado se moderó un tanto por pura necesidad, ya que al no tener hijos varones tuvo que enfrentarse a su hermano Carlos María Isidro para defender el acceso al trono de su hija Isabel II. Este último, por cierto, todavía era más integrista que Fernando VII, y con sus pretensiones anacrónicas arrastró a España a una serie de guerras civiles -las carlistas- que lastraron al país durante buena parte del siglo XIX, con secuelas que se prolongaron hasta la Guerra Civil.
En cualquier caso, y bajo un prisma objetivo, no se puede considerar que Fernando VII fuera un buen rey sino todo lo contrario, ya que no sólo no supo recuperar a España del hundimiento económico y social provocado por la Guerra de la Independencia, sino que retrasó durante décadas el progreso que otros países sí experimentaron a lo largo de la centuria, bien por su propia responsabilidad, bien por las consecuencias de lo que dejó sembrado.
Por esta razón el término de El Deseado, que tan sólo duró mientras estuvo ausente de España y ajeno a las penurias de los españoles, está tan fuera de lugar como el recién inventado de El Difamado, puesto que aun filtrando la propaganda liberal adversa, hay motivos fundados de sobra para convenir que su reinado fue negativo para nuestro país. Y esto es objetivo se mire como se mire.
Perdón, quise decir las revoluciones de 1830 y 1948. Me equivoqué en el último año.
Para saber más del tema, basta con leer el espléndido Episodio Nacional de Galdós. “El terror de 1824”.