RANCHO APARTE | Por Santiago López Legarda

El concierto fiscal negociado para Cataluña ha sido el gran asunto político del verano, pero en estos días previos al otoño yo solo veo una cosa cierta: la Presidencia de la Generalitat para Illa es un pájaro que ya está preso en mano mientras que la financiación singular para Cataluña es un pájaro o cientos de pájaros que siguen volando.

  • La Ministra de Hacienda, tan campanuda ella, ha dicho que lo acordado no es un concierto y quien diga lo contrario miente.

 

  • Santiago López Legarda es un periodista alcalaíno que ha ejercido en diferentes medios nacionales.

Creo que las lectoras de Alcalá Hoy entenderán bien esta analogía que les propongo. Imaginen que han sido invitadas a un acto social importante, pongamos una boda. Se gastan un dinero en comprar un vestido que realza sus atractivos y al llegar a la celebración se encuentran con al menos otras dos o tres invitadas luciendo el mismo modelo, quizá no del mismo color exactamente pero sí de idénticas hechuras. ¿Cómo se sentirían? ¿No desearían que la tierra se tragase a alguien?

Algo parecido a esta frustración con los vestidos de boda ha pasado siempre con Cataluña y la financiación autonómica. Sus representantes políticos han bregado desde la transición por obtener un modelo que fuera diferente al del resto de las comunidades autónomas, nunca se han sentido a gusto en eso que se ha dado en llamar el régimen común. Es muy cierto que a los nacionalistas catalanes, cuando se redactó la Constitución, se les ofreció un modelo de concierto económico similar al que defendieron con uñas y dientes los nacionalistas vascos. Pero el gran patriarca del nacionalismo, Jordi Pujol, rechazó la oferta, tal vez porque pensó que eso de recaudar impuestos no iba a resultar muy popular. Craso error por su parte porque por aquel entonces era palpable que las carreteras regionales de Euzkadi y Navarra eran mejores que las de otras regiones, Madrid por poner un ejemplo. Lo que ha ocurrido después, gracias a los fondos europeos, es que nos hemos igualado bastante.

Muy pronto comenzó la incomodidad de Cataluña al ver que las demás regiones lucían el mismo traje. Incomodidad de los dirigentes políticos y también de buena parte de la sociedad, puesto que gran parte de los ciudadanos votaban a las formaciones (sobre todo la extinta CDC) que hacían bandera de esa incomodidad. Primero fue la reclamación de un 15% del IRPF, luego la apuesta subió al 30%. Y ahora estamos en el 50% del IRPF y del IVA y el 58% de los impuestos especiales sobre carburantes, tabaco y bebidas. En esta carrera por singularizarse o diferenciarse del resto Cataluña ha tenido un éxito muy escaso porque cada reclamación que conseguía era imitada de inmediato por el resto de comunidades.

Y así llegamos al año de gracia de 2024, más exactamente al largo y tórrido verano de 2024. El socialista Salvador Illa necesitaba los votos de Esquerra Republicana de Cataluña para ser investido como Presidente de la Generalitat. Y el asunto era que o se lograba un acuerdo o había que repetir las elecciones no se sabe cuántas veces. Porque la posibilidad de un acuerdo de la izquierda no nacionalista con el PP y VOX era y seguirá siendo por mucho tiempo inimaginable. Y ya se sabe que en un sistema parlamentario las minorías tienden a plantear exigencias muchas veces exorbitantes, sabiendo que la alternativa a dichas exigencias es el bloqueo.

El concierto fiscal negociado para Cataluña ha sido el gran asunto político del verano, pero en estos días previos al otoño yo solo veo una cosa cierta: la Presidencia de la Generalitat para Illa es un pájaro que ya está preso en mano mientras que la financiación singular para Cataluña es un pájaro o cientos de pájaros que siguen volando. Y no dudo de que los socialistas tengan voluntad de cumplir lo pactado y avanzar hacia una España federal o confederal, que no sabemos muy bien cuáles serían las diferencias. Alemania es una república federal y no parece que les vaya del todo mal, aunque allí también se cuecen habas, como hemos podido comprobar en estos días y en muchas ocasiones anteriores. El camino para que Cataluña disponga de un sistema de concierto económico como el del País Vasco va a ser muy tortuoso y es posible que se tarde en llegar a esa meta mucho más de lo que imaginamos.

La Ministra de Hacienda, tan campanuda ella, ha dicho que lo acordado no es un concierto y quien diga lo contrario miente. Pero, querida ministra, una rosa es una rosa y una espina es una espina, por mucho que nos empeñemos en nombrarlas de modo diferente.

Aun suponiendo que Cataluña llegue a tener ese sistema singular que le permitiría recaudar todos los impuestos y después acordar un cupo con la Administración Central, el “daño” para el resto de comunidades y de los ciudadanos residentes en dichas comunidades creo yo que sería relativo. Lo más dañino, desde mi punto de vista, es que se hable tanto de “aportación para la solidaridad interterritorial”. ¿Por qué no se habla más de reforzar la capacidad redistributiva del Estado, que a fin de cuentas es una seña de identidad irrenunciable de todo Estado democrático? Eso de la aportación solidaria suena muy parecido a la limosna que damos porque somos ricos y queremos portarnos bien con los pobres.

En definitiva, pues, Cataluña, los catalanes, quieren hacer rancho aparte y el resto de españoles no deberíamos ni sentirnos ofendidos ni tampoco empeñarnos en negarles ese capricho, si es que se puede llamar capricho. Y más teniendo en cuenta que las demás regiones acabarán pidiendo lo mismo en cuanto la ley del concierto para Cataluña esté aprobada en las Cortes.

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1 Comentario

  1. Aunque en líneas generales coincido bastante con su análisis -Sánchez ha demostrado ser un hábil tahur al cual, por si acaso, yo no le daría ni la hora-, el tema tiene más profundidad aunque sea aparte de las cuestiones económicas. Yo siempre he dicho que los nacionalismos, sin ninguna excepción, recalco, siempre han sido el primer escalón hacia el fascismo, y si por fortuna no llegan allí no es porque no quieran, sino porque no pueden; y no hace falta ser nacionalista extremo español, yo no lo soy en modo alguno, para estar de acuerdo con una afirmación que también incluye a ellos, aunque no sólo a ellos.
    Tiene toda la razón el señor López Legarda cuando afirma que la raíz del casinismo del nacionalismo catalán es su empeño en ser diferentes y sentirse, por supuesto, superiores, al resto de los españoles, parafraseando la conocida frase de Orwell de que todos somos iguales pero unos más iguales que los otros. Por lo que yo he leído lo que pretendían en la Transición era algo tan simple, a la par que indefendible, de contar con un estatuto privilegiado que los diferenciara -a favor suyo, claro- de la plebe.
    Lo que ocurrió fue que, con su mejor voluntad que no se la discuto aunque ya se sabe que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones- los padres de la Constitución, pretendiendo resolver dos problemas y medio ya que el nacionalismo político gallego nunca existió salvo el posterior e innatural invento de esos falsos y aberrantes seudonacionalismos de izquierdas -una aberración política se mire como se mire- que florecieron no sólo en Galicia, sino también en otros lugares patrios. Pero incluso donde nunca los hubo y nunca los habrá, el resultado fue el que era de temer: no sólo no se solucionaron estos dos nacionalismos y medio, sino que se crearon diecisiete para mayor gloria de los partidos políticos que encontraron nuevos pesebres -Galdós dixit- en los que apacentar a sus huestes. Y todo ello, esto es lo más grave, sin beneficiar en la práctica a los ciudadanos ya que las burocracias autonómicas resultaron ser todavía peores que la nacional, y costándonos bien caro a los contribuyentes a costa de las ingentes manos muertas -liberales del siglo XIX dixit- de los paniaguados que nos vimos forzados a mantener con nuestros impuestos.
    Con independencia de que el estado de las autonomías ha resultado ser un fracaso salvo para los políticos sin excepción de taifas, volviendo al tema que nos ocupa la cuestión está clara: lo lógico en una España del siglo XXI imbricada en la Unión Europea sería no crear privilegios medievales en ninguna de sus regiones, sino suprimirlos en aquéllas que se mantienen como es el caso del País Vasco y Navarra, y digo esto no desde una perspectiva españolista, sino europeísta donde a mí personalmente me gustaría que se fuera mucho más en la integración a todos los niveles.
    Y conste que no me asusta un régimen federal, como bien apunta el señor López Legarda en Alemania funciona bastante bien aunque también se podrían poner otros ejemplos como los Estados Unidos. El problema estriba en que para que funcionara tendría que ser sin la lacra de los nacionalismos locales, empeñados en defender con uñas y dientes sus privilegios medievales, reales o inventados pero en todo caso indefendibles, ya que su más que demostrada deslealtad haría inviable el sistema como está haciendo inviable este remedo suyo de las autonomías.

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