- Pilar Blasco es licenciada en Lengua española y ha colaborado en publicaciones locales en temas de actualidad política y cultural.
También esta imagen insólita hace pocos años, se ha “normalizado” por obra de la misma normalización que convierte en algo usual y cotidiano lo infrecuente y extraño. París, de momento, no es una fiesta. El cielo nublado tampoco anima a la euforia, ni el boicot a los ferrocarriles de esta misma mañana ni el tránsito de parisinos tras las vallas fronterizas en calles y plazas.
Valdrá la pena el despliegue tecnológico y armado, la movilización y el blindaje por tierra, mar y aire de la gran urbe en un área de muchos kilómetros a la redonda. La tensión general, la alerta máxima permanente como en un estado de guerra, para evitar lo que está en la mente de parisinos, europeos y mundo entero, valdrá la pena si no ocurre lo más temido, lo más horrible, lo peor.
Creo que es políticamente incorrecto expresar abiertamente estos temores, creo que, como en tantas ciudades europeas y grandes concentraciones humanas del mundo occidental, impera el no pasa nada, no hay problema, todo está controlado y normal, sobre todo normal. Y es que París es una capital, una de las capitales del mundo, que ha sufrido grandes tragedias en los últimos tiempos con los protagonistas que todos sabemos y que no interesa nombrar. Si hay un ejemplo de “país de acogida” por excelencia, ejemplo de solidaridad multicultural, de mezcla racial, receptor de etnias extrañas a su cultura y costumbres, esa es Francia. De ella, de su prestigio auto cultivado, como en muchas otras cosas, hemos tomado modelo el resto. Tal es así que hay zonas en Francia que no se distinguen de barrios norteafricanos y subsaharianos prácticamente en nada, sino en que no se puede transitar por ellos, mientras por Fez o Marrakech sí se puede. Qué paradoja.
Los atentados de Bataclán, los asesinatos de periodistas y profesores, las sangrientas violaciones de mujeres, los incendios de iglesias con sacerdotes apuñalados, etc., en Marruecos no se producen, y de haberlos, al día siguiente los terroristas habrán desaparecido de este mundo por vía expeditiva y sin pedir permiso. No creo que en el resto de países originarios de los pobladores sobrevenidos a la fuerza de media Europa sea muy diferente el trato a delincuentes y criminales. Es aquí, en la civilizada Europa, la ejemplar y acogedora tierra de promisión, donde raramente se castiga debidamente el crimen de esos hijos adoptivos no deseados. Es aquí donde se oculta el degüello, el machetazo y el asalto si el criminal se llama Mohamed, Solimán o no se sabe, porque no tiene documentos ni piensa tenerlos.
Lo demás es hipocresía y retablo de las maravillas una y otra vez. Los franceses, empezando por el señor Macron, están a estas horas rezando a los dioses ateos de la Revolución, la egalité y fraternité para que el daño sea poco y sobre todo que no se sepa, que no se publique. Que París es maravillosa y mágica, que la grandeur gala no debe ser empañada por unas gentes que no son de los nuestros. O sí lo son, viven aquí, son nacionales, de segunda o tercera generación o de hace poco, o acaban de llegar, es igual. O sea que ya no hay vuelta atrás, son nuestros queramos o no. Esa es la cuestión. La cuestión eurábica, islamofranca, islamogermana, islamosueca y demás euroafromagrebistán en lo que se va convirtiendo el viejo continente, sin querer o queriéndolo sus generosos gobernantes, manejados por altos desconocidos a los que no hemos votado los europeos que estábamos aquí antes de ser padres adoptivos sin darnos cuenta y sin vocación.
Los viejos europeos cristianos también vamos a rezar a nuestro Dios Misericordioso para que los Juegos Olímpicos sean un éxito sin sobresaltos ni desgracias. Que los atletas y deportistas de todo el mundo disfruten la belleza del París de la Luz y no actúen los espíritus malignos de siempre a amargarnos la fiesta. Que así sea.
Una vez que se han iniciado las olimpiadas y viendo las reacciones violentas de grupos hacia la policía, también la excabrosas escenas de desprecio al cristianismo, solo consiguen alejarme más y más de ese evento y de los siguientes…
Europa está destruida. No hay más. Invadidos y reemplazados.
Francia marca el camino. A la perdición