- Pilar Blasco es licenciada en Lengua española y ha colaborado en publicaciones locales en temas de actualidad política y cultural.
Varias veces he reeditado un artículo que publiqué hace 16 años con motivo del segundo centenario de aquella fecha y que voy adaptando a los tiempos. Este año 2024 es así:
Acabo de ver en tv los festejos de la Puerta del Sol. Mejores cada año, cada vez más solemnes y más nutridos, con más aparato institucional, militar, premios y homenajes. Con espectáculos y recreaciones históricas. Con mejores discursos, incluso los de hoy con un contenido valiente y reivindicativo con causa, por parte de los agredidos y cancelados por el poder. Como debe ser y los madrileños lo agradecen con emoción y entusiasmo, como siempre el pueblo de Madrid donde y como debe estar.
Creo que el Dos de mayo debería ser fiesta nacional española, no solamente local y regional. Pero, como las otras efemérides patrióticas, van siendo cuarteadas, si es que se celebran, en las diversas regiones y provincias, olvidando deliberadamente o no, sus orígenes y su importancia histórica. Como si la llamada guerra de la Independencia se hubiera librado en compartimentos estancos sin cohesión y sin un mismo fin, el de liberar la soberanía española de la bota napoleónica, la que nos iba a “salvar” a sangre y fuego del atraso, la superstición y el fanatismo, según los pedantes ilustrados de entonces y de ahora.
Como si fuera un evento de estos tiempos autonómicos en los que todo está bajo el localismo más o menos provinciano y exclusivo, también excluyente, la gesta de una segunda reconquista que fue la llamada Guerra de la Independencia es conmemorada en la capital como si los madrileños de Alcalá, Móstoles, Aranjuez, de la Puerta del Sol, Moncloa y demás lugares de Madrid, hubieran sido los únicos en hacer frente a los invasores.
Sin embargo, la verdad fue que en todas partes los españoles, sin complejos y sin esperar las órdenes oficiales tardías y dudosas, tomaron las armas a su alcance (palos y cuchillos, horcas, hoces y martillos) y se lanzaron a las calles sin miedo o con él, con todo y a por todas. Aguantaron sitios de hambre y violencia inusitadas, con el resultado de retardar más de lo previsto el avance imperialista francés, preludio de las futuras derrotas de aquel revolucionario megalómano que pretendía cambiar la Historia con él de protagonista. Mucho queda aún por revisar de aquel periodo desastroso para España y Europa por los delirios de un psicópata. Afortunadamente ya se ha emprendido la tarea, igual que está ocurriendo con otros falsos mitos y leyendas.
Recordamos anualmente a los héroes del Dos de Mayo, a nuestros valientes antepasados Daoiz, Velarde y el Teniente Ruiz, Manuela Malasaña y demás madrileños anónimos, víctimas de lo que con parámetros actuales fue un genocidio social y cultural de primera magnitud, al pueblo de Madrid, al pueblo español, el que frente a la taimada invasión francesa, y contra sus mismas instituciones, Monarquía, Ejército, Iglesia, intelectuales del momento, contemporizadores cobardes, cuando no decididamente pactistas con el enemigo, se rebeló contra la ocupación y los abusos del invasor. El heroísmo y los crueles episodios de aquella gesta son de sobra conocidos, al menos para los que ya no somos jóvenes y estudiamos Historia de España de entonces.
Pese a los amantes de las leyendas negras y los males de la patria, en la que no creen, España superó el Dos de mayo, Bailén, Zaragoza y Gerona, Vitoria, San Marcial…. Sobrevivió a aquella feroz campaña y a la ominosa traición y despotismo de Fernando VII; a las guerras civiles de absolutistas y liberales, conservadores y progresistas, carlistas y demás facciones fratricidas de aquel siglo insoportable. Superó la pérdida del imperio y las provincias españolas de América -reflejo y efecto de lo que estaba pasando en la Península- a las tambaleantes monarquías restauraciones y regencias, a la Primera República, a las guerras de África. Todo en un siglo sin tregua. Aún le quedaba la amarga travesía del también cruel siglo XX.
Y aquí estamos. En la misma nación donde horrores, crueldades y traiciones, invasiones, injusticias, inquisiciones, crímenes y torturas han tenido su asiento. En la misma de grandes hazañas y grandes hombres, del heroísmo incalculable, de la lealtad, el sacrificio y el honor. La nación de la unificación de los territorios y las gentes, el imperio europeo, la Reconquista al Islam, las guerras del mediterráneo, de las gestas transoceánicas… La España de los Siglos de Oro, el Barroco, la Ilustración… la guerra de la Independencia, el Dos de Mayo. La Segunda República, la Guerra Civil, la Dictadura, la Transición y la Democracia. Aquí estamos y somos.
Resulta, como poco, un sarcasmo repugnante, una broma de odioso mal gusto, desairar a tantas generaciones y despreciar tantos siglos de sufrimiento y de lucha, de avances contra la adversidad, que ahora nos dediquemos a descuartizar a capricho la vieja Nación, la madre y la hija de todas las batallas, la rugosa piel de toro que tanto ha resistido y tantas cicatrices tiene. Y eso ¿a cambio de qué será, y para qué? La respuesta es, como poco, inquietante y temible. Y conforme pasa el tiempo (dieciséis años del Centenario) se va cumpliendo paso a paso, como la bota de Napoleon, el sátrapa de París que se empeñó en pasar a la Historia.
Pues una vez más, en el siglo XXI, se repite la historia con ingredientes actuales, con otros medios y otros megalómanos de los que se empeñan en poner la nación a su servicio y pasar a la Historia porque sí, por ambición y soberbia. En el fondo no son tan diferentes a los anteriores, Como en 1808, desde fuera y desde dentro se va gestando la invasión demoledora, genocida de cultura, libertad y soberanía, con el silencio, la indiferencia, comprensión impostada, cuando no cobardía, connivencia y complicidad de gobiernos, partidos, instituciones. Con el aplauso y la adulación servil de la llamada intelectualidad y cultura de diverso nivel. Afrancesados los había entonces, abducidos por la púrpura y esplendor del imperio, secuestrados por mentiras y vendidos por dinero y poder, los hubo. Hicieron su papel. Sólo el pueblo llano, la gente del común con los pies en su tierra y en su barrio, libre de prejuicios políticos e intelectuales, el que ve con sus ojos y oye con sus propios oídos, reaccionó a lo evidente: “La Patria está en peligro. Salgamos a defenderla” No hay más.
Felices fiestas del Dos de Mayo
Bien cara nos costó esta guerra, pese a ganarla; España, que ya arrastraba una grave crisis económica desde el reinado de Carlos IV, quedó arrasada y arruinada, y por si fuera poco tuvo que padecer a continuación el nefasto reinado de Fernando VII, con diferencia el peor monarca de la España moderna, que no sólo prolongó la crisis durante décadas causando un retraso irreparable en la llegada a España de la Revolución Industrial, sino que provocó la fractura política y social del país entre liberales y conservadores, a su muerte prolongada por el carlismo y arrastrada con altibajos hasta la Guerra Civil y el franquismo.
Sinceramente, estoy convencido de que nos habría ido mejor perdiéndola.
Alcalá fue una de las ciudades más castigadas. El pillaje y la destrucción de arte y arquitectura no se ha recuperado. Murat se hizo millonario con el saqueo de España
No lo sabremos. Aunque lo mas probable hubiera sido haber acabado siendo una colonia francesa más, con lo que eso significa, y hoy parecernos más a Níger que a otra nación Europea. Napoleón venía a lo que venía, no precisamente a salvarnos.
El artículo me parece más que impecable, (como catalán) solo quiero recordar un detalle de esos aciagos y valerosos días uno de los primeros lugares donde llevando nuestra actual enseña nacional, se relevaron de manera popular los españoles fue en la gloriosa reconquista del castillo de «San Ferran» en Figueras Gerona, realizado por voluntarios catalanes.
Yo no estoy defendiendo las salvajadas que hicieron las tropas francesas, simplemente me limito a constatar que las consecuencias no sólo de la guerra, sino del reinado de Fernando VII, no pudieron ser más funestas.
Por cierto, nuestros “aliados” ingleses también hicieron de las suyas, primero atrincherándose en Portugal y negándose a auxiliar a los españoles hasta bien avanzada la guerra, es decir, cuando les interesó a ellos, los saqueos de Badajoz, Ciudad Rodrigo y San Sebastián o la destrucción deliberada de la fábrica de porcelana del Retiro -entonces alta tecnología- para librarse de su competencia.
Eso sin contar con el “regalo” que le hizo Fernando VII a Wellington: 257 cuadros y otros objetos artísticos que había arramblado José Bonaparte cuando huía de España y fueron rescatados en la batalla de Vitoria -El “equipaje del rey José” de Galdós-. Aquí no se puede culpar a Wellington, intentó devolverlos, pero el rey felón se negó a aceptarlos a pesar de que no eran suyos, sino del pueblo español.
No soy tan ingenuo como para ignorar que las guerras napoleónicas causaron gravísimos daños en toda Europa, pero pese a ello sirvieron también para propagar las ideas de la Revolución francesa que sirvieron para acabar con el absolutismo y modernizar los estados europeos tras las revoluciones de 1830 y 1848. Por desgracia en España padecimos todos los males pero nos vimos privados de sus beneficios.
Esto era lo que quería resaltar, y lamento que no haya quedado claro el tono irónico de mi anterior comentario.