- Por primera vez la fortaleza del sistema de comunicación de Ayuso se ha venido abajo.
Francisco Muñoz Romero es Profesor de Comunicación Institucional e Imagen Pública del Departamento de Teorías y Análisis de la Comunicación en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid
Hay un extraño consenso profesional y político en este asunto: que Ayuso se ha equivocado y su hombre de confianza ha contribuido acercando una cerilla al vertido de gasolina. Porque esta crisis de comunicación tiene dos capítulos diferentes: la respuesta de la presidenta madrileña en términos de relato y posición y, un segundo, sobre la reacción incomprensible de su principal hombre de confianza, el factótum del gobierno, Miguel Ángel Rodríguez, cuyo análisis y consideraciones dejaremos para la siguiente ocasión, ya que merece una reflexión más documentada sobre la relación entre el poder y su obsesión por el control de los medios. A los efectos de esta colaboración, sólo será considerada la respuesta de Ayuso. Es verdad que los dos capítulos, al final, forman parte de la misma obra, pero sus implicaciones y análisis, desde el punto de vista de la comunicación, son totalmente diferentes.
Perder la iniciativa es perder la guerra. Y en plena ofensiva del PP con el “koldogate”, el presunto affaire Begoña Gómez y las derivadas de la amnistía, financiación, etc… la gestión de la crisis de Ayuso ha tenido un primer efecto: pausa en la ofensiva, control de daños y estabilizar el frente. Sin querer, Ayuso podría ser víctima del mismo argumentario del PP que, por elevación, pasa de los Aldamas a los Koldos, de los Koldos a los Ábalos y de los Ábalos a las Begoñas Gómez y de las Begoñas Gómez a los Pedro Sánchez.
Y esta es la primera conclusión relevante a efectos de aprendizaje de la pésima gestión de esta crisis: estamos hablando de Ayuso y no del “caso Alberto Gómez”. Y eso lo ha provocado la propia presidenta madrileña con su estrategia de comunicación. Ella misma ha personificado la situación.
Se va a entender perfectamente con una analogía: ¿De qué se estaría hablando ahora en todos los medios, foros, bares y tertulias del país, si Pedro Sánchez hubiera salido a dar explicaciones sobre las tareas profesionales de su mujer en el African Center o en el IE o sobre sus relaciones con Globalia, es decir, si Pedro Sánchez hubiera asumido como presidente del gobierno en el Congreso de los Diputados/as, la tarea de dar explicaciones que no le corresponden en ningún caso. Hubiera personificado el conflicto, lo hubiera protagonizado y se habría adentrado en un verdadero campo de minas.
Esto es lo que ha hecho Ayuso y este es el error que condena a la presidenta: ha hecho suyo el presunto fraude fiscal de su pareja.
“Es una opinión que comparten dirigentes del PP a todos los niveles, desde barones autonómicos a cargos nacionales , que lamentan que Ayuso esté al borde de perder el relato frente a la izquierda por la estrategia comunicativa con la que ha intentado capear el temporal”, como dice Ana Belén Ramos en El Confidencial.
Y esto, de momento, si nos quedamos solo en el análisis a nivel de estrategia/concepto de la gestión de la crisis. Pero luego en su propio desarrollo, en el plano de la posición, Ayuso y su equipo, han pasado por todas las fases de lo que no se debe hacer como respuesta a una situación de crisis con el potencial dañino de esta. A saber: personalización, negación, justificación, victimización, elusión y distracción.
Y por si faltara poco, en el plano de la argumentación y del relato, ha pasado por la improvisación, la descoordinación y la mentira o, mejor, por la demostración de desconocimiento, ya que la acusación de “mentir”, que sale tan fácilmente de tantas bocas, sería injusta. El caso es que tanta concentración de errores es demoledora y por primera vez, incluso con la presión a toda cancha para controlar a los medios de comunicación, la presidenta está tocada. Y no lo está por efecto de sus políticas. Lo está, posiblemente, por amor.
Vivimos una época de encanallamiento de la política y no sólo aquí, véase el surrealista, pero no por ello menos peligroso ejemplo de Donald Trump, algo que sinceramente me preocupa cada vez más puesto que parece una vuelta al paleolítico con peleas a garrotazos, por mucho que éstos sean al menos hasta ahora, por fortuna, tan sólo verbales.
No es una cuestión de ideologías sino de talantes, y el fair play por usar un símil deportivo, cada vez brilla más por su ausencia. Obviamente no todos son iguales, no pretendo en modo alguno generalizar, pero lo cierto es que la media de encanallamiento se ha incrementado notablemente.
Dentro de ellos hay auténticos virtuosos, y un ejemplo patente es el de Isabel Díaz Ayuso y su mano en la oscuridad Miguel Ángel Rodríguez. Insisto, no es cuestión de ideologías sino de su manera de entender y actuar en la política, y supongo que más de uno y más de dos políticos del PP pensarán de manera parecida. Véanse, si no, los casos de Cristina Cifuentes y de Pablo Casado, ambos tocados y hundidos por fuego amigo desde el entorno del PP madrileño nucleado en torno a Esperanza Aguirre y su heredera política Isabel Díaz Ayuso, que ya se sabe que de tal palo tal astilla.
Resulta llamativo, volviendo al tema del artículo, que quien había hecho del acoso y derribo su especialidad llegando a extremos de puro virtuosismo incluso en divisiones superiores a en la que milita dada su obsesión por medirse tú a tú con el presidente del gobierno, se haya visto afectada por la maldición bíblica de quien a hierro mata, a hierro muere. O si se prefiere más coloquial, que esté recibiendo su propia medicina. Quizás la soberbia les haya privado a ella y a su factótum del contacto con la realidad, algo que los antiguos romanos llamaban el mal de la púrpura…
En cualquier caso, insisto en ello, lo que me preocupa no es tanto que surjan políticos ególatras y populistas, lo que me preocupa es que tengan tantos palmeros que gracias a ellos acaban ganando las elecciones por goleada. Qué diferente de la sensatez de los atenienses, que cuando alguien amenazaba con convertirse en una amenaza era condenado al ostracismo por decisión popular; y aun con ello se la colaron alguna que otra vez.
E insisto una vez más, no es cuestión de ideologías, sino de sensatez y de prudencia, que no es poco.