- Pilar Blasco es licenciada en Lengua española y ha colaborado en publicaciones locales en temas de actualidad política y cultural.
Como ha ocurrido en otras épocas difíciles de la humanidad y de los países, en tiempos de guerra, de penurias y dificultades, sorprende constatar que hay gentes que no se dejan arrastrar a la confusión y el malestar, sino que por el contrario siguen desempeñando sus tareas aparentemente al margen con la situación social o política convulsa. Los que mantienen su mundo laboral y especialmente intelectual como un refugio en el que aislarse de los imponderables, como un retiro espiritual o como una necesidad para paliar en alguna medida los tiempos que corren.
La corriente hispanista a la que me voy a referir no es una novedad, pocas cosas lo son en la cultura, aunque para la mayoría resulten sorprendentes cuando saltan a la actualidad por su proliferación en los medios, por la oportunidad como contrapeso a la corriente dominante, por casualidad y por diferentes motivos. Estos días hay movimientos sociales importantes y ruidosos que todos vemos y que no se han creado de la noche a la mañana, sino que vienen de atrás y se han fraguado al fuego lento de la reivindicación, del malestar, del agravio y sobre todo de la extensión de su conocimiento al gran público de los medios y las redes.
El hispanismo ha existido siempre. Siempre ha habido hombres y mujeres inquietos y preocupados por dar a conocer la obra que muchos consideramos inconmensurable y extraordinaria de España en el mundo. Por razones siempre espurias y malintencionadas para nosotros, los españoles de España, no así para los inventores de leyendas negras en su provecho y sus intereses, la epopeya colosal, constante y ejemplar de tres siglos de civilización hispana en América y en buena parte del mundo, del planeta, como se dice ahora, ha sido como poco desconocida y en las últimas décadas criminalizada con verdadera saña dentro precisamente de nuestro país. En la España americana, en “las Españas” la campaña difamatoria destructiva de la verdad y de la justa fama empezó mucho antes, prácticamente a la par de la conquista. Llegó a conseguir sus propósitos con las guerras de independencia americanas, de las cuales aún está ese continente sufriendo las consecuencias. Y a pesar de lo cual, los hispanos de América, la mayoría siguen culpando a la madre Patria de sus males dos siglos después.
Los primeros españoles protagonistas de la epopeya con mayúsculas no fueron conscientes o no prestaron oídos a las patrañas históricas contemporáneas a los hechos ni tampoco parece ser se ocuparon mucho ni poco en defenderse de la insidia, de la envidia y la ambición de sus enemigos. Supongo que por el mismo carácter español y porque estaban muy ocupados precisamente en trabajar y luchar cuerpo a cuerpo en aquel proyecto colosal tan complejo en el que se implicó la nación, a la par del proyecto europeo del momento, que también estaba principalmente en manos españolas, como se ha ido comprobando con el tiempo, investigando en la documentación de los hechos, en los testimonios y en los resultados; buscando y encontrando en la verdad. Era mucha tarea para un país entonces pequeño y pobre, recién saldo de ocho siglos de reconstrucción y unificación agotadora. No me corresponde resumir aquí la inconmensurable, repito, historia de España de los últimos cinco siglos.
Pues bien, parece que el siglo XXI está siendo el del hispanismo reivindicativo con base y argumentos fundados en la verdad histórica, sistemáticamente cultivado no sólo por eruditos sino por gentes del común incansable, de mayor o menor nivel y entusiasmo, en algunos casos con verdadera pasión. Y eso está ocurriendo en las dos Españas, la de aquí y la del otro lado de la mar oceana. En el siglo XX hubo hispanistas de prestigio, anglosajones principalmente, qué curioso, los difusores a mansalva de la leyenda negra para sus fines imperialistas y mercantiles (nada que objetar, eran enemigos e iban a lo suyo sin complejos) continuaron machacando más o menos abiertamente, con más o menos rigor, una historia ajena, la nuestra, desatendida o silenciada por los españoles, de la que en muchos casos sabían lo que habían escrito sus predecesores, tan tendenciosos y desinformados como ellos, pero que en la sociedad española “ilustrada” y progresista de mitad del siglo XX y mucho después, causaba reverencia y admiración. La propaganda del enemigo interior, el que sigue en esa guerra ideológica suicida, hizo su parte. De manera que entre unos y otros la mala fama propia fue asimilada con una credulidad y docilidad asombrosas, unida a la demolición de la identidad, la herencia histórica, el orgullo y la autoestima social y cultural.
Hasta aquí hemos llegado. El hispanismo real está en auge, tiene a su favor personajes españoles e hispanoamericanos de gran nivel, imposibles de rebatir con datos y argumentos de solidez contrastada. Están creando un verdadero muro de contención contra la gran mentira de la leyenda negra y sus efectos. Los españoles de a pie se unen, nos unimos, en una progresión sorprendente y entusiasta en redes de comunicación y proyectos de todo tipo para rescatar lo que nos arrebataron durante mucho tiempo. Nunca es tarde. El hispanismo revive; es un arma de futuro muy potente y que muchos españoles estamos dispuestos a utilizar en una suerte de sanadora reconquista de nuestra identidad y nuestros orígenes culturales legítimos.