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Pilar Blasco es licenciada en Lengua española y ha colaborado en publicaciones locales en temas de actualidad política y cultural.
En Alemania y Holanda, sin ir más lejos -Europa es pequeña para ciertas cosas- hay una revolución rural que en España tarde o temprano se ha de replicar, porque las causas del malestar y la rebelión incruenta de la gente del campo europea son las mismas. No es algo inesperado ni desconocido; la Unión Europea ha puesto la producción agrícola y ganadera, la nutrición humana, en suma, a los pies de los caballos. Y eso no es repentino, viene ocurriendo hace años, décadas más bien. Pero como otros efectos del globalismo 2030 y demás agendas más o menos ocultas, este cambio económico y social contra natura y por la puerta de atrás, se viene haciendo con la técnica de la rana en agua tibia. Empezó con las subvenciones bienintencionadas en calidad de seguros agrarios sobre las cosechas perjudicadas por el clima. El campesino se vio libre de la ancestral maldición del sembrado al albur de los fenómenos meteorológicos; un alivio necesario a un sector habitualmente poco contemplado en ayudas sociales. La PAC, Plan Agrícola Común, en lo que ha desembocado el seguro agrario, afecta a la producción y economía agrícola de toda la Unión Europea y de ese organismo depende el destino del agricultor y ganadero de nuestros países, que, a cambio de ceder su antigua autonomía económica, se ve compensado con la consoladora subvención contra los males del clima y del mercado. Normal, el mundo cambia y el campo no es lo que era, en este caso para bien.
El problema viene cuando nuestra querida y protectora UE se apropia por ley de la soberanía económica del sector primario y hace con ella de su capa un sayo sin permiso y porque es lo mejor para el Planeta, o sea para nosotros. Dado que el ámbito rural está directamente imbricado en el atmosférico, es el primario, el origen, el que depende de la madre tierra en sentido literal, también es el “culpable”, según nuestras autoridades ecológicas, de la contaminación, de los efectos de la sobreexplotación, del CO2, de la huella de carbono y demás males atmosféricos, que en pocos años nos llevarán a la autodestrucción por la vía del calentamiento global y del cambio climático. Si se acaba el planeta, se acaba la vida en él, o sea que nos vamos todos al más allá por haber vivido a costa de los recursos naturales, etc.
En el mismo saco de la agricultura está la industria, el transporte y las fuentes de energía. O sea todo lo que nos hace felices, y hasta hace pocos años, ricos en bienestar y calidad de vida. Pero sin salirnos del campo-campo, el de los cereales, las hortalizas y frutales, habíamos adquirido a base de normas sanitarias y de todo tipo, prohibiciones internacionales, nacionales y autonómicas, unos niveles de calidad en nuestra producción distribución y exportación agrícola y ganadera, de primer nivel, incluso en competencia con los demás países europeos; no hablemos ya de los extracomunitarios, hasta el otro día de poca fiabilidad. Dónde va a parar una lechuga de Murcia, una naranja de Castellón, un tomate holandés o de Almería, un vino del Rin o de Rioja, etc., con los mismos productos de países lejanos o cercanos en los que no se controla la producción ni se cultiva con el cuidado y las obligaciones legales de la archicontrolada a todos los niveles Comunidad Económica Europea. Esa presión legislativa era la seña de identidad en materia alimentaria y alimenticia, empezando por la nuestra propia, sin parangón en el mundo mundial.
Ahora resulta que después de haber pagado tantos impuestos, haber sufrido tanta prohibición, tanto maltrato administrativo por una coliflor mal embalada, unas patatas recalentadas o unos terneros sin las vacunas reglamentarias… después de las batallas fronterizas con nuestros competidores por las fresas tempranas de Huelva o los pepinos acusados de toxicidad (falso) por los holandeses y demás piques vecinales que han redundado al fin y al cabo en mejoras de los productos, ahora resulta que somos contaminadores abusivos, que nos estamos cargando el medio ambiente y que ya vale, se acabó la agricultura europea con todas sus lacras maléficas para la salud del planeta Tierra. En el saco del medio rural entra, como habrá pensado algún lector, si los tengo, la caza y la dehesa porcina y brava, el paraíso de cualquier cuadrúpedo destinado al sacrificio alimentario en nuestro territorio español, a los que se cuida como a la niña de nuestros ojos.
El tercer grado de la temperatura del agua es pagar al campesino para que no siembre. El subsidio agrario ya no sirve para paliar las malas cosechas sino para mantener las manos quietas frente al terruño. Manos muertas, con lo que conlleva de frustración y de incertidumbre sobre el futuro, de pérdida de identidad y de independencia personal y familiar. Muchos pensamos que habrá más calentones con que cocernos del todo que dan vértigo y miedo, pero ya están en marcha, como los anteriores. Nos entregaremos a la impotencia y la adversidad, o nos rebelaremos en defensa propia. Esa es la cuestión.
A cambio de nuestros productos malditos, recibimos sin previo aviso y sin consentimiento, toda clase de frutas y verduras, cereales (a consecuencia de la guerra de Ucrania nos enteramos de que el trigo que consumimos viene de allí, del granero de la antigua URRS, ¡cómo te quedas!) las naranjas son de Sudáfrica y las hortalizas en su mayor parte de nuestro vecino Marruecos, el mismo que exporta material humano a diestro y siniestro, la mayor parte del cual recala en nuestras costas con garantía de paga vitalicia y servicios sociales sin control y sin requisitos. Las fincas agrícolas en Marruecos, están labradas con bolsas de plástico entre el terreno de cultivo, por ejemplo. No hablemos del salario de la mano de obra sin el SMI ni la SS. Así cualquiera vende barato barato. Se anuncia que el aceite de oliva, hoy prohibitivo, se importará también de Marruecos en los próximos años, ojo.
Parece ser que los países del Magreb, a un tiro de piedra del nuestro, por o hablar de China, India, de territorio y poblaciones inmensas, con industrias descomunales difícilmente controlables internacionalmente, pero con mano de obra barata y sobreexplotada, esas no contaminan. Pero los domesticados europeos al baño maría, que ocupan una parte mínima de ese planeta “a punto de extinguir”, esos sí contaminamos y de aquí irradian todos los males a la humanidad. Se ve que el cambio climático discrimina entre pobres y ricos, izquierdas y derechas, oriente y occidente, norte y sur.
En fin, que los Alemanes han puesto pie en pared y han sacado los tractores a cientos a las carreteras, devolviendo al gobierno una parte de la presión sufrida, que ha hecho recular a los herederos de aquella señora Merkel con la que empezó todo. Creo que también los holandeses, los franceses y algunos más despiertan. Faltamos los españoles. Seguramente porque nuestros medios oficiales de información no publican ciertas cosas “por orden de arriba”, para evitar el contagio, y porque la mitad de nosotros estamos en la ley de Amnistía y otras felonías en las que poner nuestras preocupaciones inmediatas. Si lo miramos bien, todo forma parte de lo mismo, del mismo plan: la Amnistía de Sánche-Puiogdemont atenta contra nuestra soberanía y nuestros derechos, la demolición del campo también.
Muy acertada. Desgraciadamente, también nos han robado la ilusión. El campo castellano está muerto.
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Gracias Pilar. Es una forma clara de explicar el problema del campo.
Gracias Pilar. No te cambio ni una coma.