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La mayoría de lectores de ALCALÁ HOY coincidirán conmigo en que Pedro Sánchez ya se ha ganado como mínimo un pequeño párrafo en la historia de España.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaíno que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Lo malo de la política es que, siendo como es una de las artes mayores, el material de sus creaciones es a la vez frágil e imperecedero: las palabras. Es frágil porque los autores, a veces sin justificación aparente o con escasa justificación, tienden a decir Diego donde dijeron digo. Y es imperecedero, al menos desde la invención de la imprenta, porque lo dicho queda registrado y esas palabras, como aves migratorias, vuelven al encuentro de sus dueños y creadores, pero muchas veces convertidas en sapos que hay que tragar.
Casi todos los políticos tienen muy desarrollada la habilidad de tragar sapos. Es una exigencia del oficio. El Conde de Romanones, que era un gran representante de la España más conservadora y un gran maestro del oficio, dijo una vez, con ánimo preventivo y sin duda sarcástico: “a eso que usted me propone no accederé jamás, y cuando digo jamás quiero decir por ahora”. Casi todos los políticos, repito, tienen muy desarrollada esa habilidad gastronómica, pero solo consiguen llevar su nombre a los libros de historia aquellos que, además de tragar el sapo, son capaces de encontrarle un cierto saborcillo apetitoso.
La mayoría de lectores de ALCALÁ HOY coincidirán conmigo en que Pedro Sánchez ya se ha ganado como mínimo un pequeño párrafo en la historia de España. No hay más que ver el ardor y convicción con que defiende la amnistía para todos los implicados en lo que hemos dado en llamar el procés de Cataluña. Quiere esto decir que le ha encontrado el saborcillo al sapo, y por eso asegura, entre otras cosas, que la amnistía redundará en una España más unida y que en el futuro lo recordaremos y se lo agradeceremos. Quién sabe, a lo mejor lleva razón y acaba demostrando lo equivocados que estábamos todos los que no le veíamos sentido a eso de la amnistía. A estas alturas yo ya estoy seguro de que el párrafo referido a Sánchez, muy al contrario de lo que le lanzaron sus adversarios en el Parlamento, no será para calificarlo como el peor gobernante de nuestra centenaria historia. Tampoco tiene fácil llegar a ser el mejor. Quizá podríamos incluirlo entre los candidatos a mejor presidente de un gobierno de coalición en la España democrática, si bien es cierto que gobiernos de coalición hemos tenido pocos y períodos democráticos aún menos.
Se cumplen en estos días 45 años desde la celebración del referendum constitucional. Casi medio siglo desde la celebración de las primeras elecciones democráticas después de las celebradas en los pocos años de la Segunda República. Este sí que ha sido un gran período de libertad, de convivencia, de prosperidad social y económica. Pero flota en el ambiente la impresión generalizada de que los españoles no seríamos hoy capaces de poner en pie, a través de nuestros representantes, ese magnífico edificio hecho a base de palabras que es la Constitución de 1978. Un ejemplo palmario de esa incapacidad, con las cámaras de televisión ofreciéndolo en directo, fue la negativa de la bancada de la derecha a aplaudir, siquiera protocolariamente, el discurso que pronunció la Presidenta del Congreso el día 29 de noviembre con motivo de la inauguración solemne de la XV Legislatura. Claro está que Francina Armengol hizo poco para merecer dicho aplauso porque pareció olvidar que hemos tenido gobiernos de izquierda y gobiernos de derecha; y que los éxitos y los fracasos de este medio siglo son, en todo caso, compartidos.
Vamos a vivir una legislatura de extrema polarización y sin duda los representantes de los tres poderes del Estado deberían tomar la Constitución como guía para transitarla. Hay que leer la Constitución y tratar de cumplirla, tratar de hacerla realidad, cada uno en la parte que le toca. Y quizá con esa lectura podamos evitar, como pedía el Presidente Azaña en uno de sus mejores discursos, que “el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y el odio y el apetito de destrucción”.
Hay que construir y no destruir, sabiendo que muchas veces la dura experiencia gastronómica de los batracios no consiste solo en tragar las propias palabras, sino en hacer el esfuerzo de entendimiento con las huestes que han corrido a tomar posiciones en la trinchera de enfrente. Por qué no recordar o imaginar los esfuerzos de deglución que hubo de hacer en su día Juan Carlos I, que había jurado, nada menos, que los principios del Movimiento Nacional; por qué no imaginar a Adolfo Suárez casi atragantado con aquel decreto que devolvía a la legalidad al PCE. Y qué me dicen del sapo que tuvieron que tragar Carrillo y todos los miembros del Comité Central con el anuncio de que a partir de entonces la bandera nacional presidiría todos los actos públicos del partido. La política es eso: negociar con el contrario, aceptar que puede tener parte de razón y cambiar de opinión cuando los hechos cambian y hay que adaptarse a la realidad. Le preguntaron a Sánchez en TVE qué había pasado para un cambio tan radical de opinión sobre la amnistía. Y la respuesta del Jefe del Gobierno fue obvia, pero no por ello carente de profundidad o elementos para la reflexión: lo que había pasado, vino a decir, son las elecciones generales del 23 de julio.
Una vez más estoy de acuerdo con los comentarios de Santiago López Legarda, aunque me gustaría hacer algunas puntualizaciones.
La primera, que me preocupa mucho la polarización que se ha adueñado no ya de la política, algo de por sí dañino, sino también de la sociedad española, lo que es todavía peor, con significados políticos de la práctica totalidad del espectro tocando a rebato para la defensa de lo que pretenden hacer pasar por los intereses nacionales, que en realidad poco les importa salvo en lo tocante a los suyos propios. No pretendo ser agorero, pero así comenzó la crispación en la II República que acabó pocos años después con la catástrofe de la Guerra Civil y la larga dictadura franquista. Por fortuna la situación actual es muy distinta de la de entonces, pero aunque no haya que temer, al menos por el momento, un nuevo conflicto civil, no deja de ser preocupante este deterioro de la convivencia.
Claro está que algo similar ocurre en diversos países de nuestro entorno empezando con los Estados Unidos, en los que la demencial -o quizás no tanto- política de Trump hizo saltar muchas alarmas y, aunque por el momento parece estar neutralizado el peligro, la opinión pública americana se ha escindido en dos. Flcaco consuelo, dicho sea de paso.
Y la segunda, que sin gustarme en absoluto el gusto de Pedro Sánchez por arriesgarse al límite, de hecho me recuerda cada vez más a un jugador profesional de póker más que a una reencarnación de Maquiavelo, visto lo que hay y ante la falta de alternativa, con todos mis temores me veo obligado a darle un voto de confianza. Al fin y al cabo fuimos muchos los que nos alarmamos cuando pasó de tener pesadillas con Pablo Iglesias a convertirlo en vicepresidente, y en pocos años nos encontramos con ese partido prácticamente reducido a su mínima expresión, algo que no seré yo quien lo lamente.
Así pues, teniendo en cuenta que el secesionismo -que no independentismo, este término está reservado a las colonias- catalán es en realidad una jaula de grillos y entre sus distintas facciones se llevan a matar, podría ser que la vieja táctica romana del divide y vencerás, si es que es ésta su estrategia, pudiera acabar rindiendo resultados interesantes… aunque no para ellos, claro está.
Evidentemente estoy especulando, puesto que no tengo forma de saber lo que se ha cocido realmente en la trastienda de los partidos implicados, PSOE, secesionistas y quizás incluso también de esos que tanto han gritado en contra de la dichosa amnistía. De lo que sí estoy convencido es de que todo o casi todo lo que nos han dicho es teatro… y no sólo estoy hablando del PSOE, de los secesionistas o del impresentable -incluso para sus propias huestes- Puigdemont, sino también del vociferante PP. Porque hay que ser muy ingenuo para no percatarse de que todos ellos están intentando engañarnos de la manera más descarada.
En general, comparto la opinión de Sánchez Legarda. Con toda esta algarabía que nuestros políticos nos regalan (unos mucho más que otros), con todo el griterío de que “España se rompe”, de las “imposiciones” de las huestes de Junts y de las ¿explicaciones? de Sánchez sobre la amnistía, creo que TODOS meten su cuñita para engañarnos con algo que aún no tengo claro, pero que, una vez más, nos están manipulando TODOS, eso sí lo tengo claro.
Que “España se rompe” no me preocupa (también, y muchas veces, el PP manoseó el tema con ETA y no hubo “ruptura”), sí me preocupa la polarización que hay ahora en la nación, el descontento general entre la ciudadanía por no saber a qué atenerse, porque, en realidad, el alboroto se basa en salvar los intereses de los protagonistas: Sánchez, Feijoo y Puigdemont. Nosotros, los ciudadanos… ¡poco importamos! Este deterioro trasmitido a través de los manipuladores que lo hacen “por un bien mayor”, nada tiene que ver con la satisfacción de la convivencia cotidiana. Señores, sigue existiendo un poder judicial que lleva 5 años sin cumplir con la Constitución; señores, usted se fue con “el rabo entre las piernas”, asuma su derrota; señores, sigue habiendo mucha pobreza en la nación, mucho desempleo, sigue la violencia de género sin ser eficaz, como tampoco lo son las inspecciones en el sector laboral para que se cumplan los contratos, la Sanidad y la Educación Publicas se mueren… ¿sigo…? Por favor, sean una pizca coherentes y dejen de MANIPULAR a esos ciudadanos que con nuestro voto les dimos valía en la urnas.
Supongo que quienes hicieron la Ley Electoral actual no supondrían que se daría esta situación de empate entre los dos grandes bloques que propiciara un desempate a base de formar coalición con esta serie de “migajas parlamentarias” que, al final, dan ocasión a que se les tengan que cambiar leyes “a su medida”, etc., salvo que el sentido de la dignidad personal y política del presidenciable le llevase a convocar nuevas elecciones en vez de usar nuestros votos como “dinero a su disposición” para negociar su llegada (o permanencia) a La Moncloa.
Cuando había un partido bisagra (como Ciudadanos) con suficiente peso, estábamos a salvo de esta diabólica eventualidad, pero no siempre lo hay.
Creo que una solución podría ser que no se permitiese formar coalición de investidura con partidos que no tuvieran, por lo menos, un 5% de representación parlamentaria (en nuestro caso, 17’5 diputados). Tampoco se tendrían que ofender mucho los partidos que, por no tener esa cantidad de representación, quedaran impedidos de formar parte de un gobierno.
Esto tampoco nos llevaría al bipartidismo (en cien caben muchos cincos o mayores), sino al “antimigajismo”. Y, de paso, nos evitaríamos repeticiones electorales por imposibilidad de formar una investidura digna (aunque ahora sea legítimo formar una indigna).
Sin entrar en colores políticos, independentismos, constitucionalismos y demás, parece claro que la situación actual, en que se cambian las leyes para comprar siete votos, no parece muy digna, por más que ahora sea legítima.
Aunque creo que se sobreentiende, la votación de investidura no sería con los 350 diputados iniciales, sino sólo con los correpondientes a los partidos que alcazaran esta cantidad crítica (el 5% del Congreso), o estaríamos en las mismas.
Es decir, la mayoría no necesitaría conseguir “la mitad más uno de 350”, sino de la cantidad inferior que resultara al suprimir las “migajas”, con mis respetos para quienes las integraran. Sólo hablo de cantidades, no de cualidades.
Digamos que todos tendrían voz, pero no todos tendrían voto.
Y lo mismo en todas las votaciones de la legislatura, claro.
Sí “… Y lo mismo con TODAAS las votaciones (comunidades, Aytos…) no vale el “ahora me interesa” y pacto con… y en las generales… ponemos matices con ciertos partidos. Honradez y honestidad! que fallan todos y algunas veces, unos más que otros (recuerdo: el CGPJ lleva 5 años sin renovar y es un ¿delito? al menos es desobedecer la Constitución. Me pregunto, si hubiera sido el Psoe el que se hubiera negado a tal renovación por el mismo motivo que lo hace ahora el PP… ¿se rompería España? Basta de acusaciones que ambos partidos están gobernando con algunos grupos no gratos para muchos, muchos ciudadanos.