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No existe en el mundo un banco que pueda mantenerse en pie si todos los clientes reclaman a la vez la retirada de sus fondos.
- Santiago López Legarda es un periodista alcalaíno que ha ejercido en diferentes medios nacionales.
Los lectores de ALCALÁ HOY habrán visto con asombro las colas que se formaban hace algunas semanas delante de las oficinas del Banco de España para comprar letras del Tesoro. Era una imagen que no habíamos visto en todos los años de nuestra vida, pero que tiene toda la lógica del mundo porque los ahorros depositados en las cuentas bancarias – ya sean cuentas corrientes o depósitos a plazo- obtienen una remuneración ínfima, muy cercana a cero, mientras que las letras a un año, por ejemplo, riden el 3,3%, según los resultados de la subasta celebrada el 7 de marzo.
El asombro no habrá sido menor al comprobar que la última tormenta bancaria desatada en los Estados Unidos de América se ha debido en gran parte a las inversiones que el ahora famoso Sillicon Valley Bank había hecho en bonos del Tesoro americano. ¿Qué ha pasado? Al parecer, lo mismo de siempre: no existe en el mundo un banco que pueda mantenerse en pie si todos los clientes reclaman a la vez la retirada de sus fondos. No hay más que ver lo ocurrido días después con Credit Suisse. En teoría, hay pocas inversiones más seguras que los bonos estadounidenses, pero qué sucede si la Reserva Federal, en vista de la inflación galopante, decide subir los tipos de interés. Pues lo que sucede es que el valor de los títulos adquiridos previamente caerá en proporción a la subida de tipos. Si son letras a un año, por ejemplo, caerán poco; pero si son bonos a cinco o diez años, la caída puede ser dramática. El SVB había cogido el dinero que las empresas del Valle del Silicio depositaban a espuertas y lo había invertido en títulos de deuda americana a largo plazo. Por alguna razón ( y no cabe descartar que alguien tuviera información priviliegiada sobre algo malo en las tripas del banco) esas mismas empresas comenzaron a pedir la retirada de fondos y sobrevino la catástrofe: los gestores del SVB se vieron a obligados a vender los títulos devaluados y las pérdidas consecuentes se llevaron por delante a la entidad. El corolario final de toda esta historia se resume en una palabra: confianza. Todos llevamos en el bolsillo unos papelitos de colores con los que compramos bienes y servicios, pero qué pasaría si se volatilizase la confianza en esos papelitos o si desapareciese la confianza en el sistema bancario: el abismo se abriría bajo nuestros pies.
Conviene recordar, antes de seguir, que en los últimos años la rentabilidad de la deuda pública ha estado muy distorsionada (a la baja) por las compras masivas llevadas a cabo por el Banco Central Europeo y por la Reserva Federal de los Estados Unidos. Esta práctica, con la que se pretendía ayudar a los Gobiernos, que es tanto como decir a las sociedades, era considerada un pecado nefando en los buenos tiempos del Bundesbank, cuando la autoridad monetaria de Francfort marcaba el paso al resto de bancos centrales europeos. La batuta está ahora en otras manos y las compras a mansalva de deuda pública llevadas a cabo por el BCE y la Reserva Fedral motivaron lo que podríamos llamar un contradiós: resulta que muchos gobiernos europeos, entre ellos el español, cobraban a los inversores/ahorradores en lugar de abonarles equis intereses por la colocación de los títulos. Esa situación no podía durar mucho, porque en resumidas cuentas lo que se estaba haciendo era darle a la máquina de imprimir billetes y el efecto colateral inevitable era generar inflación, como estamos viendo ahora. No es que la escalada actual de precios esté causada únicamente por lo que han hecho los bancos centrales, pero sin duda las compras de deuda han contribuido.
Bien, el panorama parece haberse normalizado y los rendimientos de los títulos de deuda han comenzado a subir en cuanto el BCE y la Reserva anunciaron que poco a poco se acabarían las compras. Y a pesar de los rendimientos más atractivos de letras, bonos y obligaciones, seguimos en una situación anómala, porque esos rendimientos siguen siendo negativos si se descuenta la tasa de inflación. Veamos un sencillo ejemplo: Si la inflación se estanca, digamos, en el 5% anual, un ahorrador que invierte hoy 10000 euros en obligaciones del estado a diez años debería obtener al cabo de ese período unos 16300 euros solo para mantener el poder adquisitivo de su inversión inicial. Sin embargo, solo obtendrá unos 13500 euros, según las últimas cotizaciones del mercado.
Debemos tener en cuenta, por otra parte, que batir a la inflación, es decir, obtener a lo largo del tiempo unos rendimientos superiores al incremento de los precios es algo así como la búsqueda del Santo Grial del ahorro y la inversión en productos financieros. Pero esa dificultad no debe desanimar a quienes se proponen ahorrar y obtener unas ganancias que hagan crecer esos ahorros. Al final conseguirán acumular un patrimonio pequeño o grande, que sería mayor si no hubiera inflación, pero ya se sabe que ésta última es la grasa consistente que necesita toda la maquinaria económica para funcionar sin chirridos ensordecedores. Mucha inflación es mala cosa, pero nada de inflación es aún peor.
Otra cosa importantísima que debemos tener en cuenta es que los títulos de deuda, a día de hoy, son seguros y razonablemente rentables…si quien los compra los mantiene en su poder hasta el vencimiento. Esta es la clave de bóveda de la inversión en deuda pública, que a veces es denominada como inversión en renta fija y que de fija no tiene nada, salvo que uno mantenga los títulos hasta la fecha de amortización. Si, por la razón que sea, hay que desprenderse de los títulos, puede pasar lo mismo que le pasó al SVB y también podría pasar todo lo contrario: ganancias sustanciosas. Todo depende de cómo evolucionen los tipos de interés en el mercado.
Muchos ahorradores/inversores, en esa azarosa búsqueda del Santo Grial, se han decantado, en España y en casi todo el mundo conocido, por un tipo de activo que históricamente ha proporcionado un buen refugio contra la inflación: el ladrillo. Pero esa canalización intensiva del ahorro hacia la propiedad inmobiliaria ha generado lo que podríamos llamar una conspiración de los pudientes contra los necesitados. Los precios de la vivienda se han ido a las nubes y las jóvenes generaciones cada vez tienen que hacer un esfuerzo mayor, a veces imposible, para acceder a este bien de primera necesidad, que además es un derecho constitucional, por lo menos en España. Así que invertir en vivienda puede ser rentable, sí, pero nos plantea, o debería plantearnos, un dilema moral porque significa obtener esa rentabilidad a costa de un mayor sufrimiento de los jóvenes y los sectores menos favorecidos de la sociedad.
La inversión en deuda pública, pese a las turbulencias que de cuando en cuando se desatan, ofrece muchas ventajas y no tiene esa posible contraindicación de tipo moral que señalamos en la inversión inmobiliaria. Es una inversión segura, ofrece liquidez total (se puede comprar y vender en cualquier momento) y, en condiciones normales de mercado, ofrece una buena rentabilidad. Decíamos que mucha inflación es mala y nada de inflación es aún peor. Con la deuda pasa lo mismo: mucha deuda es mala, pero nada de deuda sería peor, porque significaría que el Estado o la Administración renuncian a las poderosas palancas que tienen en sus manos para mejorar la vida de los ciudadanos. Actualmente, al menos en España y en toda la Eurozona, también en Estados Unidos, estamos en un contexto de mucha deuda y parece que en los próximos años la tendencia será a reducirla, si no en términos absolutos al menos sí en comparación con el PIB, que es la vara de medir que se usa para calibrar el endeudamiento de los paises. España tiene alrededor de 1,5 billones de deuda en circulación, lo que representa un 112% del PIB. Compárese con el 37% que llegó a representar en los buenos tiempos del recientemente fallecido Pedro Solbes o con el 60% del que se hablaba en los tratados previos a la aparición del euro.
Así que con los bancos centrales subiendo el precio del dinero y volviendo a la ortodoxia de no financiar a los gobiernos, los títulos de deuda constituyen una buena oportunidad para los particulares, que pueden obtener un rendimiento razonable para sus ahorros y pueden sentir al mismo tiempo que están ayudando a atender las necesidades de sus conciudadanos. Pero insistimos: hay que ser conscientes de que el valor de los títulos oscila en el mercado y la presunta renta fija solo es fija si uno puede mantener dichos títulos hasta la fecha de vencimiento.