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Lo peor de todo, lo más grave, es que esto está degenerando en una crispación que avanza inexorablemente entre la sociedad.
- Analista político colaborador de ALCALÁ HOY
La RAE otorga al verbo «parlamentar» dos acepciones. La primera de ellas, “dicho de una o de varias personas: hablar o conversar con otra o con otras” y la segunda, “entablar conversaciones con la parte contraria para intentar ajustar la paz, una rendición, un contrato o para zanjar cualquier diferencia”.
Si trasladamos la finalidad de dicho verbo a la política española creo que es mayoritaria la percepción de que no se ajusta a lo que vivimos. Porque la realidad, tristemente, es que el insulto, la impostura y la descalificación gratuita se han adueñado del debato público en España.
No hay más que ver las sesiones de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados, los mítines electorales que cada fin de semana celebran los distintos partidos políticos y las tertulias que -ahora menos- cuentan con la presencia de políticos en sus mesas.
Lo peor de todo, lo más grave, es que esto está degenerando en una crispación que avanza inexorablemente entre la sociedad. Ahí están, por poner un ejemplo, las manifestaciones en defensa de la sanidad pública en Madrid donde las consignas son “Ayuso asesina” o “Ayuso terrorista”.
Además, lo que esto implica es seguir cavando en esa fosa que representa la desafección ciudadana hacia todo aquello que tiene que ver con la política. Porque, si nuestros políticos están más centrados en el insulto fácil, ¿a qué ciudadano de a pie le va a interesar la política?
El precio de la cesta de la compra sigue subiendo, el precio de los combustibles sigue como sigue y cada día que pasa, iniciar un proyecto de vida en España es una utopía. La distancia que hay entre la clase política y los problemas más cotidianos de los ciudadanos parece abismal.
En el reparto de responsabilidades de esta situación yo siempre he dicho lo mismo. La labor del Gobierno como la de la oposición son fundamentales y todos, en mayor y menor grado, son responsables. Ahora bien, creo, objetivamente, que las responsabilidades que tiene un Gobierno, tanto para lo bueno como para lo malo, no son equiparables a las de la oposición.
Alguna vez he leído por ahí alguna opinión que culpaba de esta situación a la irrupción de los nuevos partidos políticos. No sé qué incidencia habrá tenido este factor en la impostura crónica que se respira ahora en el ambiente político, pero de lo que estoy convencido es que urge ponerle solución.
Porque se está desvirtuando lo que significa la política, porque están alejando a la gente de todo aquello que tenga que ver con la política –jóvenes incluidos- y porque ese camino, inevitablemente, conduce a acrecentar la tentación de algunos de cuestionarse la utilidad de nuestro sistema democrático.
La política es una actividad noble. Imprescindible en cualquier sociedad democrática. No merece ser vilipendiada porque las estrategias partidistas se antepongan al interés general. El descrédito de la política conduce a un escenario peligroso. Es también el descrédito de nuestro sistema democrático.
Como puede tener la poca decencia de plantear como un problema político o del gobierno actual del Estado que suba el precio de la cesta de compra o de la energía o de la vivienda es lo habitual en un sistema capitalista, si el gobierno hiciera algo para limitar el precio se le llamaría comunista. Sin embargo, critica que la ciudadanía salga a la calle a decir a los responsables de la calidad de la sanidad o la educación. Su artículo es muy parcial y con una clara intención partidista.