- En un lugar Patrimonio de la Humanidad todo debe formar un conjunto armonioso que contribuya a la calidad de vida de sus habitantes.
El solado que acompaña la peatonalización de nuestras calles nada tiene que ver con la imagen medieval y renacentista que deberían mostrar. Su terminación granítica, geométrica, casi “asfáltica”, unida a los anacrónicos elementos pétreos que conforman el nuevo mobiliario urbano, no suma, no aporta. Resta. Es la nueva estética anodina e industrial de las calzadas del casco histórico alcalaíno.
- Fotos remitidas por el autor
En un lugar Patrimonio de la Humanidad todo debe formar un conjunto armonioso que contribuya a la calidad de vida de sus habitantes. Es frecuente que el viandante valore individualmente la maravillosa fachada renacentista de la Universidad, la elegante torre herreriana de la Catedral o el imponente escudo barroco del Palacio Arzobispal. Sin embargo, le resulta más difícil percatarse del motivo por el que se siente feliz transitando por una vieja calle, o descansando en el banco de un entrañable rincón. Esta afección del alma se logra, precisamente, cuando el conjunto de esa calle, de ese rincón, es totalmente armónico. Pues bien, para el mantenimiento de la espiritualidad urbana, algunos ayuntamientos han olvidado, en los últimos años, la conservación de sus seculares calzadas.
Cuando, en los meses previos a las elecciones, nuestro ayuntamiento ha decidido feliz, pero atropelladamente, peatonalizar buena parte de nuestro casco histórico, las voraces máquinas han levantado las capas de asfalto que, en los años setenta, cubrieron la mayor parte de nuestro primitivo suelo pétreo. Ahí se han descubierto las vergüenzas de quienes decidieron tamaño descalabro: Bajo esa negra epidermis de betún se descubren nuestros añejos suelos empedrados: Sencillas y bellas calzadas de humilde canto rodado.
Pero la vergüenza engorda desaforadamente cuando los descalabros patrimoniales se perpetran hoy, a las puertas de concluir el primer cuarto del siglo XXI.
Sabemos que, como en otros lugares, algunas de nuestras calles del casco antiguo se empezaron a empedrar en los siglos XV y XVI. El material más empleado fue el canto rodado, fácilmente extraíble y transportable desde la ribera del Henares y desde las montoneras formadas por los agricultores tras la limpieza de sus campos.
La ejecución del empedrado era sencilla, aunque lograba auténticas alfombras pétreas, de manos de los artesanos canteros, en los quicios de los grandes edificios, como los que aún podemos contemplar en las descuidadas entradas del Colegio de Málaga. Las calles se limitaban con líneas perpendiculares de bordillos en piedra caliza (elevados o raseados con el resto del empedrado) y, en algunas ocasiones, al cabo de unos metros, se cerraban tramos con varias hiladas de la misma piedra, facilitando las travesías. En el interior de esos espacios delimitados o casetones se colocaban los mencionados cantos rodados, afianzados y llagueados con argamasa de cal y arena, que cubrían la mayor parte de la superficie de nuestras calles.
Estos suelos de canto rodado se fueron reponiendo y ampliando hasta el siglo XIX y principios del XX; y nos recuerda Rafael Fernández en su reciente libro cómo, al comienzo de la contemporaneidad, los ingenieros y zapadores militares contribuyeron a este empedrado de las calles complutenses.
Observamos estas hermosas calzadas en muchas de las primeras fotografías alcalaínas, publicadas por Cabrera Pérez, Sánchez Moltó… Con sus cantos rodados aparece la calle de Libreros en una fotografía de 1905, y los mantiene aún en otra de 1967. La misma estampa de jaspeado canto nos la ofrece la calle de Santiago, en 1900; la calle Mayor, en 1909; la de Escritorios, en 1890; la de la Imagen en 1892; y hasta la Plaza de Cervantes, en 1908.
Pero son las calles que hoy se están enlosando las que mayor desgarro ofrecen. Si bien es cierto que, tras los narrados inicios, se empleó también el adoquín en nuestra ciudad, aspectos como su irregularidad artesanal o su llagueado nos ofrecían un carácter más humano de nuestras calzadas. Además, estos adoquines se emplearon preferentemente para delimitar espacios y facilitar travesías.
En la calle Trinidad, las máquinas excavadoras acaban de descarnar una de estas travesías de poliédricas piedras que facilitaban el paso hacia el convento de Trinitarios.
Y, a cambio, desde hace unos meses, los foráneos adoquines graníticos con los que se va cubriendo nuestro solar son pequeños cubitos, cortados industrialmente y circunscritos en la calzada por rectas líneas de impoluto blanco, cuando no por baldosas de cemento. Todo ello seccionado con el poder simétrico y artificial de las máquinas, y dispuesto sin llagueado alguno, en filas robóticamente uniformes, cual ejército sin alma.
Ya nada tendrán que ver las calles del casco histórico cristiano, con la calle de San Felipe o del Empecinado en la imagen que conservamos de 1890. Ya no volverá a mostrar su calzada de cantos del Henares ni Santa María la Rica (1915), ni Santa Úrsula (1897), ni la calle de Roma (1905)…
El solado de nuestras añejas calles muestra hoy, al compás de su peatonalización, un aspecto desangelado, casi asfáltico, que poco tiene que ver con la imagen medieval o renacentista que nos debería envolver. Junto a él, algunos elementos contemporáneos terminan de estrangular el arrullo histórico, como las lacerantes fuentes de chirriante grifería, jalonadas de geométricos mojones, que destrozan la visión de la placita de Santa María la Rica.
Hoy en día, ciudades históricas como Santiago de Compostela o Zamora muestran la sensibilidad que hay que tener con estas hermosas fachadas horizontales, en absoluto reñidas con la comodidad. En Santiago, el Consorcio de la ciudad ha creado un taller de cantería que mantiene, restaura y –si es necesario- sustituye el empedrado, consiguiendo cómodas calzadas. En Zamora comprobamos esa conjunción entre la estética del canto rodado y el binestar del paseante en calles como Baldorraz o en rincones como la Puerta de doña Urraca.
En definitiva, la peatonalización del casco histórico y la afloración de nuestro viejo empedrado habría sido una gran oportunidad para la restauración de ese ecosistema patrimonial que –no lo dude nadie- incide también en la calidad de vida de los alcalaínos. Sin embargo, para esta necesaria pero atropellada obra (cuya falta de previsión ha ocasionado también mil trastornos de movilidad, incluso para los colegiales y sus familias) se ha prescindido de la participación ciudadana, no convocando al Consejo Asesor de Patrimonio Mundial desde antes de la pandemia, carecemos del Plan de Gestión que exige la UNESCO, y me temo que no se ha solicitado siquiera informe previo a nuestros técnicos municipales de Patrimonio Histórico. El triste resultado: Nuestro Patrimonio por los suelos.
Miguel Mayoral Moraga es Profesor Doctor en Historia por la Universidad de Alcalá, especialista en Patrimonio Histórico, Coordinador de “A European Museum of Education…”, miembro de la Institución de Estudios Complutenses y Concejal Independiente de Alcalá de Henares
Concejal independiente dice?
Este no era de Ciudadanos hasta hace poco? El concejal “transfuga” sin honor al servicio del PP. El nuevo títere que mueven con hilos los expertos desde hace décadas en enfangar la política local.
Ahora a criticar cobrando de un acta que debería soltar por dignidad.
Vaya papelón.
Pero hombre, ¿se ha creído que seguimos en el siglo XV? Antes no tenían cómo hacer suelos planos que preservaran la integridad de tobillos y rodillas, pero estamos en el XXI y ya hemos aprendido.
Esto no es un museo, es una ciudad por la que tenemos que deambular. Bastante tortura para los pies es tener que andar por el centro de la calle Mayor (y las hay peores, como el tramo de S. Felipe próximo a la plaza de Palacio), como para que nos fueran a hacer andar ahora sobre “patatales” de cantos rodados, como menciona.
Eso valdría para una maqueta, pero no para tener que moverse andando sobre semejante suelo “tuercebotas”.
Si la cosa es emular el siglo XV, habría que cambiar las farolas por antorchas, vehículos por burros, etc. ¡No fastidie!
Sea usted todo lo historiador que quiera, pero no nos haga retroceder seis siglos en cuestiones tan funcionales como el suelo que tenemos que pisar. ¡Fachadas horizontales, dice! Verticales todas las que quiera, pero el suelo a la usanza de seis siglos atrás, ¡venga hombre!
Son muchas las voces que vienen avisando desde hace decadas del proceso de chabacanización de Alcala de Henares.
La forma de pensar de la España “progresista” con un nulo sentido de la historia y el arte tienen buena parte de la culpa, la historia no interesa, solamente la que diga la izquierda y esa tambien manipulada.
Ya son muchos los visitantes que miran con cara rara cuando se les dice que Alcala es patrimonio de la humanidad, mas parece una ciudad obrera mas.
parece que apremia mas llenar el municipio de chandalls y mallas para todo tipo de deportes y manifas de izquierdas.