Hablemos de los precios | Por Santiago López Legarda

La inflación es un fenómeno real, pero es también un estado de ánimo, una expectativa social del golpe que se nos viene encima y queremos esquivar. Y no creo que al sosiego ciudadano  contribuyan  titulares como este: " La guerra y la inflación cuadriplican el precio del aceite  de oliva"

  • No voy a negar que el problema está ahí y tenderá a empeorar si se impone el sálvese quien pueda y no se consigue un pacto de rentas entre los agentes sociales y el Gobierno.

 

  • Santiago López Legarda es un periodista alcalaíno que ha ejercido en diferentes medios nacionales.

Durante muchos meses, cuando se empezó a vislumbrar el final de la pandemia, numerosos expertos no pararon de advertir que se avecinaba un repunte de la inflación. También eran numerosos los expertos que se burlaban de estas previsiones más o menos catastrofistas. Entre estos últimos militaba con mucho entusiasmo el profesor y columnista Paul Krugman, galardonado con el premio Nobel de Economía en 2008. Imagino a Krugman invitando a cenar a  sus colegas de Princeton, después de haber perdido tan estrepitosamente la apuesta. También imagino a pequeñas  legiones de estudiantes que ahora están terminando la carrera y obtendrán sus doctorados tratando de explicarnos qué diablos ha pasado  para llegar a un IPC de casi el 10% cuando a finales de 2020 y comienzos de 2021 teníamos un IPC negativo.

No voy a negar que el problema está ahí y tenderá a empeorar si se impone el sálvese quien pueda y no se consigue un pacto de rentas entre los agentes sociales y el Gobierno. Algo parecido a lo que fueron los Pactos de la Moncloa. La inflación es un fenómeno real, pero es también un estado de ánimo, una expectativa social del golpe que se nos viene encima y queremos esquivar. Y no creo que al sosiego ciudadano  contribuyan  titulares como este: ” La guerra y la inflación cuadriplican el precio del aceite  de oliva”.

Cuando leí ese titular, que encabezaba una información de un periódico importante en la que se aseguraba también que la leche había subido un 145% me asusté un poco y fui corriendo al hipermercado. Resulta que el último precio que yo tenía en la cabeza para una garrafa de cinco litros de aceite de oliva virgen extra era de unos 15 euros. Esto esforzándome mucho en buscar ofertas, porque también había visto garrafas a 20 euros e incluso más, según las marcas. En el hiper encontré una garrafa a 14,45 pero de tres litros. Así que sí, había una subida importante; pero una cosa es eso y otra bien distinta decirle  al lector que una garrafa que antes costaba 15 ó 16 euros ahora estaría costando más de 60 euros. Porque eso es lo que significa cuadruplicar ¿no? Parece que algunos periodistas o jefes de redacción aplican la máxima de que no hay que dejar que la realidad te estropee un buen titular.

Algo parecido me pasó con la leche Pascual enriquecida con calcio, que tiene fama de ser la más cara, pero que es mi favorita. Bueno, el último precio  que yo recordaba vagamente rondaba los 8 euros para un paquete de seis litros en tetra brick.  Una subida del 145%, según había dicho el informador, significa multiplicar por 2,5 el precio anterior, o sea, unos 20 euros por paquete. Primero vi los lineales vacíos por la huelga de transportistas, pero luego los estantes estaban surtidos y mi leche favorita se vendía a 8,95 euros. Tendríamos que ser un poco más rigurosos con las cifras y los porcentajes, ¿no creen? Si ya es alarmante la estadística que nos ofrece el INE, no es de recibo que se eche gasolina al fuego con titulares a todo trapo.

Hablando de gasolina. Está claro que somos adictos desde hace décadas a los combustibles derivados del petróleo. Y deberíamos preguntarnos hasta cuándo podremos mantener esta adicción, no solo por lo que nos cuesta, sino porque las reservas conocidas de petróleo son finitas y además está el daño que le hacemos al medio ambiente con nuestros millones y millones de coches de combustión circulando a todas horas. Quizá una subida de precios tan brusca como la sufrida en las últimas semanas ( alrededor de 50 ó 60 céntimos por litro) habría sido un buen momento para ir dejando el vicio. No digo abandonarlo por completo, cosa imposible, pero sí reducirlo un poco. Ahora bien, la cosa no es fácil: hemos reaccionado como auténticos yonquis privados de golpe de su chute diario. El Gobierno, asustado, trató de rebajar un poco la tensión social anunciando la subvención de 20 céntimos por litro.

Supongamos que el café, por alguna razón imprevista, dispara su cotización en los mercados internacionales. ¿Deberíamos exigir entonces que el Gobierno subvencione el desayuno de los muy cafeteros? Creo razonable que se den ayudas a los sectores económicos que dependen de los combustibles, como el transporte, el taxi o los agricultores. Pero me parece un sinsentido subvencionar a los ciudadanos del común, porque la respuesta que los consumidores tenemos que dar es bien sencilla, aunque a lo mejor un poco dolorosa: consumir menos de aquellos productos que, por las razones que fueren, incrementan sus precios desmesuradamente. Reconozco, no obstante, que es muy fácil opinar de esto y aquello cuando uno no tiene que presentarse a las elecciones.

La inflación es uno de los peores males que le pueden pasar a la economía y es especialmente dañina para los más modestos. Los expertos se refieren a ella como el impuesto contra los pobres. Así que tenemos que hacer lo que sea para evitar que arraigue de nuevo entre nosotros. Y los ciudadanos podemos contribuir reduciendo el consumo, renunciando a subidas salariales que darían lugar a la temida espiral de precios y salarios, y no dejándonos asustar por noticias sensacionalistas como las mencionadas más arriba.

 

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1 Comentario

  1. “” Pero me parece un sinsentido subvencionar a los ciudadanos del común, porque la respuesta que los consumidores tenemos que dar es bien sencilla, aunque a lo mejor un poco dolorosa: consumir menos de aquellos productos que, por las razones que fueren, incrementan sus precios desmesuradamente “”

    Coincido con ud en todo el artículo excepto en este párrafo.

    Estamos llegando a un punto en el que el ciudadano es simple mano de obra para generar impuestos para subvencionar a todos los estamentos menos obtener un beneficio social. La sanidad está como está, la educación. Simplemente hay que pasear por los pueblos y ciudades españolas para ver el desastre de gestión; aceras, alumbrado, seguridad, etc… deficientes. ¿Dónde van nuestros impuestos? . Y para unas migajas a modo de subvención que se nos ha permitido…. se critica.

    No estoy a favor de las subvenciones. Pero de NINGUNA. De igual modo que yo no debo recibir un céntimo por llenar el depósito de mi vehículo. Tampoco debería ir ni un céntimo mío para subvencionar infinidad de organizaciones, talleres, exposiciones, iPhones a ministros, manutención de medios de comunicación y demás.

    El españolito medio remero que lo único que hace es trabajar. Le acabará saliendo más barato quedarse en casa que hacerlo. Y en ocasiones, después de una jornada dura de trabajo. Quizá, alguna familia quiere salir al monte a pasar el día. ¿Cómo vamos al monte? ¿En patinete? ¿Nos hipotecamos para comprar y mantener un eléctrico de 50.000 € el cual es aún un experimento?

    Suerte tienen los diferentes gobiernos de que el pobre españolito esté con el cerebro lavado por los medios de comunicación y no pueda pensar por él mismo.

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